Un itinerario ‘queer’ por los libros y el cine

La industria del entretenimiento parece haberse hecho inclusiva, lo demuestran estas referencias culturales y los lugares donde se desarrollan.
'Maurice'
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La plataforma a la que estoy suscrito afirma en su publicidad que el cine me cambia la vida. Y no sé si esto es cierto, pero estoy convencido de que le da forma. Como los libros, la música y el arte, el cine alimenta esa nube de referencias en la que nos comprendemos y proyectamos.

Para la persona queer, ubicada en cualquiera de las letras de ese acrónimo que crece cada año y que ya me resulta imposible deletrear en el orden indicado, este proceso ha resultado, durante décadas, más difícil que para el resto. Muchas de estas referencias estaban codificadas en subtextos que era necesario descifrar, o se ubicaban en lo marginal, o en personajes condenados a un destino fatal.

Afortunadamente, el panorama ha cambiado. La industria del entretenimiento se ha hecho inclusiva. Algunos protestan porque el mercado ha devorado el misterio, pero la realidad es que las nuevas generaciones tienen al alcance de la mano un reflejo, no menos distorsionado que el heterosexual, de su realidad.

'Orlando' (1992).

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Pero me centro en lo mío: en mi G y en las películas y en los libros que la han alimentado. Una enumeración personal, ecléctica y desordenada en la que todes echaréis en falta algo, porque cada generación, cada persona, crea su propio imaginario, y esa es la idea.

Así que os animo a que abráis las notas del móvil y creéis vuestra propia lista. Me pongo con la mía y hablo de lugares, porque estamos en Condé Nast Traveler y aquí lo que interesa es el viaje.

Empiezo.

La transición onírica de Orlando en masculino a Orlando en femenino, y la inabarcable mansión campestre en la que se inspiró Virginia Woolf, Knole, arrebatada a su querida Vita. Hatfield House, que aparece en la versión cinematográfica, protagonizada por Tilda Swinton, es igualmente inabarcable.

El Old Bailey, juzgado de Londres en el que se sometió a juicio a Oscar Wilde, y donde el fiscal condenó la perversidad oculta en su novela El retrato de Dorian Gray.

'La ley del deseo' (1987).

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El sofocante verano de Madrid y el “Vamos, riégueme, no se corte, riégueme”, de Tina Quintero (Carmen Maura), hermana transexual del director de cine Pablo Quintero (Eusebio Poncela) en La ley del deseo.

Las montañas de Wyoming, donde dos vaqueros cruzaron la línea en Brokeback Mountain. La euforia, la amargura, y ese momento, al final de la película, en el que Jack (Jake Gyllenhaal) vuelve a la casa Ennis (Heath Ledger), su amante fallecido, y entra en su armario para oler su ropa. Ese momento.

La plantación sureña en la que Maggie (Liz Taylor, la gata) agita sobre el alcoholizado, pero cautivador, Brick (Paul Newman) el fantasma de Skipper (su amante fallecido), en La gata sobre el tejado de zinc.

El Nueva York de los años 50, en el que se encuentran y reencuentran Carol (Cate Blanchett) y Therese (Rooney Mara). Imaginar a Patricia Highsmith cuando trabajaba en la sección de juguetería de unos grandes almacenes. Imaginar a la elegante mujer con abrigo de visón que le encargó una muñeca.

Brokeback Mountain (2005).

Good Machine

Y más Highsmith. La atracción psicopática de Tom Ripley (Matt Damon en la versión de Mingella) hacia Dickie Greenleaf (Jude Law) bajo el sol de Positano, Ischia y Procida. La escena de la bañera. La mirada de Matt Damon en la escena de la bañera.

El convento de Pescia, pequeña ciudad toscana, donde en el siglo XVII profesó la mística Benedetta, con cuya historia fantaseó Paul Verhoeven. No hay juguete erótico más blasfemo que el empleado por Bartolomea y Benedetta en su celda.

El encuentro de Russell y Glen en un bar gay de Nottingham, en Weekend, de Andrew Haigh, y ese fin de semana que es la vida, ni más ni menos.

