Qué ver en Verona (más allá de Shakespeare)

La ciudad de Romeo y Julieta vive rodeada por el ‘cliché’ y los versos del poeta inglés, pero esconde mucho más que balcones escondidos y amoríos prohibidos.
Verona Italia
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A menudo nos topamos con lugares donde la naturaleza pareció querer regalar a los humanos un lugar donde asentarse y beneficiarse de sus bondades. El norte de Italia resulta, sin duda, uno de ellos. El río Adigio, fuerte y caudaloso, desciende hacia el sur desde los Alpes formando anchos meandros hasta trazar uno muy cerrado ante la llanura del Po. En el interior de dicho meandro, abrazada por el Adigio, se encuentra Verona. Cruce de caminos entre el sur y el norte, escala entre el este y el oeste, la ciudad que Shakespeare encierra una belleza acorde con su privilegiada ubicación. No todos los lugares son capaces de inspirar una obra maestra, y basta caminar por Verona para comprenderlo mejor.

EL PASADO ROMANO DE VERONA

Los orígenes de Verona se remontan al siglo III a.C., cuando los galos cisalpinos que habitaban las estribaciones italianas de los Alpes decidieron aprovechar el vado natural sobre el río Adigio que hoy en día ocupan los pilares del Puente de Piedra. Fueron los romanos quienes construyeron este puente, los mismos que vencieron a los primeros habitantes de Verona y la convirtieron en colonia.

La ciudad más romántica de Italia.

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A partir de su nuevo estatus, Verona conoció una época de esplendor que sería tan duradera como la vida del propio Imperio Romano, y más allá. El monumento más célebre es su anfiteatro, la Arena, cuyas gradas y arcos de piedra nos recuerdan el macabro espectáculo que tanto apreciaban los romanos: las luchas de gladiadores.

La Arena de Verona poseía un aforo de treinta mil personas, y es tan grande debido a que debía alojar no sólo a los ciudadanos de la ciudad y sus alrededores, sino también prever el incremento demográfico de los años futuros. Un anfiteatro no era un edificio sencillo de ampliar, y construir un segundo resultaba siempre demasiado costoso. En el caso de Verona, las previsiones acertaron: la ciudad continuó creciendo hasta la crisis del siglo III. Y todo, debido a una actividad que continuaría trayendo bonanza a Verona incluso cuando Roma dejó de existir: el comercio.

PORTA BORSARI, LA PUERTA DE VERONA

En época romana, la mayoría de los viandantes entraban en Verona atravesando los arcos de mármol de la Porta Borsari, y así continuó siendo durante la Edad Media. Aquí comenzaba el decumanus maximus, una calle recta y antigua que todavía se mantiene y conduce directamente a la Piazza delle Erbe, antiguo foro romano que con la caída del Imperio y el comienzo de la Edad Media pasó a convertirse en lugar de mercado, y también, en la sede del poder político. Nada más entrar en la plaza, veremos ante nosotros la Torre dei Lamberti, una fortaleza que parece vigilar con recelo los puestos y tenderetes que abundan a sus pies. Una acertada metáfora para expresar el control de los señores de Verona sobre el comercio que se desarrollaba en la plaza en tiempos medievales.

Piazza delle Erbe.

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LA PIAZZA DELLE ERBE, CORAZÓN DE LA CIUDAD

La Piazza delle Erbe era uno de los mercados más sobresalientes de la Italia medieval, y los palacios que se asoman al antiguo foro romano corroboran la riqueza de su burguesía. Uno de sus linajes más prósperos fueron los Maffei, cambistas y prestamistas que hicieron fortuna con el comercio hasta llegar a edificar su suntuoso palacio en el flanco norte de la misma plaza. Los gremios, cofradías de artesanos, cambistas y tratantes tenían también su sede en la Domus Mercatorum, un bello ejemplo del gótico civil cuyos muros protegían a los mercaderes mientras hacían negocios bajo los arcos de su logia.

Durante la Edad Media, la Piazza delle Erbe era el centro de los caminos que unen Europa. Aquí se cruzaban la antigua vía Postumia que unía España y Francia con el Danubio a través del norte de Italia, y la vía Claudia Augusta, procedente de Baviera y Germania en dirección a Roma. Su condición de encrucijada hizo de Verona, como sucede hoy en día, una ciudad plagada de influencias, y la Piazza delle Erbe es el mejor ejemplo de su personalidad comercial. Un carácter que pervive en la actualidad con su papel como el mayor nudo de comunicaciones de Italia, y uno de los puntos logísticos más importantes de Europa.

A escasos kilómetros de Verona se entrecruzan la autovía del Brennero proveniente de Alemania con la autopista que conecta Francia y España, a través de Italia, con el este de Europa. Basta conducir por los alrededores de Verona para comprobar que el tráfico de camiones con matrículas búlgaras, rumanas, portuguesas y polacas es constante: toda Europa sigue comerciando, como sucedía en la Edad Media, en la vieja Verona.

Puente de Piedra de Verona.

