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Así funciona el lugar en el Oriente antioqueño donde salvan a la fauna

En casi cinco años de un trabajo poco conocido, el CAV de Cornare ha atendido casi 8.000 animales víctimas de tráfico.

  • Cornare tiene una de las jaulas para aves rapaces más cualificada del país. Desde varias partes del país llegan aves con la intención de ser rehabilitadas allí. Generalmente llegan búhos, lechuzas, gavilanes y hasta gallinazos que, quién lo creyera, son utilizados para domesticación. FOTO jaime pérez
    Cornare tiene una de las jaulas para aves rapaces más cualificada del país. Desde varias partes del país llegan aves con la intención de ser rehabilitadas allí. Generalmente llegan búhos, lechuzas, gavilanes y hasta gallinazos que, quién lo creyera, son utilizados para domesticación. FOTO jaime pérez
  • Uno de los objetivos en el CAV es evitar a toda costa que los animales generen dependencia hacia ellos. Por eso, aunque los monitorean 24 horas, utilizan hasta máscaras para que no los vean. FOTO jean rodríguez
    Uno de los objetivos en el CAV es evitar a toda costa que los animales generen dependencia hacia ellos. Por eso, aunque los monitorean 24 horas, utilizan hasta máscaras para que no los vean. FOTO jean rodríguez
  • En este tablero se hace seguimiento de cada paciente bajo hospitalización. El CAV está dotado con clínica desde diciembre. FOTO jean rodríguez
    En este tablero se hace seguimiento de cada paciente bajo hospitalización. El CAV está dotado con clínica desde diciembre. FOTO jean rodríguez
  • Actualmente la sala de neonatos está en mayor medida ocupada por crías de zarigüeya, una de nuestras especies emblema. FOTO Jaime Pérez
    Actualmente la sala de neonatos está en mayor medida ocupada por crías de zarigüeya, una de nuestras especies emblema. FOTO Jaime Pérez
  • Este bello mono aullador rojo, cuya distribución natural es más cerca al Magdalena Medio, apareció en el Oriente en un operativo. Ahora espera un milagro para tener una segunda oportunidad. FOTO Jaime Pérez
    Este bello mono aullador rojo, cuya distribución natural es más cerca al Magdalena Medio, apareció en el Oriente en un operativo. Ahora espera un milagro para tener una segunda oportunidad. FOTO Jaime Pérez
  • Rehabilitar guacamayas es difícil por la compleja organización social que tienen. Para tener éxito hay que liberarlas en parejas. FOTO Jaime Pérez
    Rehabilitar guacamayas es difícil por la compleja organización social que tienen. Para tener éxito hay que liberarlas en parejas. FOTO Jaime Pérez
06 de julio de 2024
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En el corredor de entrada al Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre de Cornare hay un mono aullador en una jaula. Lleva minutos sin inmutarse, pero tan pronto siente presencia de personas nuevas empieza a lucirse: se mece en una hamaquita, se contorsiona, busca la cámara, muestra los dientes, acerca su cara. Es un mono tierno y simpático, pero esa es la peor noticia posible y el principal síntoma que lo condena a no poder experimentar nunca la vida en libertad.

Recorrer el CAV de Cornare es ponerle rostro y piel a muchas cosas. Al tráfico de especies, por supuesto; pero también al arrasamiento de bosques y corredores biológicos que muchos llaman expansión urbana para que suene menos terrible, y a la aniquilación de biodiversidad por cuenta del mascotismo salido de control.

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El CAV ubicado en El Santuario comenzó a operar en 2020 y desde entonces ha recibido a casi 8.000 animales provenientes de los 26 municipios donde tiene jurisdicción, ya sean víctimas de tráfico, atropellamientos, accidentes o brutales ataques de perros, gatos y humanos.

Se ha ido armando de a poco como un lego; una sala, una jaula, un nuevo equipo médico a la vez, tanto como los recursos y la burocracia lo permitan. Hace seis meses inauguraron la clínica para atención de fauna, la segunda en Antioquia, costó $1.000 millones. Hasta el año pasado habían logrado rehabilitar y liberar a 2.147 animales, sin contar los trasladados a centros de conservación y colecciones biológicas. De algunas de esas liberaciones queda constancia en unas cuantas notas acompañadas de bonitas postales. Pero para entender la dimensión de la cifra es necesario conocer todo lo que pasa detrás.

El CAV lo coordina Camilo Muñoz Collazos, un joven médico veterinario pero que tiene el pragmatismo del más curtido veterano en su campo. Y lo necesita, pues recalca que aunque la pasión es indispensable para hacer lo que hacen, las decisiones allí tienen que tomarse con cabeza fría. Tiene clara la magnitud de lo que enfrenta.

Actualmente la sala de neonatos está en mayor medida ocupada por crías de zarigüeya, una de nuestras especies emblema. FOTO Jaime Pérez
Actualmente la sala de neonatos está en mayor medida ocupada por crías de zarigüeya, una de nuestras especies emblema. FOTO Jaime Pérez

Ensayo y error

A Daniel Alexander Campo, el conductor del CAV, le ha tocado convertirse en un Waze de carne y hueso para poder sortear en tiempo récord la gigantesca red de caminos y trochas que conectan a las veredas del Oriente, pues su día a día transcurre atendiendo los reportes que reciben para rescatar decenas de animales.

