Viaje a un cuadro: 'El carro de heno', de El Bosco

Analizamos uno de los trípticos más famosos del pintor holandés.

'Tríptico del carro de heno', El Bosco

Museo Nacional del Prado

Si el visitante se acerca a la obra de El Bosco que cuelga junto a El jardín de las delicias en el Museo del Prado, descubrirá que sobre el carro de heno se sienta una pareja. Él toca el laúd. Va vestido de blanco. Sus piernas se extienden sobre el vestido de su amante. Los dos observan una partitura. Es probable que se dispongan a entonar una canción.

Su actitud es ausente. No prestan atención al demonio azul con cola de pavo real que toca la flauta y que simboliza la vanidad, ni al ángel que mira hacia la figura de Cristo que se asoma desde una nube, ni a la lechuza que representa la ceguera, ni a los campesinos que, tras ellos, se abrazan.

“Toda carne es heno y toda gloria como las flores del campo”

Museo Nacional del Prado

Tampoco son conscientes de que ocupan el centro de la composición. Se sorprenderían si supiesen que encarnan el pecado de la lujuria. No hay obra de El Bosco que no haga mención de esta falta y, por ello, no es casual que sean ellos quienes viajan sobre el carro de heno, que no es otra cosa que la vida.

Dijo el profeta Isaías: “Toda carne es heno y toda gloria como las flores del campo”, es decir, efímera y destinada a marchitarse. “El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede”, afirma un proverbio flamenco.

Los jóvenes cortesanos cantan sin saber que el placer que inspira la música profana, no dedicada a la divinidad, también es pecado. Bajo ellos se agolpan los campesinos que tratan de arrancar puñados de paja. Se sirven de aperos de labranza y escaleras.

La lucha ha provocado disputas y altercados, incluso un asesinato. Contemplan la escena religiosos corruptos, madres adúlteras y un dentista matarife. El emperador, el papa y un rey siguen el cortejo como en una procesión.

El cielo vs. el infierno

Wikimedia Commons

La escena cobra sentido si pensamos que el viaje del carro, tirado por monstruos y diablos, parte del paraíso y lleva al infierno. Así lo indica el tríptico del que forma parte. El buhonero amenazado por los ladrones y un perro fiero que aparece al cerrar las alas de la pieza insiste en los peligros del camino.

El Bosco, azote de los vicios, creía que el infierno comenzaba en la tierra, y por ello la pobló de seres que brotaron de un imaginario medieval y se transformaron en su fantasía.

Los amantes ignoran que su pecado ya lo cometieron Adán y Eva, y que ellos son su reflejo sobre el carro de heno. Así lo señala El Bosco, y para ello representa su caída y su expulsión a su derecha, en la tabla del paraíso.

Dispuesto a mostrar que en el Edén ya habitaba el germen del pecado, el artista cubrió el cielo de insectos y dejó caer una bestia inquietante, entre pez y reptil, sobre la hierba. Sin duda, el árbol frondoso que crece tras los jóvenes es el árbol del bien y del mal, del que El Bosco omite el bien.

El Buhonero

Wikimedia Commons

Y ellos cantan porque vienen de otro lugar y ¿a quién le importa el infierno? Como muestra el manuscrito donde el pintor les halló, la pareja protagonizó el Roman de la Rose, uno de los poemas más leídos del siglo XV. Poco tenía que ver el jardín frondoso donde se conocieron con aquel carro.

Allí Guillaume, que así se llamaba, siguió las pautas del amor cortés. Aprendió que el arte de amar pasa por la discreción, la paciencia, la devoción y la generosidad. Para alcanzar la Rosa, recibió la ayuda de la Esperanza, del Pensamiento Agradable y del Verbo Dulce.

No es extraño que dedicase su tiempo a cantar. Tampoco es extraño que El Bosco, cuando encontró la escena en la biblioteca del conde Nassau, llevase a sus personajes a lo alto del carro de heno, porque todo en aquel jardín hablaba del placer de vivir.

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Manuscrito en el que se inspiró El Bosco, perteneciente al 'Roman de la Rose', de Guillaume de Lorris, 1490

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