Parar el tiempo con las mejores vistas de A Coruña en el hotel Noa

Dos días y una noche en el paraíso de este hotel boutique

Contemplar A Coruña desde la piscina (o el jacuzzi)

Hotel Noa

Los techos del hotel Noa _(rúa Concepción Arenal, 51) _ son altos, los espacios abiertos. No da la sensación de entrar en ninguna parte, porque a la vez ya estás en algún lugar.

Apenas unas tablas finas de madera separan la recepción de la cafetería, el trasiego de gente entrando con ilusión y despidiéndose con morriña de los cafés y los refrescos y los digestivos y los brazos caídos y los libros de esquinas de caída lánguida, de esos que solo se leen en verano.

Las 32 habitaciones tienen vistas al mar

Hotel Noa

Pido un agua, y me traen un pincho de tortilla poco hecha, que a mí me encanta porque me recuerda al verano, a los chapuzones de entrar y salir -porque las playas bañadas por el Atlántico no dejan hacerse unos largos, a menos que pienses que la hipotermia es el nombre científico de una seta-, a esas comilonas en la playa con tortilla, filetes empanados, ensaladilla rusa y croquetas, y la posibilidad de beber Coca Cola, que antes solo se compraba para las ocasiones especiales y para cuando había visitas en casa.

Aquí se come producto local y tratado con esmero

Hotel Noa

Pese a que mi tiempo está revuelto, el cielo es gris, tranquilo, taimado, pausado. Cómo no. Hay madera y hormigón visto y líneas sencillas que resaltan con el color lechoso de mi piel apenas expuesta al sol.

Sentado en este lugar, que es cafetería pero hace sentir como si estuvieras en la terraza sin estar, desde este hotel situado justo en el medio de la bahía del puerto de Santa Cruz, se ve el skyline de ** A Coruña .** Se ve la torre de control de tráfico marítimo, la que tiene forma de hache, que se construyó después de la catástrofe del mar Egeo; o la cúpula de las carboneras, que se hizo porque antes de eso el carbón dejaba las paredes de los edificios colindantes impregnadas de negro; o la elevación de la zona vieja y la torre de Hércules.

Uno de loscompañeros, Jonatan Armengol, cuenta su impresión sobre los espacios integrados, sobre esa sensación tan agradable de estar en ninguna parte y a la vez en todas.

Todas las habitaciones de este hotel de cuatro estrellas dan al mar. Las 32. Apostaron por las vistas desde el principio. Podrían haber puesto otra línea de habitaciones mirando al parque que hay detrás, el Luis Seoane, pero pensaron que no sería lo mismo. Yago López, el director, piensa que dolería darle a un huésped una habitación desde la que no se ve el mar. Desde cualquiera de ellas te sientes en el centro de la bahía. Con la vista del castillo de la isla de Santa Cruz, en donde la gran Emilia Pardo Bazán pasaba sus veranos.

Camas infinitas

Hotel Noa

Camas grandes, cojines grandes, una bañera integrada y una cafetera -los que somos cafeteros adoramos este detalle, porque estaríamos todo el día bebiéndolo-. Una macedonia de frutas, fresas y chocolate como bienvenida. Más que suficiente. Abre las cortinas si no te lo crees.

Si te parece poco, en el último piso hay una piscina y un baño exterior de burbujas. Con terraza. Imagínate caminando en albornoz cual diva pop con una copa de vino blanco, en un plano fijo en el que lo dejas caer mientras pones un pie en el agua caliente y el vaho serpentea. Ojo ahí al detalle, que igual te quedas todo el día.

Si te gusta pasear, el municipio de Oleiros tiene rincones con mucho encanto. Esta localidad de rebeldes galos está llena de acantilados agrestes, playas de arena fina, caminos flanqueados por castaños y robles, de hortensias silvestres, de floripondios, buganvillas y de araucarias.

Y de casas de indianos, de edificios que parecen traídos de la época colonial, de aquellos gallegos que hicieron riqueza en las américas y volvieron para montar escuelas y hospitales en un país en el que no había nada.

O Pasatempo de Betanzos: el jardín de los secretos

Rubén Martínez

De puertos díscolos como el de Lorbé, en donde se pueden ver bateas de mejillones y ostras -porque la práctica totalidad de ellas están en el sur, en las Rías Baixas -. Imagínate el paisaje, cientos de estructuras de madera flotando como medusas, con sus cabos hacia el fondo del mar, sin tocarlo nunca para evitar que suban las estrellas (de mar) .

