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Alaine Agirre, escritora: “Para el sistema patriarcal y capitalista hay demasiados libros de maternidad; para mí no son suficientes”

La autora cree en la literatura como un vehículo para visibilizar temas silenciados y como una herramienta sanadora. Ella transitó el duelo de perder a su hija y la incertidumbre de su maternidad durante la escritura de su nuevo libro, ‘Placenta’

Alaine Agirre Duelo Perinatal
Para Alaine Agirre escribir es su manera de digerir la vida y sobrevivir en este mundo.

El duelo perinatal es un duelo silenciado. Así lo afirman expertas en salud mental y así lo sienten quienes lo han vivido en primera persona. “Es un duelo que socialmente no se acepta: se tapa. Y eso dificulta mucho que lo podamos vivir”, asegura la escritora vasca Alaine Agirre (Bermeo, 33 años), autora de novelas como Libe (Eiren, 2022) o El camisón de seda blanco (Eiren, 2019) y ganadora de varios premios literarios como el Premio Kutxa Ciudad de Irún en 2021. Agirre cuenta en su último libro Placenta (Tres Hermanas, 2023), a través de Sara, su protagonista, el pedregoso camino del duelo por la pérdida de su hija. En sus páginas también se atreve a pisar otros senderos, como la cara B de los tratamientos de reproducción asistida o los desencuentros que se dan en la relación de pareja cuando una de las partes no es partícipe del proceso con el mismo deseo.

Y lo hace escribiendo desde el cuerpo, volcando en cada página las sensaciones y los procesos que, a menudo, la maternidad y su búsqueda desencadenan, pero que pocas veces se hacen visibles. “Hacen falta más relatos de las (no) maternidades en todos los ámbitos de la sociedad, incluidos el arte y la literatura”, señala Agirre en esta entrevista. Con este último título, ella ya ha añadido el suyo.

PREGUNTA. Placenta es la traducción de Karena, publicada inicialmente en 2021 por Elkar. ¿Cómo le sienta el nuevo idioma?

RESPUESTA. Traducir no es solo pasar la historia de un idioma a otro; también se trata de captar las sensaciones que las palabras transmiten. A veces, las definiciones convencionales no reflejan la carga emocional y cultural que esas palabras tienen para cada uno. Los significados se van construyendo con el tiempo, y ciertos cuerpos e instituciones tienen más poder para definir palabras y contar la realidad. Además de los significados, la forma en que suenan las palabras también le da vida a un texto literario. Traducir de un idioma a otro es todo un reto que requiere técnica, pero también la habilidad de sentir el texto, conectar con él como si fueran latidos compartidos. Para estas traducciones confío en un traductor que no solo tiene la técnica, sino que también entiende mi obra y mi voz.

P. En agosto de 2022, las escritoras Nuria Labari, Silvia Nanclares y Carmen G. de la Cueva reflexionaban en un reportaje publicado en este medio sobre el aumento de libros relacionados con la maternidad. Todas insistían en la necesidad de seguir contando la experiencia haciendo buena literatura. Le pregunto a usted: ¿son suficientes?

R. Para el sistema patriarcal y capitalista son demasiados; para mí no son suficientes. Han encerrado las maternidades entre las cuatro paredes del hogar, alejándolo de la literatura, los escenarios, los micrófonos y los altavoces. Es esencial explorar, conversar, plasmar y describir las experiencias de la maternidad (o su ausencia), narrándolas desde nuestras propias vivencias, cuerpos, voces y perspectivas. Y no hablo solo de esa maternidad hegemónica, colonizada por los hombres, medicalizada, productivista y excluyente, que nos han vendido: hablo de todos los procesos físicos y emocionales que tienen relación con las maternidades, sean como sean. Hacen falta más relatos de las (no) maternidades en todos los ámbitos de la sociedad, incluidos el arte y la literatura.

P. Sara, la protagonista de su novela, siente que “el deseo de ser madre es como un faro que no se apaga ni de noche ni de día”, y aunque no lo quiera ver, está siempre ahí. ¿Cuánto hay de una misma en el deseo de ser madre y cuánto del contexto, la cultura?

R. La protagonista se hace esa misma pregunta, aunque tenga que vivir con la frustración de no tener una respuesta coherente entre lo que piensa y lo que siente, entre su pasado y su presente. ¿Cómo sentir y pensar, cómo conversar con el deseo de ser madre siendo feminista, teniendo la conciencia de que ese deseo no es puramente personal, propio, sino algo cultural que nos han depositado dentro? ¿Es posible separar lo cultural de lo personal? ¿Acaso no obedecemos también a otros mandatos culturales, tales como las maneras de producir y consumir, organizarnos y convivir, emparejarnos y relacionarnos? Un lector masculino juzgaba a la protagonista porque antepone su deseo de ser madre a su relación de pareja. ¿Pero por qué debería ser más importante estar en pareja que criar? No hay respuestas únicas para todas las personas.

P. ¿Cree en el instinto maternal?

R. No.

P. ¿Ha cambiado su propia relación con la maternidad la escritura de Placenta? ¿Cuánto hay de autobiográfico?

R. He cambiado con la escritura de cada una de mis novelas. Con cada una de ellas he podido procesar emociones a las que no había dejado lugar anteriormente, y colocar, que no superar, las vivencias pasadas. Escribir es mi manera de digerir la vida y sobrevivir en este mundo. Es a la vez mi fortaleza y trinchera. En lo referente a Placenta, creo que escribirlo me ayudó a sanar mi herida de maternidad. Tras mucho diálogo interno sobre si quería o no, o por qué quería ser madre, tras años de intentarlo, conseguí quedarme embarazada, pero tuve que dar a luz a mi hija muerta. Me rondaba el tema, sabía que antes o después tendría que escribirlo, y en cuanto estuve preparada para mirar a ese dolor, lo hice. Al principio pensé que sería el relato del dolor ante la pérdida de una hija deseada y no nacida, pero el relato fue tomando consistencia, y sentí la necesidad de adentrarme en otros terrenos de la maternidad con el cartelito de “prohibido el paso”.

P. “A veces no queda otra, sino atravesar el dolor”, escribe. Hay mucho dolor en las páginas.

R. Lloré y transité el duelo de la pérdida de mi hija y la incertidumbre de mi maternidad gracias, en parte, a la escritura de Placenta. Antes no me había permitido sentir el duelo, ya que es un duelo que socialmente no se acepta: se tapa. Y eso dificulta mucho que lo podamos vivir. No es solo que no se acompañe, sino que, directamente, se niega. Se prohíbe.

P. Los dolores compartidos, ¿duelen menos?

R. Se llevan mejor. Para mí hubiese sido reconfortante leer algo como lo que he escrito años antes. Yo misma fantaseaba con que esta novela fuera un abrazo para algunas personas, y me ha llenado mucho saber que, de alguna manera, lo ha sido.

P. ¿La literatura puede salvarnos cuando hay un dolor tan enorme como el duelo?

R. A mí la literatura me ha salvado en muchas ocasiones porque me ha ayudado a sobrevivir en épocas malas y a vivir con más plenitud y sentido. Pero por mucho que te ayude, la literatura no es suficiente si no tienes un entorno protector, no demasiado violento, reparador y mínimamente aceptante. Necesitamos que no nos violenten, que nos den recursos para reparar los daños, que nos acepten y respeten. No hablo solo de las madres, sino en general: en estos momentos todas mis amigas allegadas están rotas. Nos rompe el sistema. En fin, que la literatura nos valga también para debilitar a este sistema que nos hiere.

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