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Arte y Teatro

El reto de hablar de memoria histórica del conflicto armado | Análisis

Columbarios del Cementerio Central

Columbarios del Cementerio Central

Foto:IDPC

¿Qué integra la memoria histórica de un país: un objeto, una circunstancia, un lugar, una obra? 

Cultura 
Hace unas semanas, la exhibición del documental Matarife, en el Centro Cultural Gabriel García Márquez de Bogotá, causó un revuelo mayúsculo y para algunos, innecesario. La película de Daniel Mendoza, que expone durante casi dos horas los presuntos nexos del expresidente Álvaro Uribe con el narcotráfico y el paramilitarismo, había sido programada por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) para una función privada de sus investigadores; pero el escándalo que generó en los medios y las redes sociales obligó a que se pospusiera su proyección.

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¿Qué hacían los investigadores del CNMH viendo Matarife? En Colombia, cualquier persona –colombiana o extranjera– puede solicitar que su trabajo sea tenido en cuenta por esa institución, siempre y cuando el material tenga relación con el conflicto armado. Ellos son los encargados de considerar una obra u objeto como parte de la memoria histórica del país. Y en efecto, el director de Matarife –que ha sido cuestionada por algunas denuncias sin contexto y que incluso la Corte Constitucional pidió que se rectificaran– habría hecho la solicitud.
No es el primer escándalo en Colombia alrededor de la memoria histórica. Hace 22 años, la entonces directora del Museo Nacional, Elvira Cuervo de Jaramillo, se convirtió en el objetivo de cientos de críticas cuando propuso que la toalla de Tirofijo, la que siempre llevó en el hombro y se convirtió en uno de los símbolos del guerrillero más viejo de Colombia, formara parte de la colección de la institución.
“La idea del Museo es adquirir piezas significativas de la historia reciente de Colombia, pero eso no quiere decir que vayan a ser exhibidas. El Museo jamás ha dicho que va a exhibir la toalla de Tirofijo. Nuestra función es recolectar objetos. Somos conscientes de que no se puede mostrar la historia reciente de Colombia. Sabemos que hay que presentar todo esto en un momento preciso, oportuno y bastante lejano”, decía en una entrevista con este diario.
Cuervo, incluso, recibió amenazas y muchas cartas de descontento. La tacharon de subversiva, de simpatizante de la guerrilla y hasta la acusaron de hacer una clara apología del delito. Pero la idea del museo y de su directora nunca fue enaltecer la obra del fallecido líder de las Farc: “Nunca pensamos construirle un altar a Tirofijo. Nosotros sabemos cuánto daño le ha hecho la guerrilla al país”, agregaba. Y es que parte de la labor de instituciones como el Museo Nacional es la de recolectar y salvaguardar objetos que según los expertos forman parte del acervo de una nación. No necesariamente para exhibirlos.
Surge la duda de si la toalla de Tirofijo o el documental Matarife podrían formar parte de la memoria histórica colombiana, un concepto que aborda la identidad, la revisión y el análisis de hechos del pasado que tienen que visibilizarse, contarse o exponerse para no caer en el olvido. Conocer el pasado es entender lo que pasa en el presente y entender sus fenómenos y crear una mirada más amplia y una memoria menos parcializada.
Desde hace 15 años, el Estado comenzó a hablar del valor de esa memoria histórica, dando protagonismo a las víctimas del conflicto armado, pero con un protagonismo más profundo y emotivo en sus procesos de sanación, reclamación o reinvención de sus vidas y en una transformación de toda la sociedad. Un panorama que configura un objetivo de transformación muy poderoso, pero que sigue una ruta llena de retos y tensiones.

La memoria es individual, la historia es colectiva, social. La memoria se construye a partir de relatos, impresiones que van a inhibir la construcción colectiva de la memoria”.

“La gente piensa la memoria histórica como la foto, el elemento, el objeto, y en algunos casos eso es memoria histórica. Un ejemplo es la imagen de dos soldados rusos montando la bandera de la oz y el martillo, la del Ejército soviético, en la Reichstag en 1945; sus muñecas estaban llenas de relojes que habían robado… Tienes que editar las fotos para decir que son héroes de la patria, no saqueadores, para darle el simbolismo”, contextualiza el historiador Fabio Zambrano.
Obra de la artista colombiana Doris Salcedo

Obra de la artista colombiana Doris Salcedo

Foto:Museo de Memoria Histórica de Colombia

Para él, la reflexión y discusión acerca de lo que debe tenerse en cuenta como parte de la memoria histórica está signado “por una dimensión moral que debe estar presente (…). Este tipo de discusiones que se dieron, por ejemplo, con el caso de Matarife y la toalla de Tirofijo hacen parte de esa dinámica y en cuanto a esa memoria histórica va a ver un choque”, explica.

¿Memoria histórica?

