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Malos tiempos para la lírica, amigo Raf

Es como si el ingenio, el arte y la sensibilidad del diseñador belga sencillamente fueran demasiado para cualquier marca de moda del mundo

El diseñador belga Raf Simons saludando tras un desfile de Calvin Klein.

Getty Images

Desde luego el modelo empresarial que ha dominado Calvin Klein en las últimas décadas, una marca atomizada de licencias sobre las que se tenía poco o nulo control, parecía lo opuesto, conceptualmente hablando, para un tipo como Raf Simons, obsesivo, controlador y con un férreo concepto creativo. Los comienzos fueron prometedores, como todos los comienzos (el amor tiene esa extraña manera de convencerte de que todo es posible): Simons tuvo su marca, ya que el renombramiento de Calvin Klein como Calvin Klein 205W39NYC facilitaba una suerte de comienzo ideológico; y los señores de traje gris tenían su área de rentabilidad, Calvin Klein Jeans. Pero Raf, claro, no iba a dejar que la segunda línea fuera una simple fábrica de camisetas con logos (podría haberlo hecho y se hubieran vendido a escala Supreme), pero no, con él no existe la posibilidad de tomar el camino fácil.

Lo intentó invitando a la iconografía warholiana a estampar las prendas más asequibles, pero al final la evidencia estaba ahí: nada en Raf es gratuito, nada es una banal herramienta de marketing, no existe espacio para el merchandising; todo en él es discurso poético, su narración de los hechos lo ocupa todo. Y aquí está la paradoja: profundidad en Calvin Klein, esa marca que en el imaginario popular tiene la forma del elástico de unos calzoncillos que asoman por encima de los vaqueros, quizá era mucho pedir; una marca de fragancias para el diseñador más creativo del mundo al final no era tan buena idea.

A Raf le entregaron las llaves del cielo (además de un contrato millonario): su cargo de director creativo le daba derecho de voto y veto a cualquier aspecto relacionado con la firma, desde el corte de los vaqueros hasta el color de los muebles de sus tiendas, un poder muy a lo Hedi Slimane, algo que no había ocurrido en su etapa en Christian Dior y a lo que hay que sumar otra pequeña pero importantísima diferencia: la maison francesa era una firma de lujo; la americana, una corporación dedicada al marketing masivo. Ay, la lírica, Raf.

El diseñador belga Raf Simons.

Getty Images

Esto entrañaba sus riesgos, sobre todo teniendo en cuenta que Calvin Klein atravesaba un momento dulce, económicamente hablando, cuando Simons desembarcó en sus oficinas del midtown neoyorquino. Pero Emanuel Chirico, presidente de PVH, empresa propietaria de la marca y de otras enseñas mass market como Tommy Hilfiger, se sentía inspirado por el caso de Alessandro Michele en Gucci y pensó: ‘hagamos lo mismo en Calvin’.

La primera colección de Raf Simons, presentada en febrero de 2017, fue un repaso de los tópicos y clichés que han convertido la cultura americana en la cultura americana. Todo con la instalación del artista Sterling Ruby de fondo. Simons era consciente de que se esperaba de él mucho más que ropa bonita, cara e intelectual… y fichó a las hermanas Jenner-Kardashian para protagonizar la campaña y revalidar así el éxito publicitario anterior de al volante. Sin embargo incluso aquello, tumbar a las chicas más conocidas y fotografiadas del planeta sobre un quilt de patchwork, era algo muy Raf.

Al principio, muy al principio, las ventas de las líneas secundarias parecían compensar el limitado rendimiento de la división principal de prêt-à-porter, pero al final no solo se trata de números, ni siquiera para una marca vinculada a la cultura pop como Calvin Klein, sino más bien de encontrar un lenguaje común, un espacio en el que el arte y la rentabilidad fueran compatibles. Y un detalle más que ya anticipaba el fatal desencuentro: Willy Vanderperre, fotógrafo e íntimo amigo de Simons responsable de su primera campaña en Calvin Klein, fue reemplazado por Glen Luchford -habitual de Gucci- al frente de la campaña primavera-verano 2019. La sombra de la marca italiana de nuevo planeando.

Basta entrar en el apartado ‘Leadership’ de la web de PVH para darse cuenta de que era una relación destinada al fracaso: un portfolio de señores y señoras grises, con trajes de chaqueta fabricados en serie y sonrisas forzadas y, en medio de todos ellos, una única fotografía en blanco y negro, la de un hombre con una camisa blanca y semblante severo: Raf Simons. Igual de extraño y ajeno que un cuadro de Rothko colgando de una sucursal bancaria en mitad de ninguna parte.

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