Castellón de la Plana también existe

La capital septentrional de la Comunidad Valenciana es una ciudad que apunta al cielo, al mar y a los corazones ávidos de nuevas serendipias mediterráneas.
Ayuntamiento de Castellón de la Plana
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La provincia de Castellón es conocida por muchas cosas: los amantes del buceo, saben que las islas Columbretes son lo más cercano a la tierra prometida. Tantos veranos dándolo todo en el FIB de Benicasim, o buscando puertas azules entre las calles encaladas en torno al flamante castillo de Peñíscola. El río San José, ¡sí! Montanejos (o la Tailandia de Levante), y aquellas vacaciones en Burriana, sí, sí pero… ¿qué pasa con la ciudad de Castelló?

La niña tímida de esa trinidad formada por Castellón de la Plana, Valencia y Alicante es mucho más que una capital de provincia. En Castellón todo está cerca, los vecinos hacen cola frente a un último horno de pan tradicional y las calles huelen a naranja y salitre.

Nos sumergimos en una ciudad de Castelló que clama por su posición en el Olimpo mediterráneo.

Concatedral de Santa María.Getty Images

UNA CAPITAL DE PROXIMIDAD LLAMADA CASTELLÓN

En la calle Mealla, una artista prepara su estudio de poesía vegetal y, dos puertas más allá, un frutero conversa con una vecina entre capazos de esparto desbordados de frutas. Hay banderines de colores, ni un papel en el suelo, una mata que crece en un balcón y envuelve todo el edificio. En Castellón de la Plana, el urbanismo, los vecinos, el cielo y el mar siempre se acercan, hay proximidad, como un enorme pueblo donde sentirse como en casa.

Puede que sigas el aroma del azahar entre pérgolas y tapices verdes a través del Parque Ribalta, el ‘Central Park’ de Castelló; que saltes al Centro de Interpretación Castell Vell para husmear en busca de las cicatrices que la historia ha tatuado en este antiguo fuerte andalusí. O mejor: puedes tomar el tranvía que conduce a El Grao de Castellón, el antiguo barrio marinero donde el arte urbano hoy abraza las fachadas y el azul se cuela por todos los rincones, incluyendo La Tasca del Puerto, o el ‘place to be’ donde saborear las mejores capturas del mar sin alardes ni artificios. Proximidad, ¿recuerdas?

Castellón de la Plana.Alberto Piernas

Tomas el tranvía, a lo lejos una orquesta toca en la plaza, te pierdes entre edificios modernistas y sucumbes a un casco histórico donde todo queda también cerca. El ayuntamiento rezuma el encanto del estilo italiano y el colorido mural en la azotea de un edificio revela un Museo de Arte Urbano al Aire Libre lleno de nuevos secretos, pero sin hacer spoiler aún.

Entro en el Mercado Central, donde pregunto por la mejor coca de tomate y los chimos, una especie de bocadillo relleno atún y tomate, además de otras variedades a base de anchoa, aceituna y demás ingredientes de toda la ciudad: “Ve al Forn Adell”, me dice alguien. Hay cola y, tras atravesar el pasillo, la calidez se respira en uno de los últimos hornos de pan tradicional de Castelló. “No queda coca de tomate, pero sí pasteles”, me dicen, en referencia a esa especie de empanadilla crujiente rellena de tomate, atún y verduras.

Un solomillo trinchadito y esas bravas en La Guindilla, envuelto por el clamor de los bailes regionales de la Corona de Aragón. Y un pelín más allá, en la Plaza Santa Clara, las terrazas y el Mercado Central se funden con las instalaciones del festival La Nit de l’Art, o un microuniverso de talleres, perfos y despliegues ensoñadores que cada año toma la ciudad en el mes de mayo. Entro en la Lonja del Cáñamo, construida en el siglo XVII y enfocada al comercio de este tallo mediterráneo típico; la Concatedral de Santa María, en la que sobreviven los tres pórticos de la antigua iglesia gótica; o el encanto modernista que se agolpa en forma de señoriales edificios en torno La Farola, uno de los monumentos más queridos de la ciudad.

La Farola.Getty Images

Por último, no puedo evitar levantar la vista, como si te hubiera reservado para el final. El Fadrí (El Soltero, en referencia a su ubicación apartada del conjunto de la catedral) es uno de los grandes iconos de la ciudad en forma de torre campanario de 68 metros y hasta 200 escalones dispuestos como escalera de caracol a través de cuatro secciones diferentes: la cámara del reloj, la prisión del eclesiástico, la vivienda del campanero y la cámara de las campanas (que nunca deberás tocar, por cierto).

El Fadrí.

Alberto Piernas

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Solo entonces, oteando toda Castellón, descubres a las comparsas danzando en la plaza, el sol que aquí todo lo inunda y los murales pintados en diversas azoteas que completan el sentido de ese museo al aire libre. El Fadrí se une y apunta hacia la eternidad, se ve el mar, el tardeo en las calles. Castelló siempre fue una ciudad de proximidad, especialmente cuando hablamos de la gente, la historia y sus tradiciones. Incluso una costa que siempre que aquí siempre busca besar el cielo.

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