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Cómo elegir un campamento de verano

Los expertos aconsejan que padres e hijos se pongan de acuerdo. Se debe comprobar la experiencia de la empresa, el número de monitores y las instalaciones

Getty

Elegir el campamento al que van a mandar a su hijo este verano es una decisión difícil a la que muchos padres se enfrentan estos días. No solo por no estar seguros de si está ya preparado para pasar unos días fuera de casa, sino por la presión de reservar plaza a estas alturas del año y por la amplia oferta. Desde luego no tranquiliza nada escribir “campamentos verano 2018” en un buscador y encontrar más de 14 millones de entradas.

Algunas empresas lo saben y han decidido echar una mano. Cómo elegir un campamento de verano. Guía para padres es un útil instrumento de ayuda editado en 2016 por Accom Consulting Spain, una agencia intermediaria de Málaga que ofrece, entre otros, campamentos en España y el extranjero con deportes e idiomas. María Pizarro, de Accom, es consciente de lo difícil que es a priori identificar qué campamento es bueno entre tanta oferta, pero luego nos tranquiliza: “Siempre hay uno para cada niño, donde se lo va a pasar mejor”.

Pizarro destaca que “lo más importante es conocer las prioridades de padres y niños e intentar casarlas” antes de tomar una decisión. También es importante “saber cómo es el niño, edad, nivel de idiomas, si ha salido antes de casa, si es tímido o no o qué deporte le gusta”. Y entonces, buscar un acuerdo que satisfaga a ambas partes: por ejemplo, un campamento en inglés (lo que quiere el padre) y con fútbol (lo que quiere el hijo).

Si las guías son un instrumento interesante, hay quien cree que el boca a boca es la mejor propaganda. Es el caso de Néstor Rodríguez, con 25 años de experiencia en la organización de campamentos y viajes de fin de curso, desde hace tres años con su propia firma, English Inmersion Adventure. Rodríguez aconseja ver “la experiencia de la empresa, asistir a las reuniones informativas, conocer las instalaciones y las actividades” y averiguar la titulación de los monitores. Es mejor apostar por unas instalaciones que sean propiedad de quien oferta el campamento, y defiende el intercambio para aprender inglés frente al sistema de convivir con familias en Irlanda o Reino Unido que cobran por alojar a los niños. “Al ser una relación comercial, no van a tratar a tu hijo como lo harías tú”.

Augusto Lamo, de International Home Student (IHS), empresa dedicada desde 1991 a organizar cursos de verano de un mes en Estados Unidos para chicos de 13 a 18 años con familias de acogida voluntarias, coincide: “Cuando no hay dinero de por medio, las familias se vuelcan con más ilusión y ganas, enseñan a los chicos la cultura, la forma de vida y participan más”.

Garantías

Lamo, que también organiza cursos académicos en EE UU y Canadá, recomienda a los padres que contacten con firmas que tengan programas en marcha todo el año, que ofrezcan un seguro como el de responsabilidad civil y que estén asociadas (él lo está en Aseproce, Asociación Española de Promotores de Cursos en el Extranjero), “porque dan otro nivel de seguridad, están reguladas, tienen más garantías y cuentan con un código deontológico”.

Otra opción son los cada vez más demandados campamentos de verano con fines sociales o medioambientales. The Third Half organiza desde 2015 viajes con 21 ONG de 19 países, que engloban solidaridad, deporte y educación, enfocados a chicos a partir de 16 años. Su director, Germán Argüelles, aconseja sopesar “la seguridad del programa (seguros de viaje, médico, de cancelación y evacuación de emergencia), el nivel y la calidad de la inmersión durante la experiencia y el equilibrio entre las actividades ofrecidas”.

Argüelles este verano organiza, entre otros, campamentos en Lesoto, “combinando entrenamientos de fútbol con jóvenes locales con actividades para conocer y sensibilizar sobre el sida”; en Brasil, “rehabilitando espacios de juego seguros para niños y para jóvenes”, y en Irlanda, “visitando un centro de refugiados y utilizando el fútbol como herramienta de integración social”.

Y si no quiere ir, ¿qué hago?

Una noche, Natalia (ocho años) sorprendió a sus padres mientras cenaban diciendo: “El año que viene no quiero volver de campamento. Lo pasé fatal. Lloré todas las noches”. Habían pasado varias semanas desde que regresó de pasar, por primera vez, cinco días fuera, y nunca se había expresado así antes. ¿Qué hacer con los niños con malas experiencias o que lo pasan mal al alejarse de casa y de sus padres? Abel Domínguez, psicólogo infantil-juvenil, señala que estos problemas son normales los primeros días y defiende que solo hay que traer a los niños de vuelta “si comprobamos a través de los monitores que lloran todo el tiempo y que no se adaptan”.

El psicólogo marca unas pautas antes de mandar a un niño a un campamento: tener la experiencia previa de pasar alguna noche fuera de casa y favorecer su autonomía, dejando que ordene y se haga cargo de sus cosas. Cree que la mejor edad para comenzar es a los seis años, con un periodo de entre 7 y 10 días. “Necesitan ese tiempo mínimo para formar grupos y desarrollar procesos sociales entre ellos, tanto que muchos lloran al despedirse”. Domínguez es partidario del contacto telefónico en días alternos entre padres e hijos “porque así se elimina la preocupación de ambos”. En cambio, desaconseja las visitas a mitad de campamento “porque interrumpen el ritmo, reenganchan a los niños con la nostalgia y te llevan a comenzar de nuevo con la adaptación”.

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