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Tres maestros relatan cómo es educar en tiempos de cuarentena

La finalidad de la educación es algo más que transmitir conocimientos. Estos docentes explican su realidad y cuáles son sus preocupaciones

Daniel hace los deberes de la escuela que su maestra le encarga por videoconferencia.
Daniel hace los deberes de la escuela que su maestra le encarga por videoconferencia. Agusti Ensesa (EL PAÍS)

Desde que comenzó el confinamiento, las tareas escolares han sido un tema recurrente en redes y medios de comunicación y han sido el eje central de preocupación de muchas familias; pero ¿cuál es su realidad? ¿Qué preocupaciones los acompañan?

Diego Téllez Rodriguéz, docente en Alicante, manifiesta su preocupación por solventar las desigualdades y pone énfasis en la necesidad de adaptarse a los alumnos y no al revés:

Del mismo modo en que trato de atender las diferentes necesidades dentro del aula, ahora, con más motivo, debo ser muy sensible a la diversidad existente entre las familias con las que comparto proyecto educativo. Todos tuvimos que adaptarnos sin previo aviso.

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En mi caso, la realidad es que existen niños con un amplio apoyo familiar y con recursos, otros cuyos padres deben trabajar a diario, y algunos sin internet en casa o sin dispositivos electrónicos más allá de un móvil para toda la familia. Siento la responsabilidad y la preocupación de llegar a todos ellos y por eso tengo abiertas vías de comunicación tanto con los alumnos como con sus padres.

No me gusta la palabra “deberes”, entiendo mi trabajo como un acompañamiento a las familias con la mayor profesionalidad y empatía posible. Fundamentalmente, las propuestas para mis alumnos se basan en cuatro pilares.

Primero, apoyar emocionalmente y transmitir tranquilidad ya que lo realmente importante es que estén bien con sus familias. En segundo lugar, diseñar actividades abiertas de investigación o creación que les resulten interesantes e incluso divertidas. Tercero, ofrecer un seguimiento constante, proporcionando consejos, sugerencias y ayudando en lo que puedan necesitar. Por último, mucha flexibilidad en todos los sentidos, soy yo el que se tiene que adaptar a mis alumnos y no al revés.

Francisco Cid, maestro en Cádiz expresa su malestar y preocupaciones desde que comenzó la crisis, incidiendo en la importancia del respeto:

“Vacaciones para los maestros con esto del coronavirus, ¡anda que no viven bien! “

No os podéis hacer una idea de lo que duele esa frase a todos aquellos que, como yo, amamos la enseñanza.

No,señor mío, no estamos de vacaciones, estamos intentando gestionar una situación nunca antes vivida en nuestro país. Porque una buena mañana, nos levantamos y vimos cómo nos cambió la vida y cómo tuvimos que sacar adelante un proceso educativo sin la más mínima ayuda, con ordenadores obsoletos y con el miedo de las familias en el cuerpo.

No, no estamos de vacaciones, estamos sufriendo porque no sabemos si nuestros alumnos se olvidarán de nuestros abrazos, sufriendo por si aquello que mandamos se ajusta a las necesidades de las familias, sufriendo por si cuentan con los medios necesarios para abordarlo, porque, saben qué, también nosotros tenemos miedo. Miedo a no estar a la altura, miedo a no poder atender a todo el alumnado, miedo a que esos pequeños que más lo necesitan, se estén apartando del sistema.

No, no estamos de vacaciones, estamos en una terrible pesadilla en la que saldremos si estamos unidos, si empatizamos, si nos comprendemos unos a otros.

No, no estamos de vacaciones, ni tampoco queremos aplausos, solo intentamos hacer nuestro trabajo de la mejor manera posible con lo poco que nos ha quedado. Lo que sí quiero es respeto, respeto por todos aquellos docentes de corazón que hacen de esta desgracia la cura para muchos alumnos y familias.

Gonzalo García Biezma, maestro en Madrid, se centra en la importancia de mantener una responsabilidad compartida y afirma sentir el respaldo de las familias:

Para mí, está implicando un gran sobreesfuerzo, como lo está siendo para toda la sociedad, no somos diferentes. Un esfuerzo destinado sobre todo a que el vínculo generado con mis alumnos no se diluya.

Me doy cuenta del valor de la interacción personal en el proceso educativo, que es la base para que se vayan construyendo aprendizajes, para crear un ambiente que predisponga al enriquecimiento y al desarrollo integral. Recursos académicos hay de sobra para que un niño pueda aprender de forma autónoma. Pero, ¿y la guía? ¿Y el refuerzo emocional? ¿Y todo el aprendizaje transversal, quizás el más importante? ¿Cómo conseguir que continuemos juntos? Esto es lo que me ha llenado de mayor preocupación e inseguridad desde el principio, lo que más miedo me daba perder.

Porque quiero a mis alumnos y deseo lo mejor para ellos. Porque los conozco, escucho y respeto, tratando de proporcionarles lo que necesitan individualmente. Les echo mucho de menos, a cada uno de ellos, con sus particularidades, sus deseos, sus defectos y virtudes, etc. ¿Estarán todos bien? ¿Estarán recibiendo aquello que precisan? Estábamos creciendo tanto juntos y ahora siento tristeza por la posibilidad de que finalice el curso sin haber vuelto a verlos, sin volver a ser su maestro.

Las familias me han tendido su mano para hacer de puente con sus hijos. Se han convertido en el cable conductor de conocimientos y emociones y, además, lo han hecho de forma bidireccional.

Ojalá los niños estén recibiendo esto por nuestra parte, porque en el fondo es un regalo. La preocupación por ellos no mengua, pero se atenúa, la responsabilidad compartida pesa menos y enriquece más.

Como ellos muchos docentes más, maestros de corazón,con un preocupación y objetivo común que va más allá de las tareas: el bienestar emocional de los alumnos y sus familias y el trabajo por solventar la diversidad existente para que ninguno sea invisible y quede fuera del sistema.

Ruth Alfonso Arias. Educadora Infantil. Educadora de Psicología Positiva

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