Su autor, Benozzo Gozzoli, trasladó la tradición de los Reyes Magos a la Toscana del siglo XV en forma de cortejo. Para ello se inspiró en el Concilio de Florencia, celebrado veinte años antes, en el que la corte del Imperio Bizantino acudió a la ciudad en un último intento de lograr el apoyo del Papa. Este encuentro transformó lo que en Italia se entendía por Oriente y por esplendor.
En el cortejo, Gozzoli representa al emperador de Constantinopla como Baltasar y al Patriarca de la iglesia ortodoxa como Melchor. En el muro opuesto, los notables de Florencia, entre los que figuran los Medici, acompañan a un joven Gaspar, que se ha identificado con Lorenzo el Magnífico, aunque este habría sido en aquel momento demasiado joven.
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Este fresco es una de las escasas obras que se centran en el viaje, no en la adoración. La Virgen y el Niño ocupaban un espacio independiente en el ábside de la capilla. El aspecto de los Reyes Magos, en Italia simplemente Magi, no estaba del todo definido en aquel momento. Será a partir de finales del siglo XV cuando Baltasar aparezca como un joven rey negro procedente de África, Gaspar como un rey anciano venido de Tarso, en la costa turca, y Melchor como el regente de edad madura de Arabia.
El episodio de la llegada de estos personajes aparece en el Evangelio de San Mateo. Este afirma que, en tiempos del rey Herodes, unos magos procedentes del Oriente (región indefinida que abarcaba desde el actual Oriente Medio hasta India) llegaron a Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella y venimos a adorarle”. El anuncio no gustó a Herodes, que era rey de Judea. Este les pidió que volviesen a él tras encontrarle. Ellos siguieron la estrella hasta Belén y adivinaron las intenciones del Rey, por lo que no volvieron a Jerusalén.
Para Mateo los Magos no eran los magos de hoy. Esta denominación se refería entonces a los sacerdotes de Zoroastro, divinidad persa. Sin duda el evangelista pensaba en estos sabios astrónomos, y no es casual que estos siguiesen una estrella.
No podemos olvidar el cautiverio del pueblo judío en Babilonia, que finalizó en el siglo VI a.C. con la libertad otorgada por el rey de Persia tras su conquista. Muchos hebreos permanecieron en sus tierras, extendieron el anuncio de la futura llegada del Mesías y aprendieron astronomía y artes ocultas de los pueblos de Oriente. Allí se consideraba que el nacimiento de un gran rey estaba marcado por la aparición de una estrella.
En las primeras representaciones los Magos son tres figuras idénticas, vestidos como sacerdotes de religiones orientales. Llevan ofrendas al Niño como lo hacían los pueblos sometidos al Imperio Romano. Estas religiones competían entonces con el cristianismo, por lo que este acto de sumisión resultaba muy conveniente.
Solo más tarde se combinó el pasaje de San Mateo con el salmo del Antiguo Testamento que afirma que los reyes de Tarsos, Saba (actual Yemen) y Arabia llevarían presentes al Mesías. Oro (tributo) para el rey, incienso (propio de las ceremonias religiosas) para el dios, y mirra (vinculada a los ritos funerarios) para el hombre. Tres reyes, tres razas, tres continentes (de la Antigüedad) y tres ofrendas simbólicas.
Diversas versiones del relato proponen que los Magos, convertidos tras su visita al pesebre, predicaron en Oriente, y en algunos casos se sugiere que sufrieron martirio. Santa Elena, madre de Constantino, habría trasladado sus cuerpos a Constantinopla, desde donde fueron enviados como valiosas reliquias a Milán. Finalmente, el emperador Federico Barbarroja los llevó en el siglo XII a Colonia, donde subsiste la capilla que los alberga.
Viajes y tradiciones que recorren Europa y dan color a la celebración de la Epifanía. Porque ¿qué hay más deslumbrante que un rey de Oriente? Los Medici lo sabían, y por ello no dudaron en integrarse en la cabalgata.