Por qué volver a ese país que te enamoró no es tan mala idea

Volver a un país ya conocido en lugar de visitar otro diferente no solo habla de nuevos reencuentros sino, también, incluso de nosotros mismos.
Trocadero París
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En el corazón de la Judería de Sevilla existe un lugar, la Calle Verde, al que siempre me escapo cuando vuelvo a la ciudad hispalense. En esta calleja, las plantas han formado nuevas pérgolas y el sonido de la fuente procedente de un patio secreto se convierte en hilo conductor de una travesía fresca, diferente y, ante todo, familiar.

El olor a calamar olarthu –salsa picante– procedente del restaurante ‘de siempre’ en la zona de Fort Kochi, en el sur de la India; la playa de Cabo de Gata donde solíamos hacer un chambao entre las palmeras, o una Torre Eiffel que siempre vuelve a enamorarme desde Trocadero. A mí ya me han salido arrugas, pero ella sigue siendo igual de eterna.

Calle Verde, Sevilla.

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La juventud es inherente a ese sentimiento voraz por descubrir y sentir la adrenalina pero, con el paso del tiempo, la opción de volver a aquella ciudad, playa o calle donde fuiste feliz no solo revela nuevos matices de ese viejo conocido, sino que también te ubica a la hora de volver a reconocerte, si has cambiado, si lo ha hecho la ciudad. Incluso el mundo.

En una sociedad donde cada vez nos basamos más en coleccionar matches, likes, playlists o bitcoins… ¿Estamos haciendo lo mismo con los destinos? Hablamos con diferentes expertos acerca del placer de volver a visitar un lugar conocido como contrapropuesta a las wishlists de algunos influencers, más focalizadas en sumar países a su trayectoria en lugar de quedarse un rato más.

¿El narcisismo también viaja?

“En el mundo hay gente que prefiere ir siempre al mismo sitio –el mítico ‘ir al pueblo’–, otros que no tienen problema en revisitar sitios que les han gustado mucho (¿cuánta gente no regresa de Japón diciendo ‘tengo que volver’?) y otros que ya bastante tienen con poder dedicar unos pocos días a las vacaciones, como para elegir dónde”, cuenta a Condé Nast Traveler el sociólogo Javier Arenas.

Todo el mundo quiere volver a Japón.

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Sin embargo, si echamos un vistazo a diversas cuentas viajeras de Instagram, encontramos perfiles en los que frases como “+90 PAÍSES” o “20 países visitados en 80 días” asoman con el pecho hinchado en la breve bio. Por supuesto, muchas de estas cuentas confirman la gran pasión por viajar de algunos influencers, pero en otros casos, también existe la intención quizás no tan inconsciente de mostrar su inspirador avatar al mundo.

“Cuando hablamos de influencers o youtubers, encontramos dos tipos de perfiles muy marcados: quienes cuentan con la actitud pura y legítima de explorador que quiere conocer y experimentar todos los rincones del mundo; pero también aquellas personas cuyo comportamiento de coleccionar destinos puede hablar de un cierto narcisismo (como las personas que ponen banderas de todos los sitios visitados en sus redes sociales)”, añade Javier. “De hecho, si profundizamos en este segundo grupo, incluso podríamos hablar de personas con un cierto complejo de inferioridad, por lo que acumular países y mencionarlo constantemente es un símbolo de estatus a la hora de presentarse a los demás”.

El influencer Adrián Esteban (@flywithflow), también confirma la opinión del sociólogo: “Efectivamente, la afición por ‘coleccionar destinos’ es una tendencia actual y creciente, y hay mucho más postureo que pasión, sobre todo en un momento en que muchas aerolíneas facilitan escalas de unas pocas horas en regiones como Oriente Medio, ideales para ‘sumar un país’ a tu lista. En este aspecto se abre el debate: ¿Qué sentido tiene si visitas un país donde estás unas pocas horas y no profundizas en la cultura y tradición?”

¿Y si en vez de acumular destinos, nos paramos a disfrutarlos?