El tiro que Verlaine, borracho y enajenado, disparó a Rimbaud en Bruselas, y lo que el poeta de diecinueve años volcó de su relación en Una temporada en el infierno.

'El talento de Mr. Ripley' (1999).

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La delirante Divine y el repertorio de transgresiones de John Waters en Pink Flamingos. La persona más inmunda, la autocaravana en las afueras de Baltimore y la escena del perro, fuese real o no lo ingerido.

La cálida noche de Granada y los Sonetos del amor oscuro de Lorca.

La belleza prostituida y pasmada de Adonis García en las calles del DF en El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata. La picaresca del cuerpo como denuncia en el México de los años 70.

Maurice, el bucólico y platónico romance entre dos estudiantes de Cambridge de E. M. Forster, que los muy ingleses Hugh Grant y James Wilby protagonizaron en la pantalla. La renuncia, la afirmación y el final feliz.

La intrincada tela de araña que Park Chan-wook teje, en La doncella, en la Corea de los años 30, durante la ocupación japonesa. La sororidad como venganza.

'Pink Flamingos' (1972).

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El chapero que sufre narcolepsia y se enamora de quien no debe en Mi Idaho privado. El abrazo de Mike (River Phoenix) y Scott (Keanu Reeves). Ese abrazo.

El París decadente, aristocrático, burgués y autorreferencial de Proust en Sodoma y Gomorra, donde todos los personajes parecen ser homosexuales menos el narrador. Salvando las distancias, algo así como Christopher Isherwood en Adiós a Berlín. En tiempos difíciles, el subtexto era el texto.

La inmersión queer y activista en Santiago de Chile de Tengo miedo torero, de Lemebel. La historia de amor entre La Loca y Carlos, el revolucionario, que planea un atentado contra Pinochet.

El submundo gay de Tokio en la posguerra en El color prohibido, de Yukio Mishima, virtuoso de la perversidad, o cómo un rico anciano se sirve de un homosexual de incontenible belleza para vengar su odio hacia las mujeres.

'Mi Idaho privado' (1991).

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Las llamas, el azul, el rojo y el verde de Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma.

La bisexualidad es libertad en Domingo, maldito domingo, de Schlesinger, en la que un joven artista juega con los maduros, pero siempre atractivos, Glenda Jackson y Peter Finch. Los setenta, en Londres, dieron para mucho.

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La Pasión y caída del profesor Aschenbach, maquillado, teñido, en busca del efébico Tadzio. Muerte en Venecia podría ser la película más decadente jamás rodada.

La relación entre el joven burgués y el maduro proletario en París-Austerlitz, de Chirbes. El abandono y el retorno.

La maliciosa alumna que, en La calumnia, acusa de ser amantes a Karen (Audrey Hepburn) y Martha (Shirley MacLaine), profesoras en un exclusivo internado en algún lugar de Estados Unidos. Las lágrimas de Martha cuando confiesa su verdad.

'Retrato de una mujer en llamas' (2019).

Karma Films

El desconocido del lago, o el deseo y la muerte en territorio de cruising, recreado en el lago de Sainte-Croix en Provenza.

Una jornada particular, de Ettore Scola. El encuentro en Roma de un ama de casa sin aspiraciones y un periodista homosexual represaliado por el régimen de Mussolini. Antonietta (Sofia Loren) y Gabriele (Marcello Mastorianni) hablan, y en su diálogo se acercan hasta tocarse.

La Barcelona lumpen de Genet en Diario de un ladrón. La devoción a Stilitano. El robo como ofrenda, como acto de amor.

Los personajes del Madrid quinqui y erotizado de Eloy de la Iglesia. El empleado de banca de Los placeres ocultos y el político comunista de El diputado, atrapados en la hipocresía de la supuesta libertad de los años setenta.

Y, para terminar, la Grecia antigua de Safo y la Roma de Catulo, que fueron refugio en tiempos de prohibición y censura, y que hoy siguen hablándonos de lo que nos interesa, porque esa es la virtud de los clásicos.

'Una jornada particular' (1977).

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