Viaje a un cuadro: 'Sol ardiente de junio', de Frederic Leighton

La belleza clásica de la obra maestra del pintor y escultor inglés Frederic Leighton nos hace soñar con el sol de junio.

Viaje a un cuadro: 'Sol ardiente de junio', de Frederic Leighton

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Mucho antes de hacerse millonario componiendo éxitos de Broadway como Evita, Cats o El fantasma de la ópera, Andrew Lloyd Webber era un joven estudiante de música con gustos estéticos poco habituales en alguien de su edad. He aquí la prueba: un día vio en un anticuario un cuadrito de finales del XIX que representaba a una mujer sesteando en una terraza, y lo encontró delicioso.

Solo costaba cincuenta libras, una cantidad nada descabellada, así que acudió a su abuela para financiarse el capricho. “Lo siento, pero no voy a pagarte esa porquería victoriana”, fue la respuesta que obtuvo.

Eran los años sesenta del pasado siglo, y el mundo estaba ocupado con actividades tan absorbentes como la revolución sexual, el mayo parisino o la psicodelia, así que no había tiempo para siestas al sol.

Además,** todo lo victoriano sonaba a represión y a naftalina,** y tenía por tanto malísima prensa. Hasta una abuelita británica lo consideraba junk, basura. Quién le iba a decir a aquella buena mujer que, en el siglo XXI, los prerrafaelitas estarían batiendo récords en las subastas de arte (en 2013 una simple acuarela de Edward Burne-Jones se liquidó por 17 millones de euros) y subiendo enteros en el aprecio de las nuevas generaciones. Es posible que a causa de esto Andrew Lloyd Webber no guarde el mejor recuerdo de su abuela, por otra parte.

Tampoco en su propio tiempo los prerrafaelitas disfrutaban de un reconocimiento unánime. Mientras Dante Gabriel Rossetti, William Holman Hunt o John Everett Millais pintaban sus Proserpinas de lustrosa melena, sus Cristos apareciéndose en un arcoíris y sus Ofelias ahogadas, en París arrasaban el impresionismo e incluso el post-impresionismo, que era lo último, así que lo que ellos hacían se consideraba kitsch y reaccionario. En su favor hay que decir que, si bien el arte más moderno no les gustaba nada, tenían al menos la elegancia de no querer retrotraerse diez, veinte o cincuenta añitos, sino cuatro buenos siglos, hasta el XV italiano. Porque para ellos fue a partir de Rafael y Miguel Ángel cuando se fastidió todo el asunto, así que su objetivo era revivir la elegancia sin artificio de la pintura medieval y quattrocentista.

Frederic Leighton

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Sir Frederic Leighton tuvo sus más y sus menos con el grupo, pero en esencia **no se desviaba de la línea editorial. **La mayor parte de sus cuadros trataban temas de la mitología grecolatina en un estilo academicista que en Francia los modernos llamaban despectivamente pompier (literalmente, “bombero”), y que aún hoy reúne tantos admiradores como detractores. De entre todos sus trabajos, este Flaming June (“junio en llamas”, aunque el título oficial en español sea Sol ardiente de junio) se considera su obra maestra.

De hecho, desde su adquisición por el empresario y político portorriqueño Luis Alberto Ferré para el Museo de Arte de Ponce (Puerto Rico), se lo publicita –un tanto exageradamente, todo hay que decirlo- como **la Mona Lisa del universo latino. **De ofrecerse por cincuenta libras a ser comparado con Leonardo da Vinci, qué mayor aspiración podría albergar el recorrido vital de un cuadro.

A la derecha pende una rama de adelfa, flor venenosa

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Todas las buenas obras de arte -también muchas de las malas- poseen su cuota de misterio. Si cuando se habla de La Gioconda, la verdadera, siempre se alude a su sonrisa, en este otro caso llama la atención la peculiar postura de la protagonista, que utiliza como almohada uno de sus propios brazos, apoyado a su vez sobre el fémur: prueben a dormir de esa guisa en el sofá de su casa, **y al término de la experiencia tendrán la tortícolis asegurada. **Parece ser que Leighton se había inspirado en la estatua de la Noche, uno de los componentes del conjunto escultórico que realizó Miguel Ángel para la tumba de Juliano II de Médicis, y en efecto la disposición de sus miembros es muy similar.

Pero donde en Miguel Ángel había desnudo integral, en Leighton concurre aderezo textil. La carne robusta y sensual de la mujer puede percibirse bajo la túnica transparente de un naranja vivo que conjunta con tono amelocotonado de sus mejillas. El color, la caída y los pliegues de la prenda parecen convertir a su portadora en una gran llamarada viviente, en una antorcha humana que encarna todo el ardor de la canícula frente al mar Mediterráneo.

Un boceto de Frederic Leighton para 'Sol ardiente de junio'

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A la derecha pende una rama de adelfa, flor venenosa cuyo nombre deriva de Dafne, la ninfa que según la mitología griega se convirtió en laurel para huir de la persecución de **Apolo. **Todo en la imagen, pues, parece elegido para generar tensión entre lo que se muestra y lo que se oculta, entre lo que se desea y lo que se repudia, entre la vida -o su sueño- y la muerte.

Leighton murió a los pocos meses de pintar este cuadro, y solo un día después de haber sido nombrado barón de la nobleza británica. De camino a la catedral de San Pablo, la comitiva funeraria pasó frente a las oficinas de la revista The Graphic, que había comprado el lienzo y lo exhibía en su escaparate como homenaje al difunto. Sería una obviedad decir que este Sol ardiente sirvió como premonición de la muerte su propio autor, y sin embargo dicho está. No nos lo tomen a mal, son los calores de este ardiente junio que comienza.

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