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Columnas de opinión | espanto | derecha | Ojeda

El día después

Contubernio derechista unido por el espanto

Ojeda representa la resurrección de la derecha más cerril y reaccionaria del autoritarismo fascista del expresidente Jorge Pacheco Areco, del dictador Juan María Bordaberry y de su hijo, el exsenador Pedro Bordaberry.

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“No nos une el amor sino el espanto”, proclamó el eminente escritor argentino Jorge Luis Borges, en el poemario “Para las seis cuerdas”. Aunque no lo confiesen explícitamente, esa es la consigna interior de la coalición republicana, que luego de las elecciones internas intentará zurcir retazos para retener el gobierno, aunque también deberá competir contra sí misma.

Tal vez el mensaje más elocuente sea el del candidato presidencial por el devaluado Partido Colorado Andrés Ojeda, quien en su discurso, tras conocerse el desenlace de las elecciones internas, apostó fuerte a la compleja supervivencia de la coalición que nos gobierna, bajo el lema de seguir integrando un conglomerado para derrotar al Frente Amplio.

Este joven abogado de fuerte exposición mediática, que obtuvo la mayor votación de su partido, representa la resurrección de la derecha más cerril y reaccionaria del autoritarismo fascista del expresidente Jorge Pacheco Areco, del dictador Juan María Bordaberry y de su hijo, el exsenador Pedro Bordaberry. No en vano se sumó a sus filas el diputado Gustavo Zubía, hijo y sobrino de militares golpistas, a quien sólo le falta el uniforme.

Seguramente Ojeda pescará en la misma pecera que el líder cabildante y candidato presidencial Guido Manini Ríos.

Es muy factible que gane votos por derecha a expensas de Cabildo Abierto, pero también que espante al electorado centrista que supo atraer Ernesto Talvi con su edulcorado discurso de tono refundacional, que aludía a una nueva era neobatllista.

Poco le importó al aspirante colorado que su partido haya tenido la peor votación en una elección interna de su historia, resignándose a que la decadente colectividad riverense siga siendo un mero furgón de cola en un eventual segundo gobierno del bloque conservador. Lo que no parece advertir Ojeda es que el contexto pinta muy diferente al de hace cinco años, cuando la suma de la intención de voto de los partidos que integran este contubernio superaba ampliamente a la izquierda, lo cual se confirmó en octubre de 2019.

Seguramente, la elección de Yamandú Orsi como candidato presidencial no le debe haber caído muy bien a los integrantes de este esperpento, porque los vaticinios de la mayoría de las empresas consultoras le otorgan, a priori, mayores posibilidades al exintendente canario de imponerse en un eventual balotaje al candidato blanco Álvaro Delgado.

Tampoco el semblante de Delgado era el mejor, porque la bajísima votación de Laura Raffo le ató las manos para elegir a su compañero o compañera de fórmula. En ese contexto, eligió sorpresivamente a Valeria Ripoll para acompañarlo, en una jugada que no parece muy atinada, ya que esta exsindicalista, recién llegada a la colectividad, es virtualmente desconocida en el interior y tampoco hará pie en Montevideo, porque Carolina Cosse que es muy fuerte en la capital se encargará de mantenerla a raya. Tal vez la única decisión inteligente del candidato nacionalista sea integrar a Luis Lacalle Pou a las listas al Senado, por la alta popularidad que éste mantiene.

La designación de Valeria Ripoll en la fórmula blanca, que generó sorpresa y malestar, disparó silbidos, abucheos e insultos de algunos militantes, quienes le reprocharon su pasado comunista y hasta se escuchó un estentóreo “sindicalista de mierda”. A los votantes del Partido Nacional no les simpatizan demasiado los gremialistas, porque se trata de un partido político clasista que reniega de los trabajadores organizados, a los que consideran enemigos de clase.

