Los Arribes del Duero se quedan con el viajero. No hay quien no se sorprenda cuando, de repente, tras cruzar las llanuras zamoranas, esa meseta esteparia que Cuadrado Lomas pintaba a golpe adusto, casi con cartabón, el paisaje comience a dar requiebros. Pastos verdísimos, berrocales graníticos –llamados aquí ‘bolones’ o ‘berruecos’–, arroyos y arboledas dan vida a pequeñas aldeas con su característica arquitectura de piedra seca que parecen todas ser el fin del mundo. No, pero casi.
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La hendidura del Duero entre abruptos acantilados corta cualquier intento de avanzar salvo en los pasos fronterizos que dan la bienvenida a Portugal. Porque los Arribes pueden parecer el fin del mundo... pero solo son el fin de España. También del Duero antes de pedir que le llamen Douro.
De todas las rutas posibles elegimos una que arranca en la ZA-324, al norte de este parque natural por el que el gran río y sus afluentes recorren más de 120 km, justo donde el Esla se une al Duero y, nada más cruzar el Salto de Villalcampo, las cascadas de Abelón –tan secretas que dudas si compartir geolocalización–, regalan un espectáculo mayúsculo en primavera.
Desde aquí llegamos hasta Torregamones, que conserva unos cuantos chiviteros (cabañas que protegían al ganado de los depredadores), además de los restos del Fuerte Nuevo de Bozón, muralla defensiva del s. XVII.
Tras esta parada y otra obligada en el pequeño Gamones, a solo un kilómetro, para comprar miel a Nazario y cerámicas a Nuria –que dejó Madrid y creó aquí su taller, Numa– gira a la izquierda por la carretera ZA-P-222, más terciaria que secundaria, sinuosa y con algún que otro bache, y déjate llevar.
A Badilla, con sus fuentes y molinos. A Cozcurrita, apenas una decena de vecinos y ya con festival propio que la pandemia frenó, el Cozcurrita Sound Fest. A Fariza, cuyos quesos La Faya –ecólogicos y artesanos desde hace más de treinta años– te harán pensar por qué nadie te había hablado antes de ellos. A Formariz, donde José Manuel Beneitez te dará a probar los vinos de su bodega El Hato y el Garabato, de uvas tan ‘raras’ como la Puesta en Cruz, la Bastardo y la Doña Blanca, y Luis Fernando y David harán lo propio con su aceite de oliva, El Regalo de Atenea, fenomenal arranque para emprender la Ruta del Vino de Arribes, que cuenta con 43 asociados y llega hasta la parte salmantina.
De hecho estamos siguiendo esta ruta, solo que con meta, de momento, en Fermoselle. Y aún falta. Nos faltan las mermeladas Oh Saúco que elabora Teresa en Fornillos de Fermoselle, donde imparte cursos de cocina y de yoga. Nos falta ver el Duero, que a estas alturas casi se une al Tormes y juntos dan vida al embalse de Almendra, inmenso ‘mar’.
Y nos falta, ahora sí, Fermoselle, preciosa villa de calles encajadas entre fallas y peñascos. Desde aquí, otros bodegueros como Thyge Benned y Charlote Allen están poniendo en el mapa este paraje casi mediterráneo donde naranjos, olivos, jaras y almendros resbalan hasta arribar al Duero. Y al Douro.
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Este reportaje fue publicado en el número 144 de la Revista Condé Nast Traveler (Primavera 2021). Suscríbete a la edición impresa (18,00 €, suscripción anual, llamando al 902 53 55 57 o desde nuestra web).