Va a un rincón en alguna vereda del municipio de San Francisco para rescatar una cría abandonada y de ahí arranca a otro paraje remoto en Cocorná para atender a un animal atacado a machete. A punta de experiencia aprendió a ganarse a la gente para saber con certeza qué le pasó al animal, para saber cuándo le mienten y para activar desde donde esté el protocolo de atención que cada paciente necesita tan pronto cruce la puerta del CAV.

Dice Camilo que independientemente de si es un animal con 10 años de cautiverio a cuestas o acaba de ser encontrado atropellado todos entran con la intención de iniciar rehabilitación desde que cruzan la puerta.

La primera parada es el triage que casi siempre está lleno como cualquier sala de urgencias colapsada. Dependiendo de la información que les entregue Daniel, los biólogos y veterinarios priorizan los casos. En el triage hay una lora esperando su turno, es una de las especies más traficadas en Colombia y en el mundo, pues su capacidad para replicar sonidos la ha convertido desde hace décadas en esclava para la diversión de los humanos.

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Los loros son especiales para Camilo y su equipo, no solo por la cantidad que reciben sino porque cada vez que llega uno les recuerda la experiencia que han ganado a punta de ensayo y error y que ha repercutido en una mayor tasa de éxito para salvar y rehabilitar a sus pacientes.

—Al principio, la verdad, era una locura. Decenas de loros gritando y cantando y no sabíamos qué hacer, hasta que decidimos usar la misma técnica que usan las personas para afectarlas: dijimos ‘si la gente les pone sonidos todo un día para obligarlos a que digan lo que quieren, nosotros les vamos a hacer playback con los sonidos de la naturaleza, y aunque pareciera insignificante hemos tenido muy buenos resultados para rehabilitarlos — cuenta Camilo.

Este bello mono aullador rojo, cuya distribución natural es más cerca al Magdalena Medio, apareció en el Oriente en un operativo. Ahora espera un milagro para tener una segunda oportunidad. FOTO Jaime Pérez
Este bello mono aullador rojo, cuya distribución natural es más cerca al Magdalena Medio, apareció en el Oriente en un operativo. Ahora espera un milagro para tener una segunda oportunidad. FOTO Jaime Pérez

Su labor está llena de acciones como esas. Muchas frustrantes y todas con una alta carga de paciencia. Atacar, atropellar o decidir tener un animal en cautiverio toma segundos o minutos, pero revertir ese daño es un trabajo que demanda meses y un meticuloso trabajo de más de 30 personas.

Una vez pasan el filtro del triage comienza la cuarentena que varía dependiendo de cada especie, las más largas son para primates que requieren hasta 60 días. Zootecnistas, biólogos y veterinarios, explica Muñoz, se ponen de acuerdo para definir qué dieta y ambiente necesitan y, si tiene alguna afección clínica, qué tratamiento requieren.

Después de la cuarentena continúa otro proceso riguroso que incluye, por ejemplo, que una sola persona debe pasar horas sentada observando cada movimiento: si se rasca, si come, si no come, si busca interacción con humanos, cómo duerme, cómo actúa con otros individuos de su especie, si recupera de a poco su instinto. Este monitoreo se llama etograma y es tan dispendioso como suena, pero arroja muchos de los resultados con los que finalmente se toman las decisiones con cabeza fría de las que habla Camilo.

El mono aullador rojo a la entrada no pasó la prueba. Hace unos días determinaron tras semanas de evaluación que no es rehabilitable. El mono fue recuperado en un operativo en Rionegro y pasó toda su vida (cerca de dos años) en un cautiverio que lo hizo completamente dependiente de humanos y ya no es apto para liberación.

“Ahora estamos solo a la espera de un milagro con él”, cuenta Camilo cerrado el camino hacia la liberación, pues el único que le queda es que alguno de los centros de conservación, zoológicos o colecciones biológicas donde tocan puertas acepte acogerlo. El lío es que en el país todos estos lugares están hasta el tope de primates, casi en su totalidad por tráfico, y encontrar un lugar está difícil. Una pequeña ventana se abrió para que lo recibieran en Guatemala, pero se cerró, explica Muñoz, porque allá priorizan la especie de aulladores negros y no rojos.

Si pasan los meses y no reciben respuesta pronto, al pequeño aullador le podría esperar la eutanasia.

Rehabilitar guacamayas es difícil por la compleja organización social que tienen. Para tener éxito hay que liberarlas en parejas. FOTO Jaime Pérez
Rehabilitar guacamayas es difícil por la compleja organización social que tienen. Para tener éxito hay que liberarlas en parejas. FOTO Jaime Pérez

Los casos como el del mono, que no son aptos para rehabilitación, se evalúan en comité de expertos. Se envían los casos a todos los centros de conservación y lugares que tengan en lista solicitando un cupo para ellos, y dependiendo de la especie y de factores como el grado de amenaza deciden cuánto tiempo esperan respuesta. Un caso con final feliz fue el de una serpiente del maíz, una especie exótica propia de los desiertos de México y Texas que terminó traficada en Antioquia y que, casi de manera milagrosa, consiguió una oportunidad en la colección de serpientes de la Universidad de Antioquia.

