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Columnas de opinión | padre | Lacalle |

En otra vereda

Matar al padre

La decisión de Delgado de nombrar a Ripoll se inscribe en una línea estratégica trazada por el hijo mayor de Lacalle Herrera: generar una nueva columna en el Partido Nacional alejada de la marca de Lacalle padre

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Domingo frío en la Ciudad Vieja. Lacalle Herrera había subido con dificultades las largas escaleras de la Casa del Partido Nacional, su rodilla derecha lo tiene a mal traer. Entró a la sala del Honorable Directorio y se colocó a la izquierda de Alvaro Delgado, el candidato más votado. Asintió y aplaudió cada expresión de blanquismo del candidato. Nada sabía sobre lo de Ripoll. Íntimamente esperaba que su sector, la 71, el herrerismo, fuese contemplado en la lista. Delgado bajó a la plaza, subió al estrado y lanzó: “Le he ofrecido a una mujer (…) que no hace tanto está en el Partido Nacional (…), Valeria Ripoll”. Con la anuencia de Lacalle Pou, la propuesta despertó silbidos y abucheos. Lacalle Herrera estaba estupefacto. Se había consumado otra fase del parricidio en cuotas.

Con la ayudita de Freud

Las largas horas de clínica de Sigmund Freud y sus pacientes generaron distintas líneas de investigación, análisis y confirmación. (En sus cartas a su novia no hablaba del deseo o del amor; se refería a lo que iba descubriendo en las sesiones, o sea, su otro amor).

No es una novedad que el psicoanálisis tiene un linde con la filosofía y, si esto es cierto, Freud bebía de los grandes pensadores para establecer líneas de reflexión que lo acercaran al comportamiento humano, sus raíces más profundas, sus motivaciones más hondas y ocultas.

Fue así que, inspirado en la tragedia de Sófocles sobre el mito de Edipo (que se arrancó los ojos al ser incapaz de soportar el horror de descubrir que había cometido parricidio e incesto), Freud desarrolló el complejo que lleva el nombre del rey griego.

Lo interesante es que para los griegos el parricidio era verdadero, violento y crudo. El parricidio (del latín parricdium, probablemente de parus, «pariente»,1 o de par, «igual», y -cida, de caedere, «matar, cortar») es el homicidio de parientes consanguíneos en línea recta u otros familiares cercanos. El parricidio, en el Derecho Romano primitivo, “parricidium”, era equivalente al homicidio voluntario. Ya en la ley de las XII Tablas, el parricidio se entiende como la muerte de los padres ocasionada por los hijos.

Acercándonos a una interpretación laxa del psicoanálisis, la figura metafórica de matar al padre expresa un proceso en el que el individuo se libera de la tutela progenitora para echar a volar. Esto supone romper con lo que el padre representaba, defendía o creyó. La exagerada expresión evoca la rebeldía adolescente ante sus designios.

Freud lo había observado con detenimiento y las conclusiones a las que arribaba lo llevaban a afirmaciones como esta: el proceso de matar al padre establece que los hijos comienzan así un proceso liberador aunque, creo, también continuador.

Hay quien sostiene que luego del parricidio se abre una etapa de “totemización” del muerto, que se le sacraliza y se le utiliza como símbolo para el grupo. De ahí se deriva la ley y/o la moral de ese colectivo.

En política esto ocurre con alta frecuencia, aunque no se haya producido el parricidio (no hay hijos detrás de la muerte del personaje), más allá que el “tótem” emergente sustituya a otro que queda solapado detrás del nuevo.

En el caso que me ocupa hay un “asesinato” para que haya “continuidad”.

Ahora mando yo

Su exesposa, Lorena Ponce de León, ha dicho: Luis siempre está pensando en términos estratégicos.

Desde el momento que decidió ser político, daría la impresión de que las grandes líneas de acción no han sido casualidad, sino una decisión pensada, meditada y trabajada.

El joven rebelde de la adolescencia tuvo conflictos severos con sus padres, y esas desavenencias por ejemplo derivaron en actitudes contestatarias y rupturistas y hasta en el consumo de drogas como marihuana y cocaína, como lo ha admitido públicamente.