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A este afán por recorrer países de forma superficial se suman nuevas tendencias aún más impensables: desde contadores a la hora de visitar todos los destinos posibles hasta visitar tantos países como puedas en menos tiempo y, atención, ser el más joven en hacerlo a fin de arañar nuevos récords. “¿Qué sentido tiene? Pues muy poca relación con el viaje real, claro”, finaliza Adrián.

La magia de volver

Javier Reverte decía que “el viaje que no nos cambia algo no merece la pena”. Las ciudades, como nosotros, tienen sus propias memorias, historias, cicatrices y recuerdos. Por ese motivo, volver a un lugar conocido que una vez nos cambió se convierte en un sitio familiar.

“Es muy bonita la sensación que experimentas cuando sientes que un sitio te es familiar”, cuenta a Condé Nast Traveler la psicóloga clínica y coach Sonia Rico. “Aunque no vivas allí, en esa ciudad o pueblo, siempre que vuelves ya sabes cómo comprar los tickets del transporte o te apetece pasar por una calle que conoces. Es reconfortante estar familiarizado con ese entorno, no solo porque te aporta una mayor sensación de calma y paz, sino porque establecerás vínculos emocionales que vas haciendo más tuyos y tienen un significado especial para ti”.

Fotografía antigua de Café de Flore en París.

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Ver fotos: los mejores destinos para viajar sola

Sonia opina que aquellas personas que conciben sus viajes como checklists, marcando constantemente una nueva casilla, se pierden la oportunidad de experimentar una exploración profunda de los lugares: “No es lo mismo ir a París y visitar todos los lugares turísticos en dos días, que dejarse caer por otros rincones más desconocidos como, por ejemplo, la vivienda de un mecenas o el bar donde Picasso solía tomar su café”, añade. “Todos esos detalles harán que vivas la experiencia de forma más profunda”.

Volver es conocerte mejor

Pablo Pascual, director de la agencia de viajes a medida Sociedad Geográfica de las Indias –especializada en el subcontinente indio–, conoció en uno de sus primeros viajes a Argentina a un hombre muy peculiar: “Ese señor me contó que había escogido cinco destinos que visitaría en repetidas ocasiones a lo largo de su vida. No iría a ningún otro”, cuenta Pablo. “Él decía que la forma de conocer mejor el mundo consistía en volver a los mismos sitios con cierta regularidad para ver cómo evolucionan las cosas. Dejarte flashear por las novedades siempre te impide sacar conclusiones.”

Aquel tipo que llevaba un bolso con una cebolla, un libro y un paragüas le contaría a un joven Pablo una verdad que él mismo experimentaría años después tras muchos viajes a su querida India: “En mi caso, he viajado a la India 40 o 50 veces, ya no lo sé, y siempre me vuelvo a encontrar con un espacio creado de gran relación conmigo mismo y ‘los diferentes Pablos’. Las primeras veces marcan la adrenalina del descubrir, pero al volver a un destino fomentas una sensación más centrada en el disfrute de las cosas que en ser sorprendido”.

Lo de volver a la India no es un capricho, sino una necesidad.

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Además, añade una verdad que todos veníamos sospechando: existen países tan inabarcables que nunca habrá veces suficientes. “India –aunque también podríamos hablar de China o México, por ejemplo– es un territorio tan diverso y extenso, como un coloso, al que volver es casi un imprescindible, no por un caso solo de pertenencia, sino porque es tan grande que es inconmensurable”.

Según Pablo, volver a los mismos lugares es también una tendencia ligada a la edad: “Cuando eres más joven, buscamos más esa excitación de llegar a un sitio totalmente nuevo. Con el tiempo, a medida que vas visitando sitios, esa atracción se rebaja y entras en una segunda fase que es la de volver a los sitios, disfrutar de cosas en lugares ya conocidos para certificar que sigues y estás ahí”, añade. “Volver es encontrarte más contigo mismo que con el destino”.

Estas vacaciones, volvemos a los lugares donde fuimos felices.

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