Entre los compañeros que hacíamos la ruta llegamos a crear una miniserie, una lucha shakespeariana entre dos familias propietarias de bateas, un amor joven imposible, una pareja de empresarios de la capital, un acalde corrupto y un cura libidinoso. Y nos lo creímos, entre risas y ese olor a mar intenso, a espuma revuelta y a arena fina, al dimetilsulfuro, al sexo de las algas y de las olas, nos lo creímos.

El mar, la mar para los que somos de costa, tiene esas cosas. Es normal que queramos apagar nuestra característica indecisión con vino blanco y marisco.

El cánido ilustre de Armengol se volvió loco de oler mientras paseábamos por la costa de Dexo, que va desde el faro de Mera hasta el puerto de Lorbé, mientras los compañeros avanzábamos en la trama de nuestra miniserie de amor imposible. El que escribe contaba sus batallitas de universitario, los rincones donde nos besábamos los imberbes y tomábamos nuestras primeras copas de gente leída en ciernes.

Nuestro paseo termina en Betanzos

Getty Images

Hasta que dimos con la veta del Seixo Branco -Cuarzo Blanco-. Estira las piernas y no hagas nada. En un lugar como este, que parece marcado con tiza por un gigante que juega a la rayuela, es mejor notar el viento en la cara que sacar el móvil para hacer fotos para Instagram. Siento decepcionarte con esto, pero hay cosas que ni mil fotos conseguirán plasmar. Como decía Susan Sontag, hay pocas imágenes que valgan mil palabras, y Oleiros tiene unas cuantas.

El paseo termina en ** Betanzos .** Es un escenario medieval e indiano, como si fuera montado para una película. La parte indiana tiene su mayor expresión con el Parque del Pasatiempo _(avenida de Fraga Iribarne, 63) _. Fueron otros indianos, los hermanos Naveira, quienes lo quisireron montar a su regreso, y tienen su historia y sus memorias pintada, grabada y moldeada en piedra en sus paredes. Buzos, leones y grutas. Es un museo al aire libre de los lugares que visitaron, en una época en la que la información se contaba hablando.

La parte medieval es piedra veterana y calles estrechas que cuentan historias, tortilla poco hecha -la batalla campal se dirime entre Casa Miranda y el Mesón O' Pote-, y hortensias secas en el dintel de entrada, que señalan al viajero que en esa tasca ofrecen vino cosechero propio.

Recuerden la calle Venela Campo y la Travesía Progreso, ahí es donde están. Nada como un vino blanco y una tortilla poco hecha para ir abriendo el apetito. Si luego hay que descansar un rato, en los soportales que dan a esas dos callejuelas hay terrazas para aburrir.

Tortilla de Mesón o Pote

Mesón o Pote

Cenamos en el restaurante del hotel Noa un menú degustación. Nos dejamos llevar por el criterio de Armengol. Producto local y tratado con esmero -los gallegos somos muy puristas, o cocido o a la plancha y poco más- y regado con vinos locales.

La miniserie acabó por tener dos posibles títulos: La perla negra o Bateas y nos reímos cómplices de nuestra locura, como si fuera un amor de verano. En mi caso, me olvidé de mi invitado interno y le deseé buen viaje.

La mañana es al gallego como la luz a los calamares. Vamos a ella con deseo porque si es límpida y luminosa es como salir de una cueva y deslumbrarse. En Galicia el amanecer es como una prueba de color de un impresionista. Vemos poco la luz, por eso nos bañaríamos en ella, nos la untaríamos en la cara.

El desayuno del hotel es pantagruélico: huevos con jamón, tostadas de pan -de ese que tiene tanta miga que absorbe la luz-, mantequilla con trufa, cruasanes y napolitanas, embutidos y quesos, zumo de naranjas exprimidas, agua y café.

Observé de nuevo el castillo. La marea está baja y se puede ir andando por la playa. Luego regresaré a la piscina, me daré un baño mientras los colores se ponen en su sitio y la vida cotidiana recupera su lugar.

¿Te imaginas amanacer así?

Hotel Noa

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