Descubriendo Alto Minho, la joya oculta del norte de Portugal

El lugar perfecto para desconectar, lejos de todo y, al mismo tiempo, mucho más cerca de lo que imaginas, está en el norte de Portugal.
Descubriendo Alto Minho la joya oculta del norte de Portugal.
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Henry David Thoreau se retiró a una cabaña para escribir Walden, su obra cumbre y uno de los ensayos más influyentes de la historia sobre la necesidad de alejarse de la sociedad. Fueron dos años dedicados a escribir sobre la soledad, el hecho de encontrarse a sí mismo y de recuperar el contacto directo con la naturaleza que nos hacen pensar, casi 200 años después, en la inmensidad de los grandes bosques americanos, en distancias inabarcables y en la renuncia a la civilización.

En realidad no fue exactamente así. Walden, la cabaña que Thoreau se construyó a orillas de un lago, estaba en un bosque propiedad de un amigo, y a menos de tres kilómetros de la casa en la que el escritor se había criado y en la que vivía su madre, que lo visitaba con cierta frecuencia para llevarle ropa limpia y comida.

Hasta el centro de Concord (Massachusetts) había una caminata de apenas 20 minutos, que el autor hacía varias veces por semana para tomar café y participar en tertulias. Incluso se tomó unas vacaciones para visitar las montañas de Maine junto con otros montañistas, que el aislamiento está bien, pero tampoco hay que exagerar.

Parque Natural da Peneda-Gêres.

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Y aún así, escribió la obra esencial sobre el retorno a la naturaleza. Si él pudo encontrar la inspiración a un paso de casa, a las afueras de un pueblo en la periferia de Boston, ¿por qué no podemos nosotros buscar la desconexión sin necesidad de alejarnos?

LA JOYA OCULTA DEL NORTE DE PORTUGAL

El Alto Minho es la región portuguesa que limita con el oeste gallego, la orilla sur de un río Miño que en este tramo separa dos países y tres idiomas. Su interior, su zona más remota –remota a una escala muy modesta, recordemos que seguimos los pasos de Thoreau– es una de las partes menos conocidas y menos visitadas de Portugal.

Valença do Minho.

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Al oeste, playas batidas por el oleaje atlántico, pueblos fortificados como Valença do Minho, Caminha o Vilanova da Cerveira; hacia el este el Parque Natural da Peneda-Gêres, una zona montañosa que parece suspendida en el tiempo. Y en dirección sur, a menos de una hora, Oporto, Braga y el casco histórico de Guimarães. Con tantos vecinos ilustres es lógico entender que esa zona sin grandes ciudades, sin costa y sin espacios naturales protegidos quedase a la sombra.

Y eso, que puede parecer una desventaja, se ha convertido en la gran baza de la comarca, una zona a un paso de todo, pero que parece mucho más remota de lo que realmente es; un territorio al margen de las principales vías de comunicación al que, sin embargo, es fácil llegar porque, aunque no lo parezca, todo –las ciudades, las autopistas, incluso dos aeropuertos– está a un paso.

MONÇÃO Y LA GASTRONOMÍA MINHOTA

Monção, con 17.000 habitantes, es la única población de cierta importancia en la zona. Vale la pena empezar por aquí, porque es también el conjunto monumental más interesante y porque es el gran escaparate de la gastronomía de la zona, pero también porque está literalmente en la frontera, separada de Salvaterra do Miño, en Galicia, apenas por los 100 metros de ancho del río. Si vienes por autopista, la habrás dejado cerca de Tui hace poco más de 15 minutos. Ya hemos dicho que lo del aislamiento es muy relativo.

Fachada del palacio Brejoeira, en Monção.

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El casco histórico de Monção, apenas media docena de calles, tiene todo el encanto de las ciudades-fortaleza que Portugal levantó en la frontera desde la edad media. Un anillo de murallas y baluartes con un interior de callejas adoquinadas, iglesias y placitas tras cada recodo que, paseando sin rumbo, se ve fácilmente en una hora.

Estamos a menos de 25 kilómetros del mar, sin embargo, te darás cuenta en cuanto te sientes a la mesa de cualquier restaurante de que aquí mandan las carnes. Las malas comunicaciones históricas hicieron que la comarca se volcase sobre sí misma y que, con el tiempo, fuera desarrollando una gastronomía de cerdo, cordero y pescados de río que no puedes dejar de explorar.

