Costa Brava: un paseo por su interior y sus paisajes dalinianos

Seguimos los pasos de los bigotes más famosos del mundo.

Cadaqués y Cap de Creus

Sergio Martínez

Antes de que Demi Moore o Jennifer López dejaran al mundo con la boca abierta –de envidia o de estupor– mostrando a sus espléndidos –y jóvenes– novios, Elena Ivanovna Diakonova ya se había estrenado como la primera cougar de la historia. Elena Ivanovna Diakonova era su nombre real, pero Gala, simplemente Gala, era como se la conocía en los círculos artísticos parisinos en los que se movía del brazo del que era su marido por aquel entonces, el poeta Paul Eluard. Su flamante amante era un demiurgo de bigotes puntiagudos, dos lustros menor que ella, que ya firmaba sus cuadros con cuatro letras millonarias: la D, la A, la L y la I.

Cadaqués de noche.

Sergio Martínez

Desde el momento en que Cupido lanzó sus flechas en Cadaqués, siendo ella aún la señora de Eluard, Gala sería para siempre la musa de Dalí, su mujer, su cómplice y su vehículo fetiche para canalizar gran parte de sus extravagancias. Y es que no había nada que le gustara más a Dalí que las extravagancias. Tanto, que en un auténtico acto de novela caballeresca le regaló a la rusa un castillo medieval en un pueblecito de Girona, Púbol, para que hiciera y deshiciera a su antojo. Puro ideal de amor cortés. Gala mandaba en su refugio y hasta para ir a visitarla debía pedir cita anticipada por escrito y hacerse un hueco en su abultada agenda de amantes. Un procedimiento mucho más burocrático que el que hace falta hoy en día para conocer el edificio donde se instaló el último taller del pinto r (se trasladó en 1982, tras la muerte de Gala) y la morada eterna de su musa (que acaba de abrir tras varios meses de reforma) . El interior continúa casi como entonces, Itinerario para 10 días decorado con su previsible –e imprevisible– imaginario, en forma de objetos imposibles, desde una fuente wagneriana o unos elefantes zancudos hasta un caballo blanco disecado, regalo del pintor Joan Abelló para la musa de Dalí.

Velero entre los bellos acantilados del Cap de Creus

Sergio Martínez

Del castillo de Gala y de lo que sus gruesas paredes vieron –y callaron– mucho se ha especulado. Más desapercibido, sin embargo, pero sí documentado, es lo que sucedió muy cerquita de aquí, en el santuario dels Àngels, en Sant Martí Vell, en 1958. A pesar de estar a solo doce kilómetros de la capital, no muchos gerundenses saben que aquí se casaron en secreto Salvador Dalí y Gala. Desde hace poco más de un año, se ha añadido un nuevo y atractivo motivo para recorrer esa docena de kilómetros de curvas que hay hasta la cima: ver las estrellas desde el observatorio que han instalado en una de las antiguas habitaciones o con los enormes telescopios en las jornadas astronómicas que organizan al aire libre (dos veces a la semana a partir de mayo, máximo 20 personas) . La escasa contaminación lumínica y la altura (485 m) favorecen una buena visibilidad, por lo que es un punto perfecto para reconocer las constelaciones y aprender de las historias de diosas embarazadas de un hombre y un dios a la vez, enanas marrones o “estrellas fallidas”, y cometas legendarios. El mejor momento para hacerlo es en verano, cuando la temperatura es un atractivo más y se puede combinar con una cena en la terraza o hacer noche en la hostería y despertar con la vista de casi toda la provincia.

Kayak en una cala de la Costa Brava.

Arxiu Imatges PTCBG

Descendiendo por el lado opuesto de la montaña, en dirección a Madremanya, el camino se hace más corto (solo hay 5 km) y menos sinuoso. Una vez abajo, la piedra parece no acabar nunca, ya sea en forma de pequeños pueblos medievales como Monells, con su preciosa plaza porticada, o Peratallada, un embrollo de calles serpenteantes que comunican la plaza mayor y la muralla; o en el poblado íbero de Ullastret, con sus atalayas defensivas y el museo que explica la vida de esta civilización en el siglo VI a.C. Dejando para otra ocasión La Bisbal d´Empordá y Pals, ponemos dirección al Mediterráneo, a ese que baña los pueblecitos de la Costa Brava y que marcó la vida y la obra de Salvador Dalí: Cadaqués, Portlligat y el Cap de Creus, escalas obligatorias de este triángulo daliniano en tierras ampurdanesas.

Desde la cima del castillo de Torroella de Montgrí, en la montaña de Montgrí, a donde se llega tras una caminata por un sendero en alrededor de una hora, la vista alcanza a divisar toda la comarca. Se ven hasta las Illes Medes, los siete islotes declarados reserva de flora y fauna marinas, que son todo un parque de atracciones para submarinistas en el que pueden codearse con peces de colores entre cuevas, atravesar túneles y descubrir pecios centenarios.

