Olhão, fantasía cubista en el Algarve

Ponemos rumbo al Algarve, en el sur de Portugal. Concretamente entre Tavira y Faro, para perdernos por las callejuelas de Olhão, una de sus ciudades más marineras.

Tejados de las casas tradicionales del pueblo pesquero de Olhão, cerca de Faro

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No es difícil perderse por el antiguo barrio de pescadores de Olhão, sobre todo si se hace a propósito: su entramado de callejuelas empedradas, esas que se retuercen hasta el infinito, conforman un auténtico laberinto del que llega a apetecer no salir jamás.

Quizás la culpa la tengan todas esas casitas bajas, en general pintadas de blanco impoluto –aunque alguna que otra hay forrada de tradicionales azulejos–, que embaucan y despistan a partes iguales. Muchas incluso conservan un ribeteado de color gris o azul que rodea las ventanas y que desvela, a quien tenga un poco de intuición, en qué lugar de la costa portuguesa nos encontramos.

Ocupando esos espacios se hallan viviendas, pero también artesanos, pequeños restaurantes con sabor a mar y negocios de recuerdos. Encantadores proyectos que sorprenden mientras se pasea junto a ellos una cálida mañana de verano cualquiera, poniendo la atención en cada detalle, en cada bello rincón. La brisa atlántica, la que se arremolina en las esquinas, vendrá entonces a refrescarnos.

Es esta una buena manera –quizás la mejor– de arrancar nuestra particular incursión a la que es conocida popularmente como la ciudad cubista del Algarve. ¿La razón del apodo? Precisamente la encontramos en su casco histórico, cuyas antiguas casas y bloques de viviendas carecen de tejados, que fueron sustituidos en el pasado por terrazas: las típicas azoteas algarvías. Una estampa única que se aprecia en el momento en el que se sube un poco en altura –¿quizás a la torre de alguna de sus iglesias?– y se contempla la multitud de cubos que se esparcen sobre un horizonte plano, juntándose y superponiéndose en múltiples perspectivas.

Dicen que esas azoteas son herencia de los árabes, que pasaron por aquí siglos atrás. Sin embargo, el origen de Olhão es bastante anterior: hay hallazgos arqueológicos que demuestran la presencia del ser humano por aquí ya en el Neolítico, aunque los restos de mayor interés, unas figuritas en caliza descubiertas en Moncarapacho, corresponden al Calcolítico.

Tiempo después vendrían los romanos, que dejaron también su impronta, como en muchos otros pueblos del litoral, con su actividad pesquera y su industria del salazón. Unas raíces que pasaron a formar parte de la identidad de Olhão, que hoy, un puñado de siglos después, continúa desarrollándola hasta el punto de contar con el mayor puerto pesquero del Algarve.

Pescados aparte, ya habrá tiempo después de hablar de ellos, seguimos con nuestro paseo y también con las sorpresas, que en ocasiones llegan desde las alturas: los pájaros de cerámica que decoran, atados a una red, las calles más pequeñas de la ciudad, dotan de un encanto especial a la zona. En otros rincones son sombrillas de colores o banderolas las que añaden el toque de color.

Una conversación entre madre e hija se intuye tras los visillos de encaje de una ventana abierta, mientras que dos esquinas más allá, lo que se deja oír es un poco de fado. De repente, algunos edificios impactan por su aspecto señorial: puertas inmensas, balcones de hierro forjado, grandes ventanales… no se alcanza a ver su interior, pero es posible imaginarlo. Son casas que pertenecieron a aquellos empresarios y pescadores que se enriquecieron a comienzos de siglo XX con el comercio y la industria conservera de Olhão.

En el número 72 –y hasta el 80– de la Rua do Comércio, un singular edificio de fachada blanca y enorme cúpula en su azotea nos cautiva: se trata de uno de los emblemas de Olhão, y no es para menos. Construido en 1920, siempre albergó en sus bajos algunos comercios –The Florita Shop es uno de los más recordados– y en las plantas superiores, habitaciones. Actualmente es una casa de huéspedes reformada, O Casarão AL, desde cuya azotea se obtienen unas vistas inmejorables de la ría y de las casas cubistas de la ciudad.

La última parada la hacemos en la iglesia matriz, el primer edificio en piedra levantado en Olhão, construido a comienzos del siglo XVIII. Con su majestuosa fachada barroca –y la correspondiente cigüeña que decidió instalar su nido en el tejado, por supuesto–, su capilla mayor, la bóveda de cañón que cubre todo el interior y sus imágenes religiosas, deslumbra a los fieles a diario. Nos acercamos también hasta la capilla de Nuestra Señora de los Afligidos, en la zona posterior, venerada por todos aquellos que dedicaron, y lo siguen haciendo, su vida al mar.

