Antes de llegar a New Life Portugal necesitábamos recorrer un camino previo, el de descubrir a sus creadores y los motivos que les llevaron a instalarse en el país vecino.
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Julien Gryp transmite calma y sabiduría. Una serenidad y una mirada compasiva que transmiten paz, pero que son el resultado de muchos años de autoconocimento. Julien tuvo una adolescencia rebelde, con muchos problemas de adicciones hasta que su padre le dijo “basta” y lo llevó a un monasterio budista en las montañas de Tailandia, a Thamkrabok. En ese momento, el joven Julien pensó que se escaparía a la primera oportunidad. Pero no fue así. Se quedó ahí ocho años, sirviendo a la comunidad de monjes al tiempo que descubrió el poder transformador de la meditación y la atención plena.
En 2010, ya siendo monje budista, decidió ayudar a la gente que padece las mismas luchas y problemas. Junto con un compatriota belga que conoció en el monasterio creó la Fundación New Life Tailandia, una organización sin ánimo de lucro que, con escasos recursos y el apoyo de muchas personas, se convirtió en un próspero centro internacional que ofrece un programa de alta calidad, pero asequible, para ayudar a quienes, como él, se han enfrentado a la ansiedad, la depresión, el agotamiento, la soledad o el abuso de sustancias.
En 2015, Julien decide expandir la fundación a Europa y, después de buscar en varios países ,se enamoró de un terreno con unas ruinas en pleno Parque Natural de la Serra da Estrela, en el interior de Portugal. Supo de inmediato que era “El Lugar” ideal, con la energía perfecta para fundar un nuevo centro. Lo hizo con un precioso proyecto de arquitectura sostenible concebido por el arquitecto local Paulo Borges y en asociación con el Geoparque Serra da Estrela (paisaje Unesco).
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New Life Portugal es de verdad algo especial: no es un hotel, ni un spa ni tampoco un centro de retiros, ni mucho menos una clínica. Pero tiene elementos de todo eso. Julien y su equipo de terapeutas, entrenadores y staff muy bien formados, han llegado a un innovador concepto que permite que podamos pasar desde unas cortas vacaciones curativas o embarcar en un programa más profundo que nos transforme y ayude en nuestras luchas y miedos interiores. De los que todos sufrimos. Porque sn eso somos todos iguales, todos.
Después de dos años de pandemia, y ahora con una guerra en Europa, todos procuramos encontrar el sentido de nuestras vidas. Más que nunca –y ultrapasados los viejos prejuicios– estamos atentos a nuestra salud mental, a cuidar de nuestras cabezas y a encontrar una misión y un sentido de pertenencia. Con ese espíritu de curiosidad y por creer que los viajes son mucho más que el simple turismo, en Condé Nast Traveler estamos siempre buscando sitios especiales.
Fue a través de la red de Healing Hotels of the World, del cual New Life forma parte, que descubrimos esta Arcadia rural. Aquí el mindfulness y la conexión con la naturaleza forman parte integral de sus programas de curación. Podemos disfrutar del spa, la piscina y de entrenamiento personal para nuestra forma física, pero también tener sesiones individuales con terapeutas, “coachs”, profesores de meditación y yoga, además de una amplia gama de clases y actividades grupales en un entorno natural impresionante. De hecho, lo más importante aquí es el grupo, la comunidad, del cual el impecable equipo forma parte. De hecho, el comedor con vistas increíbles al valle es compartido por el staff y los huéspedes.
Cuando pensamos en retiros siempre hay algo de rústico y poco confort, o un confort espartano. Aquí en cambio, podemos decir que las increíbles casas de piedra local, con sus espaciosas habitaciones, bien decoradas, todas con vistas espectaculares y muy bien integradas en la naturaleza son de una comodidad increíble, pero manteniendo ese espíritu de lujo sencillo.
Todos los elementos decorativos y muebles son de la zona y, por eso, no podían faltar las preciosas mantas y almohadas de la cercana fábrica de Burel. Las zonas comunes son también espectaculares y bien pensadas. Nos encantó el escultural pabellón suspendido, pensado para la práctica de yoga y otras clases grupales.
Los programas son totalmente personalizados y hechos previamente teniendo en cuenta las necesidades de cada uno. Hay cuatro para elegir, incluido el Camino de Resiliencia, con asesoramiento y terapia de grupo, el Camino de Bienestar para la aptitud física, el Camino de Vida Contemplativa para cultivar la quietud y la atención plena, así como el Camino de Descanso y Rejuvenecimiento para el descanso y la relajación. A todos ellos son comunes tres elementos: la meditación diaria a la salida del sol, la sesión matutina en comunidad y el llamado silencio noble (desde las 21.30h hasta las 8.30h todos debemos guardar silencio).
Hay que decir que nada es obligatorio aquí, pero generalmente todos se apuntan a esa disciplina ya que vienen a un camino de autoexploración y curación. Cada semana se lanza un tema común, y los días que estuvimos versaba sobre los “Limites”. Qué importante reto en estos días, cuando decir “no” resulta cada vez más difícil.
Hay sesiones individuales, pero también muchas actividades grupales. No olvidamos los paseos por la naturaleza con Tamas, que nos hizo descubrir la preciosa flora local, o las clases de yoga de Silver, así como la participación en actividades como ayudar en el huerto biológico, del cual salen muchos de los ingredientes que comemos. Como no podía ser de otro modo la cocina es especialmente cuidada, con raíces y productos locales y muy sana. El cocinero, Luis, imparte incluso algunas clases para aprender estas recetas, algunas de ellas veganas, vegetarianas… y todas muy sabrosas. No podía faltar, eso sí, el delicioso (y nada vegano) queso local, el Serra da Estrela, parecido a la Torta del Casar.
A pesar de las apariencias, New Life no es un lujoso hotel rural sino, sobre todo una comunidad de gente que nos hace sentir seguros, conectados con el entorno y nosotros mismos. Aceptando nuestras luchas, sin miedo a indagar, pero disfrutando en todo momento del proceso. Solo pasamos dos días pero en gran parte de ese tiempo teníamos una sonrisa en la cara y sentimos una serenidad poco común en nuestros días de urbanitas ocupados, siempre “a tope”. Aquí eso quedó atrás y pudimos vivir esta pausa en un ambiente especial, mimándonos y cuidando de nosotros y los demás.
De hecho, quien firma estas líneas volverá para pasar no dos días, sino dos semanas, y profundizar así en el camino ya empezado y en él que en tan poco tiempo aprendimos tanto. Todo gracias a Julien y su equipo, además de los queridos huéspedes de varias nacionalidades que allí conocimos. Namasté.
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