Cadaqués, un encantador pueblo pesquero

Sergio Martínez

Restos de antiguas civilizaciones, pero esta vez en tierra, se ven mejor que en ningún otro lugar en Empúries, la que fuera la puerta de entrada de las dos culturas clásicas a la península Ibérica en el siglo VI A.C: mosaicos, altares, basamentos de tiendas donde ya se hacían salazones y, la estrella, la estatua de Esculapio, el dios de la medicina (la copia, la original está en el museo) , entre olivos y cipreses, y de nuevo con la mirada puesta en el Mediterráneo. La naturaleza nos obliga a hacer una parada en el Parque Natural dels Aiguamolls de l´Empordà , un humedal repleto de estanques en la confluencia de los ríos Muga y Fluvià que sirve de parada y fonda de centenares de especies de aves acuáticas. Ya sea con los prismáticos en mano, a pie o a caballo, en una ruta en ecokayak , e incluso volando con una cometa en la playa de Sant Pere Pescador, la aventura merece la pena.

Sentirse como un pájaro también es posible en Empuriabrava (por algo la llaman la tierra del cielo) , tanto en sentido literal, saltando en paracaídas , como de forma simulada, en el túnel del viento , que hace sentir miles de gusanillos en el estómago, como si estuviéramos en caída libre pero sin correr ningún riesgo. Tras atravesar el Parque Natural, nos detenemos ahora en Castelló d´Empúries para ver la catedral del Empordà (que en realidad es la iglesia gótica de Santa María) , antes de llegar a Roses. En la actualidad la localidad que da nombre al golfo se ha convertido en un próspero destino vacacional de sol y playa, pero todavía su ciudadela, con ruinas ibéricas, griegas y romanas, habla a todo el que quiera escucharla de lo que fue durante siglos.

Les Gavarres y el Monasterio dels Àngels

Sergio Martínez

Desde aquí el camino a Cadaqués ya es corto. Y siempre placentero, ya se haga por carretera, cruzando el rocoso y ventoso Parque Natural del Cap de Creus, o por mar, navegando en un catamarán. Cadaqués es una estampa de manual, un pueblo de casitas blancas y una iglesia cuya torre sobresale y compone con armonía su retrato. Pero Cadaqués es mucho más que el icono de la Costa Brava, tanto por méritos propios –su belleza obvia–, como por una carambola del destino, la que hizo a uno de sus habitantes concebir a un gran genio del siglo XX. Salvador Dalí pasó los veranos de su infancia y adolescencia en Cadaqués, emborrachándose de su luz de su paisaje, y siempre ejerció de orgulloso embajador con sus estrambóticas amistades. Pero pronto al hombre que triunfaba en París y hacía decorados de películas en Hollywood se le quedó grande el pueblito y compró en la cercana bahía de Portlligat , a tan solo quince minutos a pie, una serie de casas de pescadores para establecer allí su hogar y su taller. Su guarida. Su universo. Un oso polar disecado cargado de alhajas da la bienvenida a la casa y nos introduce sin paños calientes al mundo surrealista del pintor, a su faceta más privada: a su estudio, a su dormitorio, a su cuarto de baño y a las diferentes estancias y jardines enrevesados donde todo se entremezcla sin aparente orden ni concierto, más allá del desorden y desconcierto de la mente del pintor.

Cadaqués presume de una gastronomía deliciosa

Sergio Martínez

En verano, desde la propia playa e imitando las rutinas de Dalí, se puede coger un barquito para ir hasta el Cap de Creus, la alternativa a la preciosa carretera, serpenteante y rocosa, que lleva hasta el faro, a través de un paraje cincelado durante siglos por el viento de la Tramontana, que azota con fuerza a cuerpos y mentes. No fue el incansable viento sino los monjes benedictinos los que construyeron el otro gran atractivo de piedra del Cabo, el recóndito Monasterio de Sant Pere de Rodes . Aunque el exterior y las vistas justifican el desvío, la sorpresa va en aumento en el interior, sobre todo en la iglesia (datada entre el siglo X y el XI) , gigantesca y desnuda.

Piscina de la casa museo de Dalí en Portlligat.

Sergio Martínez

Los pasos de Dalí desembocan en Figueres, el principio y el fin de la aventura. La capital de L´Empordà se ha convertido en uno de los lugares más turísticos de Cataluña, gracias a su principal centro de peregrinación, el Teatre-Museu Dalí . Ideado por él mismo para albergar gran parte de su obra sobre los restos del antiguo teatro, el edificio es una cuarta parte museo (con más de 1.500 obras) y tres cuartas partes teatro (100% espectáculo) : en el interior un coche colgando sobrevuela las cabezas de los visitantes y una habitación diseñada a partir de su retrato de Mae West crea ilusiones ópticas. En el exterior unos huevos de dinosaurio XXL coronan las torres de un castillo medieval decorado con panecillos típicos de L´Empordá: un escenario, un sueño, un refugio eterno a la medida de un demiurgo travieso de bigotes puntiagudos, uno de los mayores genios del siglo XX.

* Este artículo ha sido publicado en el Monográfico número 80. Recuerda que, además de en tu quiosco habitual y con el número de junio, el monográfico de Catalunya está a la venta en formato digital en Zinio .

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