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Las especies exóticas, aquellas introducidas de otros países y cuya presencia en zonas silvestres de Colombia es potencialmente dañina, solo tienen el camino de la tenencia de por vida en estos lugares, pues de otro modo deben ser sometidas a eutanasia para evitar riesgos biológicos y daños a la biodiversidad nativa.

—Sabemos que es un tema tabú, difícil de digerir, pero es una decisión que tomamos amparados en la resolución 2064. No consideramos ético ni coherente mantener en cautiverio indefinido a un animal que no podrá ser liberado, que no cumplirá una función ecosistémica. Otras corporaciones autónomas deciden tener animales durante años, décadas — aclara Camilo.

La decisión de Cornare se basa en dos cosas, apunta, que no es coherente sacar a un animal de un cautiverio para someter a otro, y en el deber de optimizar recursos, es decir, el objetivo es devolverle a los ecosistemas a sus individuos y si ocupan los espacios y recursos en uno que no puede ser liberado cuando llegue otro en busca de ayuda no podrán salvarlo.

Cuidados sin rostro

Para los animales que sí son rehabilitables también hay, muchas veces, un largo camino antes de volver a la libertad.

En el área de neonatos las crías de zarigüeyas y de diferentes especies de aves se mantienen bajo el ojo atento de Santiago, un estudiante de zootecnia que se ingenió una solución que le cambió la vida a los patos pisingos que llegan al CAV.

Frecuentemente las crías de pisingos llegan al CAV, pues la gente por error cree “rescatarlos”, pues no los ven cerca de sus mamás y piensan que están perdidos en lagos y humedales. Resulta que esta especie ‘nace criada’ y desde pequeños son independientes, por lo que es normal que siendo jóvenes se alejen explorando y buscando alimento.

En el CAV tenían un lío con ellos. Si los ponían en agua se morían de frío y en encierro se morían de calor. La solución la encontró Santiago quien armó una especie de invernadero de pollos y desde entonces la tasa de crecimientos de pisingos se disparó.

Estrategias así, que para el ojo ajeno parecen insignificantes, les ha permitido tener mucho más éxito en las duras rehabilitaciones de los animales que ingresan. Por ejemplo, aprendieron a convertirse en fantasmas para sus pacientes a pesar de estar monitoréandolos y cerca a ellos las 24 horas. Los animales que vienen de tráfico y cautiverio son como ‘adictos’ a los que hay que desintoxicar del contacto humano, por eso no se les habla, ni se les pone nombre ni se les toma fotos, por eso no se dejan ver mientras los alimentan o monitorean y, aunque esto es quizás lo más difícil, no se crean vínculos emocionales con ellos, relata Camilo.

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Las crías, por ejemplo, no ven el rostro de su cuidador cuando los alimentan o les aplican medicina: ven una máscara con el rostro de algo que remotamente se parece a su madre.

Si después de semanas o meses de rehabilitación demuestran su mejoría progresiva: reconocen depredadores (incluyendo humanos), buscan refugio, son capaces de proveerse su propio alimento, se reconocen como individuos de una especie y congenian con los suyos, el paso siguiente (pero no el último) es la liberación.

Semanas antes de la liberación el equipo de Cornare visita el lugar elegido para capacitar a la comunidad, para educarla, pero también para escucharla y convertir a los líderes de la zona en guardianes de esos animales.

Por ejemplo, uno de los pacientes ilustres actualmente es un puercoespín joven que llegó al CAV desde El Retiro tras ser brutalmente atacado por perros. La mala tenencia de mascotas es actualmente uno de los principales causantes de pérdida de biodiversidad a una escala planetaria.

Por eso, antes de liberarlo, será necesario hablar con los residentes de las parcelaciones que ocuparon el otrora hábitat de esta y decenas de especies más. Mostrarles la necesidad de coexistir con la fauna.

Camilo apunta que la única solución real capaz de acabar no solo con el tráfico sino con las principales amenazas contra la fauna es un cambio cultural: aprovechar cada liberación para contarle a la gente de una vereda la historia de esos animales y los daños sufridos, ir a colegios y contarle a niños y jóvenes, hacerlo por todas las vías hasta que logre calar ampliamente. Pero también dice ser consciente de que para llegar a ese punto es posible que se necesiten dos generaciones más.

La meta, dice, es que llegue un momento en el que al CAV no lleguen animales por tráfico y cautiverio, que sigan llegando solo los que inevitablemente sufran accidentes y requieran atención clínica.

—Puede que para muchos animales sea tarde, pero si hoy o mañana la educación ambiental a la que le apostamos logra calar en un niño o en una señora y esa persona va y al menos le siembra la duda a otra para que se entere del daño que le estamos causando a los animales silvestres todo el esfuerzo habrá valido la pena—.

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