Desde su punto de vista hay que diferenciar entre memoria e historia. “Mezclarlas es un poco complicado. ¿Por qué? Porque la memoria es individual; la historia es colectiva, la historia es social. La memoria se construye a partir de relatos, emociones, impresiones imprecisas, familiares, étnicas, de género. Todas esas van a inhibir a la construcción de una versión colectiva de la memoria. Pongo un ejemplo: el 9 de abril.
La gran mayoría de la gente tiene un relato, es que ese día un hombre mató a Jorge Eliécer Gaitán y la gente llena de furia salió al centro de la ciudad a quemar los tranvías, pero lo cierto de eso es que no arrasaron el centro, sino 100 edificaciones de las miles que había en ese espacio de la ciudad. La gente no se fue del centro pues se valorizó porque hubo una remodelación; ahora, si se le pregunta a la gente lo que pasó el 9 de abril de 1948, van a contar un relato a partir de la memoria imprecisa, inexacta y generalmente manipulada. La memoria es individual”.
En contraste, recalca que la historia es un relato construido con métodos, con técnicas, con contrastación de fuentes, cosa que no tiene la memoria. Y reúne distintas metodologías. “Puedes combinar historia cualitativa, historia cuantitativa y vincular la consulta de la memoria con los archivos, con los documentos, contrastar distintos tipos de documentos. La historia se hace fundamentalmente con la contrastación de fuentes. La memoria no. El concepto de memoria histórica es un oxímoron”.
“Son dos conceptos, que en cierta medida son contrapuestos. Así la historia se apoya en la memoria. Así la memoria se apoya en la historia ¿Se está buscando un balance ahí? Que haya un poco de esa memoria, pero que con la historia se logra balancear ese elemento emocional, ese elemento que tiene que ver más con la sensación, con la interpretación. Sí, eso es lo que debería hacerse ahora. La historia es producto de su tiempo, de su época”, opina.

Arte y memoria

La discusión acerca de la memoria y la historia no debe estar centrada solo en entes de poder, analiza el historiador Fabio Zambrano. “Caemos en el inmediatismo de los intereses del Gobierno que va cambiando cada cuatro años. No, eso debe ser más la preocupación de la sociedad por su pasado. Significa ver todas las dificultades para crear caminos para buscar el bienestar o el desarrollo de la sociedad. Y todas las equivocaciones que tiene una sociedad para buscar el camino de su bienestar”.
En ese sentido, las artes han contribuido en elaborar esos espejos infinitos de memoria e historia a partir de los momentos más ruines de la sociedad colombiana. En Bogotá, los columbarios del Cementerio Central fueron construidos para recibir los muertos del ‘Bogotazo’. En 2009, la maestra Beatriz González llenó las lápidas con las siluetas terribles de los cargadores de muertos. Su obra Auras anónimas se convirtió en un reclamo incesante para la memoria del país; es imposible no verlos desde la calle 26 y ser indiferente. Son los desaparecidos. Son los muertos sin tumba. Son los muertos que dejaron la guerrilla y los paramilitares. Son los muertos del narcotráfico. Son los muertos de la guerra.
La artista Doris Salcedo ha hecho lo propio: su obra ha estado muy conectada con las violencias que emanan del conflicto en el país y Fragmentos (2018) es una de las más conocidas. El ‘contramonumento’, como ella lo llama y que fue hecho a partir de las armas entregadas por excombatienes de la extinta Farc (37 toneladas), devela los dolores más profundos de distintas mujeres víctimas de la violencia sexual por parte de actores armados. Otro de sus trabajos, A flor de piel, resulta muy simbólico: cientos de pétalos de rosas fueron cosidos a mano hasta lograr una manta frágil, de un color muy parecido a la sangre cuando se seca y que simula la piel de una persona herida. El objeto está salvaguardado por el Centro de Memoria Histórica.

Emoción vs. investigación

La mirada de Zambrano sobre alejar el inmediatismo de la memoria plantea un rumbo que se aleja de repetir relatos y busca solucionar problemas para no quedarse solo en la emoción. “Yo creo que lo pasó con Matarife fue resultado de mucha emoción”, reflexiona.
“Las personas dedicadas a este tema –seleccionar los objetos o investigaciones acerca de la memoria histórica– tienen que contrastar fuentes, ir más allá del acontecimiento y de las verdades absolutas o ya construidas, en vez de hablar primero de memoria histórica. Además, hay otro principio, lo que ayer era verdad, hoy ya no lo es. Funciona en todo”, agrega.
En contraste, en casos como el del Holocausto y el nazismo pareciera que desligar la historia de la memoria y de la emoción es imposible. Cada 27 de enero se recuerda a las víctimas de este horroroso episodio de la historia mundial. Ese día, en 1945, fue liberado por las tropas soviéticas el mayor campo de concentración nazi, el de Auschwitz-Birkenau, en lo que hoy es Polonia. Parte de ese lugar se mantiene como testigo para no olvidar los horrendos crímenes que se cometieron.
“El Holocausto no solo marcó a Alemania y a Europa, sino también a muchos otros países del mundo. Por eso, en especial en Alemania, cargada de responsabilidad por esa siniestra parte de su historia, se hace hincapié en la educación acerca del Holocausto y su recuerdo permanente, así como en ampliar el conocimiento de las causas y consecuencias de esos crímenes, ya que esa es la única manera de que nunca más se repitan”, expone Deutsche Welle en un especial sobre el tema.
“La palabra memoria es muy grandilocuente. El problema no es si sufrimos de ‘desmemoria’, sino qué clase de memoria tenemos –expone la documentalista colombiana Marta Hincapié–. Eso tiene que ver con lo que hace parte de esa memoria, que es lo que está institucionalizado, solidificado, y esto se atornilla y amarra a las fuerzas sociales. Esa solidificación viene cargada de lo que es glorioso, lo memorable o lo inmortal, que a su vez está inmerso en la tradición, en lo que es identitario e impuesto. En contraposición a eso, está la libertad de memoria, que es caótica e inherente a la resistencia de esa grandilocuencia de la gran memoria”.
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