Un buen sitio para hacerlo es el Sete a Sete, un pequeño restaurante al borde de la ciudad vieja que mantiene la decoración de otra época. Todo aquí es local y contundente, servido en raciones generosas, normalmente pensadas para dos.

El bacalao, á lagareiro (al horno con patatas y aceitunas negras) o á moda da casa (frito sobre un lecho de patatas y cebolla), el chuletón de buey criado en la zona, el cocido. En temporada, hacia el final del invierno, pescados de río como la lamprea y el sábalo y el plato regional por antonomasia, que fue considerado hace unos años una de las Siete Maravillas Gastronómicas de Portugal, el cordero al estilo de Monção, asado sobre arroz en un recipiente especial de barro.

Bacalao á lagareiro.

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A partir de aquí lo mejor es que te olvides de las prisas y comiences a conducir con calma, atravesando pueblos y aldeas. Riba de Mouro, con su veintena de casas apiñadas al pie de la capilla, es tan buen destino como cualquier otro. No es que tenga nada especial, es, en realidad, como tantos pueblos de la zona, tranquilo, sin tráfico, al margen de todo, con casas antiguas más o menos bien conservadas y un cierto encanto.

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Aquí se hace realidad aquello de que lo que importa es el viaje, no el destino. Puentes antiguos, casonas más o menos abandonadas a los lados, capillas e iglesias asomadas a la carretera, una aldea tras otra y, entre ellas, una sucesión de curvas que hacen imposible superar los 50 Km/h. Al final, a poco más de 20 kilómetros de Monção –que te habrán llevado más de media hora si no has hecho paradas– te espera este pueblo en lo alto de la ladera en el que es fácil olvidarse de todo.

Tienes tres alojamientos rurales para elegir. Nosotros nos quedamos en la Casa do Desassossego, una antigua casona con habitaciones sencillas y un jardín colgado sobre el valle, con la sierra enfrente. Y al día siguiente seguimos internándonos en la sierra.

Casa do Desassossego.

Airbnb

Algo más al sur está la aldea de Padrão, con su espectacular paisaje de socalcos, terrazas que se fueron construyendo durante siglos para poder cultivar en el paisaje escarpado y que te harán pensar en los arrozales de montaña del sudeste asiático. La carretera sigue, serpenteando, al pie de las cumbres más altas de la zona, internándose en valles y remontando laderas hasta llegar a Paredes de Coura. Son apenas 40 kilómetros, pero tardarás, al menos, hora y media. Los paisajes lo merecen y las carreteritas de montaña lo demandan.

DORMIR EN ALTO MINHO

Nosotros alquilamos una cabaña aquí, en alguna ladera y, como Thoreau, lo hicimos a pocos kilómetros del centro. Encontrarás varias en la zona, adaptadas al nivel de aislamiento que busques. A la nuestra, en lo más alto de un valle, al pie de un pequeña capilla en el bosque, se llegaba desde Paredes, después de atravesar un par de pueblos, tres o cuatro cruces y después de dejar atrás las casas de la última de las aldeas.

Desde allí se domina el valle, con la torre barroca de la iglesia parroquial asomando, entre los árboles, desde la ladera de enfrente. De vez en cuando, allí abajo, escuchas pasar un coche, quizás una motosierra o un tractor en alguna finca. Cada media hora las campanas resuenan en el valle. Paredes está a 15 minutos, pero podría estar a dos horas. La calma es absoluta.

Cabaña en Paredes de Coura.

Jorge Guitián

A partir de aquí solo depende de cuánto estrés necesites liberar, de cuánta calma estés buscando. Nosotros no nos movimos en unos días, pero podríamos haber aprovechado para explorar Ponte da Barca o Ponte de Lima, suficientemente cercanos como para ser una tentación.

Fueron, sin embargo, días de calma, de lectura, de cafés en la terraza escuchando el viento en el bosque, de apagar el teléfono y olvidar el reloj, de cenas al aire libre al anochecer, viendo como el valle se va apagando al ponerse el sol. Noches de silencio absoluto, como en la más remota de las islas, solo que a 20 minutos de la autovía y a menos de una hora de la frontera. Fueron días de descubrir que lo remoto no siempre está lejos y de encontrar nuestro Walden particular al que volver cada vez que las prisas, el estrés y el día a día nos pidan una pausa.

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