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Porque sí: el mar es una constante cuando se habla de Olhão, y eso se nota. Lo hace en detalles como los maceteros con forma de proa que decoran sus calles, pero sobre todo en el aroma salino que envuelve cada recoveco y que, sin darnos cuenta, nos dirige hasta la avenida 5 de Outubro. Allí, frente a las resplandecientes aguas de un Atlántico que, en esta parte del Algarve, da cobijo a la aclamada Ría Formosa y a su colección de barcas de pescadores multicolor, se halla otra de las paradas incuestionables de la ciudad: el singular edificio del mercado.

De color rojizo y cúpulas verdes, para visitarlo es menester madrugar y vivir así el ambiente más auténtico en torno a sus puestos. Aquí la algarabía se adueña del espacio, y eso es algo que se contagia. El pescado fresco va y viene con la misma rapidez con la que los pescaderos lo limpian, preparan y despachan. Mientras que sobre los mostradores se exhiben especies jamás vistas, con nombres exóticos jamás oídos, cuyas bondades y beneficios los tenderos no tardan en explicar.

Mercado municipal de Olhao

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En el segundo edificio del mercado, los puestos son reservados para carnes y verduras. Allí también se respira el verdadero Olhão, el protagonizado por sus vecinos en su rutina diaria de hacer la compra. Algo que cambia bastante los sábados por la mañana: entonces los productores locales de toda la zona también se unen a la fiesta y en torno al edificio del mercado instalan sus coloridos puestos con todo tipo de productos de la tierra. ¿Entre sus propuestas? Desde artesanía hecha con corcho a tarritos con licor de madroño, dulces tradicionales a base de almendra e higo o flores. Irse de allí con las manos vacías no solo será un sacrilegio: también supondrá misión imposible.

Algo más allá, donde el puerto pesquero encuentra su lugar, el ajetreo sigue, y entre barcas que vienen y van, covoscestas de barro utilizadas para atrapar pulpos– apiladas y redes de todos los tamaños, los verdaderos protagonistas de este arte, los pescadores, se afanan entre charlas y risas en tareas cotidianas relacionadas con su oficio. Ahí se halla la verdadera Olhão.

Puesto de verduras en el mercado de Olhão

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Háblame del mar, marinero

Del mar, sí, que ya que estamos aquí, habrá que explorarlo. Aunque antes, quizás sea mejor saborearlo. Nos decidimos por probar el producto local precisamente frente al mercado: allí se halla O Bote, un restaurante de corte tradicional en el que João y Roberto se esfuerzan por ofrecer a sus comensales el mejor pescado y marisco de la zona a través de recetas de toda la vida. Probamos un típico arroz con navajas y –somos de clásicos, qué le vamos a hacer– una cataplana. Para una propuesta algo más estilosa, en Tacho à Mesa, en la Avenida dos Lavadouros, sirven un pulpo y unas sardinas maravillosas.

Con el estómago lleno, ahora sí, será hora de seguir el camino.

Y el camino nos lleva a la playa, que también es famosa Olhão por las diversas y apetecibles opciones que ofrece en este sentido. Desde su puerto zarpan pequeños barcos que conectan con las espectaculares y solitarias –algunas más que otras– de la Ria Formosa, como las de Armona, Culatra o Farol.

Armona, pueblito de pescadores repleto de encanto, es también destino de veraneo de muchos portugueses y foráneos. Una vez en tierra, deberemos de traspasar el conjunto de casas y recorrer las dunas a lo largo de casi 1,5 kilómetros hasta alcanzar la playa, esa que a vista de pájaro luce una infinita paleta de tonalidades azul turquesa. Sus aguas heladas –esto es el Atlántico, qué esperábamos– y a ratos, tranquilas, son ideales para practicar deportes acuáticos de todo tipo o para deleitarnos en el simple placer de flotar panza arriba. Esto sí que es el paraíso.

Playa en Olhao

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Pero hay más, claro, y en la vecina isla de Culatra la diversión playera continúa. ¿Lo mejor? Que aquí hay para elegir, así que o bien apostamos por la Praia da Culatra, a la que llegamos tras caminar por una pasarela elevada de 500 metros de largo, o por Praia do Farol, que debe su nombre al faro que hay en su extremo occidental. Ambas bastante populares, será solo cuestión de tirar de paciencia –y de piernas–, para encontrar nuestro lugar: tras caminar un poco y dejar atrás la zona donde más concentración de gente suele haber, encontraremos ese espacio solitario en el que plantar nuestros traseros… y la sombrilla. De eso no hay duda.

Como tampoco la habrá de que, con el maravilloso espectáculo natural y paisajístico que tendremos delante, ¿quién será capaz de movernos de aquí? Complicado va a estar, no vamos a mentir...

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