Es interesante observar cómo era tratado aquel joven irreverente por sus padres. En el libro “Luis Lacalle Pou, un rebelde a la presidencia”, del periodista Esteban Leonís, se reproduce un diálogo entre la madre, Julia Pou, y su hijo.

  • Que te quede claro: yo no voy a ser ni abogado ni político, porque es una vida de porquería.
  • No te preocupes, Luis, yo de ti no espero mucho como estudiante, así que veremos en su momento cómo te podemos ayudar. Tendrás que elegir algo más simple para hacer tu vida.

El “veremos en su momento” parece querer decir que el tema “Luis” era motivo de preocupación de Julia y de Luis Lacalle Herrera, en esos momentos presidente de la República.

“Yo de ti no espero mucho como estudiante” es una afirmación compleja para un adolescente. ¿Qué quiere decir? ¿Hay allí un menosprecio de la madre o de ambos, los padres?

La rebeldía no amainó, pero un día tras recibirse de abogado le dijo a sus íntimos que se iba a dedicar a la política. Iba a canalizar su rebeldía por ahí, confesó.

Desembarcó en Canelones en una lista fundada por su madre, tejió lealtades y se imaginó ser candidato a la presidencia en el 2019. Pero los tiempos apremiaron, el herrerismo quedó sin candidato y ahí apareció el nombre de Luis. ¿Empujado por su padre? No con claridad, aunque el ADN manda.

Ese afán de superarse recuérdese lo que sufrió con las inyecciones para crecer lo llevó a trepar peldaños tras peldaños. Era una forma de liberarse de su progenitor.

Para muestra elocuente vaya esta anécdota contada en el citado libro.

Mayo del 2013. Se preparaban las elecciones internas y Jorge Larrañaga estaba 35 puntos arriba de Luis Lacalle Pou. Los más cercanos al joven dirigente se reunieron con él en un campo en las afueras de la ciudad de Flores. Fueron llegando legisladores e intendentes de todo el país y Luis Lacalle Herrera; era la crema y nata del herrerismo. Ese día se produjo un episodio que mostraría una fase política-paternal, quizás determinante en su carrera. El periodista Leonís lo califica de un “verdadero parricidio político”.

Se cuenta: “Sobre las nueve y media de la mañana y desde el único sillón que había en el recinto, Lacalle Herrera golpeó sus manos y dijo: ‘Bueno, vamos a arrancar que se hace tarde’. El silencio fue inmediato. Sólo fue roto por una voz que llegó casi de la puerta: ‘Arrancamos cuando yo diga’. Era Luis Lacalle Pou, que inmediatamente se retiró al jardín. ‘Bueno, esperemos entonces’, respondió su padre mientras pedía otro mate. Debieron pasar 25 minutos antes de que Luis volviera a ingresar y ordenara con firmeza: ‘Ahora sí puede empezar’”.

A partir de allí Lacalle Herrera nunca participó del comando de campaña del joven dirigente. Con el nacimiento de “La Positiva”, nació “Luis”, a secas, sin el Lacalle. El apellido lo perturbaba. Quería ser él, Luis, y no Lacalle y la carga negativa que él percibía que tenía ese apellido.

Con la conformación de su grupo se alejó del herrerismo y Lacalle Herrera nunca adquirió relevancia pública en las campañas siguientes, quizás por decisiones del viejo caudillo o del nuevo, que crecía escalón a escalón.

La decisión de Delgado de nombrar a Ripoll consensuado con Lacalle Pou se inscribe en una línea estratégica trazada por el hijo mayor de Lacalle Herrera: generar una nueva columna en el Partido Nacional alejada de la marca de Lacalle padre y construir los cimientos de una nueva fase del poder aristocrático. Aunque también es verdad, que la dinastía de Herrera nacida en el siglo XIX parece garantizarse llegar a mediados del siglo XXI.

Quizás en Lacalle Pou, o Luis, siga resonando aquella frase de su madre: “No te preocupes Luis, yo de ti no espero mucho como estudiante, así que veremos en su momento cómo te podemos ayudar”.

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