Valladolid: una escapada con V de vino

La ciudad de Valladolid es el destino ideal si lo que deseas es una escapada veloz que te permita descubrir toneladas de historia, platos típicos cargados de sabor y algunas de las mejores bodegas de nuestro país.

Valladolid: cultura, tapas y vinos en la perfecta escapada exprés

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Son muchos los atractivos y bondades de esta ciudad de Castilla y León, tantos como caben en un fin de semana. Situada a dos horas de Madrid, Valladolid supone una opción más que loable para aquellos urbanitas que deseen impregnarse en la apacible vida de la una capital de provincia con ríos de historia a sus espaldas.

Aquí, en “Pucela”, se casaron los Reyes Católicos, vivió Cristóbal Colón, nació Felipe II, y se guardó la documentación del reino en los excelentes y reconocidos archivos de la Chancillería y Simancas.

Antigua capital de España, aprovechando que el Pisuerga pasa por aquí, y dada la concentración de paladares aristocráticos, nobles y eclesiásticos, Valladolid siempre ha sabido ofrecer al visitante una gastronomía que encarna la paleta completa de los típicos sabores castellanos: en sus bares no faltan los torreznos, la oreja, las tapas de queso curado y el morro frito que durante siglos ha ayudado a los castellanos a soportar los rigores del invierno.

Plaza Mayor de Valladolid

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Valladolid es fácilmente visitable a pie, dado lo llano del terreno sobre el que se asienta. El origen medieval de la ciudad se remonta a su abundancia de aguas, pues el río Esgueva, cuyo trazado actual se encuentra desviado del centro, atravesaba la ciudad por tres ramales.

Os propongo comenzar nuestro paseo gastronómico siguiendo su antiguo curso, que además, coincide en muchos puntos con el camino histórico que comunicaba la ciudad con Burgos y Santander, de donde durante siglos provino buena parte de la riqueza vallisoletana.

Así, comenzaremos en la calle Chancillería, ante la fachada barroca de la Real Chancillería, anexa al Palacio del Conde Ansúrez, y que comparte acera con el Palacio de los Vivero (edificado en 1440), donde se dieron el “sí, quiero” Fernando de Aragón e Isabel de Castilla.

La historia da un hambre voraz, y por eso, seguiremos por la calle San Martín hacia la plaza e iglesia del mismo nombre, donde se ubican numerosas tabernas y locales tradicionales. Esta zona de la ciudad, situada fuera de las murallas, era habitada por mudéjares, y podemos imaginarla tan llena de olores como se encuentra hoy en día, con fogones encendidos día y noche.

Bodegas Arzuaga Reserva 2009

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La Venta del Fraile (plaza San Martín, 8) guarda el espíritu de la plaza en su amplia barra de madera, y los productos que ofrecen en las omnipresentes bandejas de plata.

Mi recomendación es probar los Huevos de fraile (huevos duros rellenos y rebozados), plato estrella del local, regados con vino de Bodegas Muruve (Toro), para comprobar como los mitos de rusticidad que acompañaban al vino de Toro pueden pasar a la historia.

También es recomendable probar las picardías (bolitas de bechamel rebozadas y fritas en aceite de oliva), y acompañarlas con un vino joven como puede ser un Arzuaga, de la cercana Ribera del Duero.

Catedral de Valladolid

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El vino es sagrado en Valladolid porque se mama desde la cuna, y también, por el propio orgullo de los locales hacia una denominación, el Ribera, que durante años ha vivido a la sombra de los Rioja o Burdeos. Sordos ante las críticas y comparaciones, los vallisoletanos agitan, huelen y miran el vino como lo que es: un caldo que merece una atención aparte.

Por eso, cuando Alberto Sierra, entendido en la materia y guía turístico-gastronómico de profesión, me indicó que, cada vez que uno se acerca más y más a la Catedral, la calidad del vino y la tapa aumenta, no me lo pensé dos veces, y me encaminé hacia la gran plaza que separa la iglesia de Santa María de la Antigua y la colosal sede diocesal.

Allí pude comprobar como el bar El Penicilino sigue manteniendo su fama de taberna castellana a la antigua usanza, donde merece la pena probar su vino dulce con “zapatilla” (mantecado que se coloca encima del vaso), que ayudará a asentar el estómago entre caldo y caldo.