Aunque la elección interna no puede tomarse como una foto de lo que sucederá en octubre, las malas noticias para la derecha son la escasa votación del Partido Colorado y el radical desbarranque de Cabildo Abierto, que pasó de casi 50.000 votos en 2019 a poco más de 17.000. Es decir, estuvo lejos de su performance del debut electoral. Evidentemente, este desastre no se puede atribuir a que Manini era el candidato único de su partido, porque hace cinco años el excomandante en jefe del Ejército tampoco tenía competencia interna.

La diferencia más sustantiva de la jornada estuvo en las actitudes, porque el Frente Amplio anunció rápidamente su fórmula, que integrarán Yamandú Orsi y Carolina Cosse, un binomio potente por apoyo electoral, popularidad y probada experiencia de gestión.

El discurso del candidato presidencial frenteamplista fue maduro y conciliador. En tal sentido, proclamó la necesidad de “cambiar todo lo que haga falta para el bienestar de la población. Somos el cambio, buscamos el cambio, que está lejos de entenderse como una demolición. No vamos a caer en el berretín de quienes vienen a refundar todo”.

En ese contexto, subrayó que se debe ser “intransigente con la corrupción” y generoso con “la transparencia y la ética”. Por supuesto, remarcó que las claves de su eventual gobierno son la atención a la gente que está en situación de pobreza extrema, particularmente la infantil, el combate a la inseguridad y la superación del estancamiento económico. En ese marco, puso particular énfasis en ajustar al alza los salarios más sumergidos, que impactan a más de medio millón de trabajadores, y en hacer crecer las jubilaciones más bajas, que afectan a 160.000 pasivos.

Por supuesto, apostó a la unidad interna y a la de todos los uruguayos, dejando abiertas las puertas a la adhesión de ciudadanos desencantados con este Gobierno.

Por su parte, Álvaro Delgado, en un tono insólitamente triunfalista luego de armar a las apuradas su fórmula presidencial, insistió en la necesidad de defender los supuestos logros del Gobierno y en compararlos con la gestión de los gobiernos anteriores. Al respecto, invitó, nuevamente, a ascender al segundo piso de desarrollo, apostando a recolectar votos de fuera del lema.

Delgado olvida que ahora los desencantados no son los de hace cinco años, porque muchos de ellos tienen muy claro que la derecha mintió para ganar las elecciones e incumplió la mayoría de sus promesas. En efecto, en 2019 prometieron que no iban a aumentar las tarifas y las subieron, prometieron que no se iba a modificar la edad mínima para jubilarse e hicieron todo lo contrario, prometieron que iban a mejorar la seguridad y hoy vivimos un presente de espanto con cifras maquilladas de robos y rapiñas y récord de asesinatos incluyendo a niños y adolescentes, además de cuerpos mutilados y calcinados como nunca antes se vio. También prometieron abatir la pobreza y la aumentaron, y los salarios y las jubilaciones recién cinco años después superan levemente a los de 2019, luego de su abrupta caída durante los tres primeros años de este Gobierno.

Salvo la inversión en obras, esta administración encabezada por Luis Lacalle Pou, que Delgado promete prolongar en un “segundo piso”, no tiene ningún logro perceptible para exhibir que impacte positivamente en la clase trabajadora y en los pasivos. En efecto, hoy hay más adultos pobres, más niños y adolescentes pobres, más personas en situación de calle y más salarios sumergidos. Incluso la calidad y la precariedad del empleo son paupérrimas, porque los puestos de trabajo han crecido particularmente en el sector informal y con sueldos casi de indigencia.

Aludiendo a 2019, Delgado afirmó que “cuando el Partido Nacional ganó la elección (no la ganó su colectividad sino una coalición de cinco partidos), todo era ilusión”. ¿Delgado cree que la derecha puede volver a ilusionar a la gente?

Que les pregunte a los 350.000 pobres, 50.000 más que hace cinco años, si siguen ilusionados. Que les pregunte a los 548.000 uruguayos que cobran menos de 25.000 pesos mensuales si siguen ilusionados. Que les pregunte a los 130.000 pasivos que cobran la jubilación mínima si siguen ilusionados y que les pregunte a los habitantes de los barrios que viven todos los días la pesadilla de las balaceras si siguen ilusionados. Se les terminó la fantasía, que murió por inanición.

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