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LEYENDAS VERONESAS CON OLOR A POLENTA

Una vez admirada la ancha Piazza delle Erbe pasaremos bajo el arco que conecta con la vecina Piazza dei Signori. Los más observadores repararán en el extraño objeto que cuelga del arco: una suerte de largo hueso o colmillo de marfil que pende de una cadena de hierro a capricho del viento. La mayoría cree que se trata de un hueso de ballena, y otros, de alguna reliquia transportada por los cruzados desde Tierra Santa.

El arco que la sostiene funcionaba en la Edad Media como paso seguro para los jueces y magistrados que entraban cada día en el Palazzo dei Signori, y así poder evitar los abucheos o posibles molestias del pueblo que se reunía en la Piazza delle Erbe. Y hoy todavía, son los mismos veroneses quienes afirman que el misterioso hueso de ballena caerá sobre el primer inocente que cruce bajo el arco.

Los enigmas siempre provocan hambre, y hasta los bancos de mármol de la Piazza dei Signori, junto a la estatua de Dante, llega el olor de la pizza y la polenta. En su busca podremos perdernos por los callejones de la Verona medieval, y antes de que podamos darnos cuenta, daremos con la Arena. Surge de repente, entre edificios de fachadas pastel, y aunque su altura es mucho menor que la del famoso Coliseo, todavía impresiona por su obra colosal en tiempos donde la energía humana movía montañas.

Son muchas las líneas escritas acerca de la Arena de Verona, y el mismísimo Dante asistió como espectador a los combates de lucha libre que todavía se celebraban durante el siglo XIII. Su envergadura y el tamaño colosal de las piedras que lo componen hicieron pensar a los veroneses que su constructor había sido el mismísimo Diablo; pero todo lo que ven nuestros ojos es obra de los ingenieros romanos.

La Arena di Verona.

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UN GELATTO ANTE LOS MUROS DE CASTELVECCHIO

Una vez dejemos atrás la Arena, la Verona medieval quedará a nuestra espalda y será el momento de encontrar algo que llevarse al estómago. La ciudad junto al Adigio es famosa por una gastronomía variada que recibe influencias de las montañas, con excelentes embutidos y mejores quesos como el Stracon. Se cuenta que este tipo de queso comenzó a crearse a partir de la leche de vacas cansadas cuya leche, menos grasa, debía ser ordeñada después de agotadoras jornadas trashumando entre Verona y los Alpes.

También existen influencias del cálido sur en la gastronomía veronesa, como los helados, y existe una heladería que puede contarse entre las mejores del norte de Italia: Gelateria La Romana, en la Piazza Santo Spirito. Su helado de pistacho sabrá mucho mejor, si acaso es posible tal milagro, si lo disfrutamos paseando bajo las almenas del castillo de Castelvecchio, perenne vigía de Verona cuyo puente fortificado custodia ambas orillas del Adigio. Finalmente, nos comeremos el cono ante la basílica románica de San Zeno, alejados del casco histórico, pero sin palabras ante la cremosidad de nuestro helado y la luz que irradia el rosetón de San Zeno bajo las primeras luces de la tarde.

ATARDECE EN CASTEL SAN PIETRO

Verona es mucho más que un escenario de amoríos y un decorado de “la más excelente y lamentable de las tragedias”, y si queremos degustar una comida merecedora de los mejores versos de Shakespeare, tendremos que poner rumbo al mirador del Castel San Pietro, en la orilla norte del Adigio. Por el camino encontraremos la sobria Piazza Nogara, y en una de sus esquinas, la Pizzeria da Vincenzo. Es un local pequeño, pero esconde la mejor pizza de Verona, y probablemente, entre las mejores al norte del Po. Os atenderá Antonio, romano de nacimiento que ama la pizza como el sur que tanto añora, y que prosigue las enseñanzas del maestro pizzero Vincenzo, dueño del establecimiento, y que no tiene reparos en mostrarnos el secreto de su masa: sin levadura, como es tradición en Calabria. Cada día se levanta a las seis de la mañana para preparar una masa que transporta directamente al sur de Italia.

Verona desde las alturas.

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Después de haber calmado los estómagos en la Pizzeria da Vincenzo, el paseo a través de la Piazza delle Erbe, animada durante los primeros compases del tramonto, discurrirá entre callejones medievales hasta dar con los arcos del Puente de Piedra. El viejo puente romano permite alcanzar las laderas de una colina donde pueden visitarse las ruinas del antiguo teatro de la ciudad. Un funicular conduce a la cima, nuestro destino, pero también un sendero escalonado para quienes deseen bajar la pizza a base de cardio.

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En lo alto de Castel San Pietro nos espera el mejor mirador sobre Verona, y un atardecer rosáceo si la niebla decide abrir un claro. Destacan bajo nuestros ojos la grácil altura de la Torre dei Lamberti, la belleza del campanario románico del Duomo, y multitud de tejados, azoteas y torrecillas que se reflejan en el calmo discurrir del río Adigio. Una vista semejante nos permitirá comprender que la ciudad que acabamos de descubrir es un personaje propio dentro de la trama, y que Shakespeare fue certero al elegirla para su obra más afamada: aquellos que la visitan no tardan en caer enamorados de Verona.