Hotelísimos: Lefay Dolomiti, perderse aquí

En la habitación crepita el fuego, por la mañana una taza de café calienta mis manos, saber dónde estás. Es lo único importante.
Hotelísimos LeFay Dolomite
Preferred Hotels & Resorts

Laura se ríe cuando le digo que quiero dedicar más tiempo a escuchar a los pájaros. Lo hago (trato de hacerlo) desde hace no tanto, a lo mejor dos años, creo que me pasa desde que nuestros viajes andan más pegaditos al bosque, a la tierra, a esa extrañísima sensación de no tener muy claro dónde demonios estás, ni cuándo, ni por qué. Anoté una frase frente al lago Ullswater, en Lake District, era la dedicatoria del libro Birdsong, in a time of silence de Steven Lovatt: “To those imprisoned, who cannot hear birdsong”. Creo que siempre me sentí preso de una vida que no era la mía. A lo mejor por eso me gusta escucharlos.

De aquellos días en Lefay Dolomiti me traigo la pena de no dedicar más tiempo a eso que ahora llaman birdwatching, con lo bonita que es nuestra lengua sin necesidad del anglicismos: escuchar cantar a los pájaros. Hay que releer (siempre) a Delibes para entender el mundo que nos rodea: “Evoco el silencio del monte, un silencio seco, transparente, al que las fumaradas del aliento espesaban. De tiempo en tiempo el graznido destemplado de una corneja. Las mañanas en que la bruma levantaba nos sorprendía de pronto el coreché de una perdiz”. Nada más llegar al hotel, en Trentino, hablo con uno de los jardineros, anda desbrozando un rosal, es que me parece reconocer a un urogallo, sonríe: “È possibile”. Me habla de faisanes, perdices y vencejos. Pero no ahora, en invierno escapan del frío, buscan cobijo, emigran lejos, se guarecen bajo árboles densos de hoja perenne. Le cuento que, a veces, los vencejos cubren el cielo de Madrid”.

Las vistas, Lefay Resort & Spa.Mauro Maione / Preferred Hotels & Resorts / Beyond Green

Llegar hasta Lefay Dolomiti, miembro de Preferred Hotels & Resorts (y de Beyond Green por su compromiso medioambiental) es como un viaje a través de la memoria, es raro porque nunca habíamos pisado Pinzolo, el precioso pueblito que cobija este hotelísimos. Me preguntáis mucho cuándo un hotel lo es y cuándo no —sencillamente lo sabes: espacios donde el detalle es soberano, lugares donde ser, relato hecho experiencia. Las cosas bonitas. La belleza porque sí. El resort se yergue orgulloso en algún lugar entre los Dolomitas italianos (las cimas nevadas de sus cerros parecen cuchillos cortando el cielo) frente a Val di Genova, tras nosotros las escarpadas cimas de Grual en Madonna Di Campiglio, una de las estaciones de esquí, parece ser, con más arte para los que amáis la nieve. Yo soy de los que se quedan en la cabaña con un libro y una copa de vino. O dos.

Sobre la cama una tarjeta con una declaración de intenciones: “For anyone who still wishes to be surprised and who loves to get lost”. Dedicamos los días a pasear entre montañas, andamos el sendero que se intuye entre las cimas de Corno Alto y d'Amola, cruzamos el río Sarca di Genova, llegamos hasta el lago Nambino. Trazamos sobre un mapa la ruta de las cascadas en Val Genova: Nardis, di Lares, Folgorida, di Casina Muta y del Pedru. Nos dicen (lo creemos) que es fácil ver osos pardos y corzos en la reserva natural de Adamello-Brenta. Es curioso, no cansa caminar cuando lo único que te rodea es el asombro. Aquí nos sucede a cada paso. Pasamos la tarde en el spa, esa zona casi nunca suele ser mi “taza de té” pero esto es otra movida —creo que nunca he visto un espacio dedicado al cuidado así. Desde una de las saunas, tan solo madera y cristal, observamos las montañas nevadas. En la habitación crepita el fuego, por la mañana una taza de café calienta mis manos, saber dónde estás. Es lo único importante.

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