La comarca del Sueve ocupa 421 kilómetros cuadrados y logra compensar a la perfección la pasión por la tierra con el amor por el mar. Está repartida en los concejos de Caravia, Parres y Piloña, y es de esos lugares que seducen por conservar la esencia de lo tradicional. La belleza de lo cotidiano. Aunque eso no impida que esté abierta a ser salpicada por pequeños toques innovadores.
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Como tenemos que comenzar nuestro recorrido por algún lugar, nos vamos hasta Arriondas, famosa internacionalmente por ser la capital del descenso del Sella.
Si en verano aquí se concentra una gran parte del turismo de la zona, atraído sobre todo por la enorme oferta de turismo activo, en otoño la cosa se relaja. Nosotros dejamos el agua a un lado –por ahora, ni kayak, ni canoas ni rafting nos convencen del todo- para disfrutar del lugar calzados y con chaquetita, que por estas latitudes y en esta época ya comienza a refrescar.
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Y lo primero que hacemos es centrarnos en su arquitectura indiana, que hace que pasear por las calles de Arriondas se convierta en toda una maravilla. A finales del siglo XIX los asturianos que habían emigrado a América en busca de nuevas oportunidades, y lo habían logrado, regresaban a su tierra con ansias de demostrar a sus compatriotas el éxito de su aventura.
Y vaya si supieron hacerlo: levantaron casas y chalés que a día de hoy siguen en pie y que muestran la Asturias más señorial de todas. Las fachadas coloreadas y las grandes escaleras centrales son las amas aquí. Para ejemplo, un botón: ** Villa Juanita o La Teyería lo demuestran**.
Pero, si hay que hacer parada en un punto “indiano” de verdad, mejor hacerlo donde el arte del “ xintar ” es de categoría. El Corral del Indianu , restaurante regentado por el chef José Antonio Campoviejo, cuenta con una estrella Michelin y sus platos, que aúnan lo tradicional y lo creativo, son el paraíso para el paladar de cualquiera que sepa cómo disfrutar de la comida.
Con el estómago lleno ponemos rumbo en coche a la sierra del Sueve. El paisaje asturiano, ese idílico y verdadero que nos viene a la mente en forma de campos y bosques verdes, aparece entonces ante nosotros. Y en ellos, un sinnúmero de vacas rumiando a sus anchas nos ameniza el camino.
Eso sí, tampoco nos van a abandonar las sinuosas curvas, aunque no hay que temer: antes de que nos haya dado tiempo a marearnos, habremos llegado al Mirador del Fitu, el más bello de todos los que permiten disfrutar de los Picos de Europa.
Hay que bajarse del coche y asomarse a lo que puede parecernos una especie de platillo volante: efectivamente, ese es el mirador. Desde aquí las vistas nos dejarán sin palabras: al norte, las aguas bravas del mar Cantábrico; al sur, las montañas colmadas de blanco de los Picos de Europa.
Si se tiene tiempo y apetece, se puede realizar alguna ruta de senderismo. Por ejemplo la que sube hasta el punto más alto de la sierra del Sueve: el Pico Pienzu , con sus 1.149 metros de altitud. Si no hay demasiadas ganas de calzarse las botas otra opción será acercarnos, ya que estamos a escasos cinco kilómetros, a la costa.
Y será aquí, junto al ma r, donde el viento nos sople fuerte en la cara y respiremos ese intenso olor a sal que tan bien sabe darnos el Cantábrico. Mientras nos llena los pulmones a más no poder, no es mala idea hacer el recorrido desde la playa de Espasa a la de Arenal de Morís. Un camino precioso perfecto para despejamos.
De vuelta al interior paramos en Infiesto. En La Casa del Tiempo Pedro nos habla, con la misma ilusión que el primer día que abrió las puertas de su museo, sobre la historia de la relojería. Mientras, nos muestra la colección familiar de más de 100 relojes y otras 500 piezas de diferentes épocas y lugares del mundo.
Ya a las afueras del pueblo, el Santuario de la Virgen de la Cueva, del siglo XVI, es otra de esas paradas que merecen la pena. Aunque solo sea para ver el lugar imposible donde se levantó: al cobijo de una enorme roca que hace las veces de pared y de techo. Un estampa muy singular.
Pero el Sueve sigue dándonos sorpresas: la comarca guarda tantos tesoros que nos entra la ansiedad por querer conocerlos todos. Así que, sin dudarlo, ponemos rumbo a Espinaredo , uno de esos pequeños rinconcitos asturianos donde la paz y tranquilidad se perciben con solo poner un pie.
Caminamos por sus calles empedradas, disfrutamos de la cotidianeidad de su gente y descubrimos al gran protagonista: el hórreo. Aquí existe la mayor concentración de toda Asturias, alrededor de una veintena, casi todos levantados entre los siglos XVI y XVII.
¡Un detalle! A la entrada de la mayoría de las casas cuelgan las famosas madreñas : zancos de madera elaborados de una sola pieza con los que en el entorno rural solían –y suelen- trabajar en el campo.
A pocos kilómetros nos queda el Área Recreativa La Pesanca : de nuevo, naturaleza en estado puro. En los alrededores, y siguiendo el río Infierno, tenemos posibilidades múltiples para hacer todo tipo de actividades, entre ellas, senderismo. De aquí parten muchas rutas de nivel apto para hacer incluso con los más pequeños de la familia.
Pero volvamos atrás, que probablemente nuestros estómagos estén de nuevo pidiendo clemencia. En Antrialgo tendremos que parar para picar algo, que para eso estamos en Asturias. Nos dirigimos a La Posada de Antrialgo , donde podemos tanto alojarnos como dejarnos mimar por la cocina de Eugenia García y Eduardo Cofiño. Mejor dejarse recomendar: seguro que nuestras exigencias son altamente alcanzadas.
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Ya con el estómago saciado y el sueño haciéndose notar, es hora de irse a dormir. Si no nos alojamos en la misma posada, otra opción es conducir hasta Sevares y hospedarse en una de las casas rurales de ** Caserías Sorribas **.
La chimenea, las paredes de piedra y las increíbles vistas al despertar, con los Picos de Europa enfrente dando los buenos días, son todo lo que necesitas para entender, si es que aún no te ha quedado claro en este viaje, qué fácil es alcanzar la plena felicidad en Asturias.
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