Los grandes clásicos de siempre con los que viajamos como nunca
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Memorias de África (1984)
“Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong…”. Una de las frases de cine más repetidas, porque quién no ha querido tener esa granja en África. Si pensamos en viajes inspirados por películas, el de Meryl Streep y Robert Redford en el biplano sobrevolando la sabana africana al son de la banda sonora oscarizada de John Barry es, probablemente, uno de los primeros que nos viene a la cabeza. También este momento de romance, intimidad e higiene personal. Sydney Pollack rodó en Kenia, cambió las colinas de Ngong por las Chyulu, más fotogénicas. Aunque no pudieron filmar en la granja de Karen Blixen, hoy convertida en museo.
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Indiana Jones y la última cruzada (1989)
Cualquier película del arqueólogo más intrépido (y atractivo, sí) nos serviría de inspiración, pero nos quedamos con este viaje a Petra, por dos razones: Petra en sí y el viaje en moto con sidecar con su padre, Henry Jones Sr. (Sean Connery). Aquellos buenos tiempos en los que el cine viajaba de verdad y huía de las pantallas verdes y los efectos digitales. Spielberg se fue del desierto de Tabernas, en Almería, a Petra, en Jordania. También pasaron por el Castillo de Bürresheim, en Alemania. Y por Venecia.
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Con la muerte en los talones (1959)
De Nueva York al Monte Rushmore, bueno, a un estudio donde se reprodujeron en cartón piedra las caras de los padres de la patria yanqui para que Cary Grant y Eve Marie Saint corrieran por sus narices. El Hitchcock más viajero. Tampoco la casa que estaba cerca del monumento patriótico era un diseño auténtico de Frank Lloyd Wright, pero eso es lo que el cineasta pidió a sus diseñadores y lo que él pedía se conseguía.
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Easy Rider (1969)
Sinónimo de libertad. Un western sobre dos ruedas. O cuatro: las de Captain America y Billy Bike. La primera era la moto de Wyatt, el cowboy interpretado por Peter Fonda. La segunda la conducía el creador de ese proyecto, el vaquero más libre de aquel Hollywood libre, Dennis Hopper. Rodaron por parte de la Ruta 66, por Flagstaff, Arizona. Y pasaron por Monument Valley, como buenos vaqueros. Cuántos detrás de ellos habrán recorrido esas carreteras creyendo haber nacido para ser salvajes.
Atrapa a un ladrón (1955)
Un picnic en lo alto de las carreteras sinuosas de la Costa Azul, con las vistas sobre el Mediterráneo. Después, un baño en ese mar azul, un rato al sol en la playa del hotel Carlton, en La Croisette, un paseo por Cannes, vestidos de gala para ir a las mejores fiestas. Ojalá unas vacaciones así. A Grace Kelly le debió de gustar tanto aquella vida y ese rincón del mundo que allí se quedó, con su Príncipe.
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Te querré siempre (Viaggio in Italia) (1954)
Desenamorarse y volver a enamorarse. Todo es posible en un viaje en Italia. Más aún en el sur de Italia. La vitalidad ruidosa de Nápoles. La eternidad reflexiva de Pompeya. Y, claro, por detrás de las cámaras, la historia de amor larger than life de Ingrid Bergman y Roberto Rossellini.
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Dos en la carretera (1967)
Todas tus esperanzas y expectativas del road trip perfecto se reúnen en este filme que amas o te pone los pelos de punta. Tener el estilo siempre de Audrey Hepburn, hasta cuando tu coche arde en llamas. Y su sentido del humor. Como el de Albert Finney. La región francesa de los Alps-Maritims es el escenario principal de este viaje romántico à deux, viaje dentro de un viaje, recuerdos de viajes pasados. Ojalá poder repetir, como ellos, el mismo viaje en distintas etapas de la vida para recordar siempre en esas carreteras que la vida sí es maravillosa.
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Vacaciones en Roma (1953)
¿Cuántas parejas viajarían a Roma queriendo seguir los pasos de la princesa y el periodista? Audrey Hepburn se transformó en estrella e icono eterno en esta su primera película de Hollywood con la que, además, ganó su único Oscar. Su estilo de turista espontánea para pasear y montar en Vespa por la capital italiana también se sigue copiando hasta hoy mismo.
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Antes del amanecer (1995)
Que levanten la mano, ¿cuántos decidieron comprar un billete de interrail y recorrer Europa en tren esperando encontrar la misma historia de amor que Céline y Jesse? Lo de menos era en qué ciudad te pillaba, aunque enamorarse por las calles de Viena no era mala idea. Las secuelas ya era un extra inesperado que también nos inspira viajes para cada fase romántica.
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Asesinato en el Orient Express (1974)
Siempre mejor sin asesinato, claro. Aunque si nos ofrecen un billete en este Orient Express, junto a Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Albert Finney, Vanessa Redgrave, Sean Connery, Jacqueline Bisset… Lo aceptábamos hasta con asesino. Los compañeros de vagón en la versión de 2017 tampoco estaban mal (Penélope Cruz, Judi Dench, Michelle Pfeiffer, Daisy Ridley…), aunque preferimos los clásicos aquí.
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Manhattan (1979)
No habrá mejor guía de Nueva York, perdón, de Manhattan, que Woody Allen. Punto. Y aquí nos contagió por completo su amor por la ciudad.
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Centauros del desierto (1954)
Si Monument Valley es hoy parada obligatoria en los road trips por EE UU, échale la culpa a un cowboy malencarado llamado John Wayne. O, mejor aún, al padre de aquellas de vaqueros que llenaron nuestro imaginario de desérticos paisajes con formas imposibles, John Ford (La diligencia, Fort Apache…).
Cuentos de Tokio (1953)
La obra maestra de Ozu se consideró durante años “demasiado japonesa” para el gusto del resto del mundo. Algo incomprensible hoy, que vivimos poseídos por una japonofilia peligrosa. Para calmarla, no hay como revisar esta película y pasearse por un vetusto Tokio.
Lejos de África (1996)
La directora Cecilia Bartolomé volvió a sus raíces africanas en esta película que hablaba, precisamente, de la falta de raíces siendo niños. Bartolomé nació en Guinea Ecuatorial, donde se desarrolla la película en la que cuenta la amistad de dos niñas, una blanca y otra negra y cómo esta última le enseña África a la primera. Así la conocemos nosotros.