Una escapada de tapas y vinos en Valladolid

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Desde la terraza del Penicilino podremos contemplar el centro y origen de la ciudad en tiempos medievales, pues desde allí se divisa la blanca silueta de Santa María de la Antigua, cuyo campanario, de estilo románico con clara inspiración francesa, es uno de los más originales de este estilo en España.

A su lado,** la incompleta Catedral, que estuvo proyectada para superar en tamaño a San Pedro del Vaticano**, es un ejemplo perfecto de que la especulación urbanística se daba desde tiempos antiguos.

Su fachada, barroca e imponente, vigila un local, La Cárcava (Cascajares, 2), muy conocido entre los vallisoletanos por su “tapeo fino”: su oferta, además de las tradicionales oreja, torreznos y bravas, incluye un surtido exquisito de tostas de todos los sabores posibles, tantos, que enumerarlos aquí significaría provocaros un ataque de hambre repentino que difícilmente podríais controlar.

Mi recomendación es pedir un Torrente (quesos brie, cheddar, sobrasada y tomate caramelizado sobre pan tostado) y una hamburguesa de Lechazo acompañadas de un Protos, vino mítico donde los haya, o bien un buen crianza como es Viña Mayor, cómo no, de la Ribera del Duero.

Bar Castivera, un clásico

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Del “tapeo fino” de La Cárcava os recomendamos pasar a degustar una de las tapas más típicas y loables de Valladolid: la oreja rebozada. El apéndice auditivo del cerdo comparte características con el resto de productos de casquería: o los amas profundamente, y no puedes ni olerlos.

Sin embargo, la oreja rebozada que sirven en el Bar Castivera (Alarcón, 3), muy cerca de la Plaza Mayor, luchará firmemente contra aquellos reticentes a reconocer su valía, y lo mismo harán los crujientes torreznos de fama reconocida en toda la ciudad.

La calle que une ambos bares, La Cárcava y Castivera” es Cánovas del Castillo, la cual nos ofrece un curioso resumen de la historia arquitectónica de Valladolid; el número 6 aloja una bella fachada neogótica, símbolo de aventuras modernistas, y a su lado, en la calle de la Sierpe, los adoquines conformarán una serpiente casi invisible de noche, y que sigue el trazado subterráneo de un canal de aguas medieval.

Más adelante, los pórticos renacentistas y barrocos, de columnas añejas y monolíticas, nos conducirán a la célebre Plaza Mayor, con su decoración rojiza tomada de las pinturas de época, siempre llena de viandantes, curiosos y turistas que admiran el lugar que sirvió de modelo a las futuras plazas de Madrid y Salamanca.

La Tasquita, uno de los imprescindibles de la calle Correos

La Tasquita

Sin dejar que la belleza de la plaza nos despiste, avanzaremos hacia la calle Correos, epicentro de la cultura vinícola de la ciudad, más dedicada al beber que al comer, y donde destacan La Tasquita y El Corcho; los propios camareros, sabedores del exigente paladar de los vallisoletanos, ofrecen al cliente excelentes Riberas: crianzas de Bodegas Comenge, vinos jóvenes de Pinna Fidelis de textura afrutada, o el célebre caldo que producen en Bodegas Carramimbre, de fama bien ganada.

A partir de aquí, guiados por la inspiración que nos proporcione el vino, podemos alargar la noche, la mañana, o la tarde paseando por las anchas calles que conducen hacia el parque de Campo Grande, pulmón verde de Valladolid, a través de las cuales podremos admirar el rico patrimonio de la ciudad, y lamentarnos por aquel que se perdió durante las reformas emprendidas a partir de los años 60, y que terminaron con muchos de los solares y edificios emblemáticos de la ciudad.

Valladolid, a pesar de haber sido dañada de gravedad por la especulación y los arquitectos carentes de nociones estilísticas, se ofrece al caminante como lo hace su vino: sincera, recia y agradable a los paladares más exigentes, que encontrarán en la ciudad del Pisuerga el fin de semana gastronómico que deseaban. El lunes, después del vino y los torreznos, la semana será otra cosa.

El Corcho, expertos en el arte de comer y beber

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