Cuando se aplica a la industria del entretenimiento, el objetivo básico de una nueva tecnología siempre es sustituir a la anterior. Así como el DVD borró paulatinamente del mapa a las cintas VHS gracias a una calidad de imagen y sonido superior, el compact disc fue presentado a principios de los ochenta como el nuevo parangón, capaz de convertir a los vinilos en un fósil del pasado. Sony y Phillips centraron sus campañas de promoción originales en tres campos: conveniencia (el CD ocupaba menos espacio), resistencia (lo que se conocía como "la prueba del desayuno") y perfección sonora. La idea era tirar todos tus viejos LP para dejar paso al futuro del consumo musical, pues ahora podrías guardar el doble de discos en tus estanterías. Suplantación, pura y llanamente. ¿Y quién podría negarse? Expertos como el del siguiente vídeo estaban del todo convencidos.

Cuarenta años después de lo que Sony bautizó, en uno de sus anuncios para prensa más memorables, como "la revolución digital del audio", los discos compactos y los vinilos se encuentran en una posición extremadamente curiosa para todo el que viviese aquel periodo de sustitución. En 2017, The Guardian nos informaba de que la venta de música en formato vinilo había alcanzado su mejor dato en 25 años, potenciada por el fallecimiento de grandes estrellas (más los inevitables relanzamientos en edición coleccionista de sus mejores trabajos) y un deseo de volver a lo tangible. Sin embargo, este último factor no afecta, ni mucho menos, al grueso de la población: puede la dominación absoluta del streaming haya espoleado un nicho, cada vez más considerable, de sibaritas que descubren o redescubren las múltiples bondades del formato físico, pero sigue siendo una dominación absoluta. Seguimos viviendo en la Era Spotify.

El CD debe de estar increíblemente celoso de su hermano mayor. O, como mínimo, preguntándose por qué los fetichistas de lo físico no han vuelto a él, si lo más probable es que aún tengan varias copias de sus discos favoritos en alguna caja de algún sótano. La respuesta más sencilla es que el actual boom de los vinilos está siendo llevado a cabo, en gran parte, por gente que nunca había conocido el formato, luego hay algo emocionante en abrirte paso por un mundo nuevo, por un sonido y una forma de escuchar música que no tiene nada que ver con aquello a lo que estaban acostumbrados. Además, el CD nunca ha tenido el romanticismo de esos competidores a los que desterró : las cintas de cassette eran un vehículo natural para las mixtapes, los bootlegs y otras formas de creación amateur, mientras que el vinilo es sencillamente un icono cultural del siglo XX (y, para cierto sector de la población, casi una experiencia religiosa). Frente a ellos, el compact disc siempre pareció vulgar, sin misterio, una pieza de tecnología completamente despojada de mística.

Sin embargo, hay razones para pensar que los CDs podrían volver a ganar esta batalla, o su secuela cuarenta años después. Un aumento abusivo de los precios empieza a cernirse ya sobre el denominado boom del vinilo, que podría acabar convertido en un carísimo objeto de coleccionista, o en lo que distingue a los verdaderos fans de los turistas. Si la próxima edición deluxe en formato revista con tarjetas en edición limitada que Taylor Swift lanza al mercado supera los 60 euros por unidad, está claro que el mercado del vinilo no tiene ningún interés en la sostenibilidad: de hecho, cada vez apunta más al capricho caro, de esos que sólo te puedes dar un número limitado de veces al año. No es tanto que la gente vuelva a usar a diario su tocadiscos como que, de vez en cuando, se compra un vinilo para adornar el piso.

La pila.

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Al mismo tiempo, Pitchfork no para de publicar artículos sobre objetos tan vintage como la carpeta contenedora de CDs o el Discman, en un intento por explotar la nostalgia noventera que, bueno, podría funcionar. Aún hay quien defiende que su calidad de audio es superior a la de otros formatos, especialmente el streaming y su compresión digital. Sólo hace falta que un influencer realmente importante se compre un viejo reproductor portátil de Sony para empezar a verlos de nuevo por las calles de tu ciudad.

Un aliciente especialmente irresistible para los coleccionistas son las rarezas, o aquellos títulos que sólo están editados en compact disc. Hay montones de discos de jazz grabados entre 1996 y 2003 de los que Spotify, Tidal y Apple Music ni siquiera han oído hablar. Lo mismo va para algunas colecciones de demos y caras B: hasta que el 'Ga Ga Ga Ga Ga' de Spoon no cumplió diez años, la banda no subió su disco secreto extra, 'Get Nice!', a los servicios de streaming. La reedición en vinilo sí que lleva este EP, pero la única manera de conseguirlo durante una década entera era comprar en CD. ¿Qué hay de todas aquellas rarezas que no celebran su aniversario o que simplemente han sido olvidadas por el gran público? Hay incluso discografías enteras en esa situación: que nosotros sepamos, la mayor parte de los trabajos de Coil o John Zorn sólo se ha editado en CD.

Puede que estas sean algunas de las razones por las que, según en análisis que Discogs hizo del año 2017, las ventas de CDs han experimentado un mini-renacimiento con respecto a años anteriores. Buzzfeed tiene otra teoría: los millennials que ya han entrado en la treintena están empezando a experimentar su primer brote nostálgico, luego aferrarse al medio físico puede ser un síntoma de ello. Deshacerse de esa colección de discos que escuchabas compulsivamente en la adolescencia se parece demasiado a cortar lazos con esa etapa de tu vida, a tirar a la basura una magdalena proustiana. Como una cosa lleva a la otra, ahora puedes aumentarla con gangas de segunda mano que escuchabas en la radio cuando tenías 15 años, pero que no te llegaste a comprar. Es como rellenar los huecos de tu propio pasado.

Cualquier retorno del CD-ROM tendrá que lidiar con el hecho incontestable de que, glasp, ya cada vez tenemos menos aparatos que puedan leer uno. A medida que los ordenadores portátiles han sacrificado esa vieja ranura en aras de la manejabilidad (y de que ahora todo está en la nube, en cualquier caso), los fans del disco digital tienen que desempolvar viejos reproductores de sus padres para poder sumergirse en sus álbumes favoritos. Porque ya lo decía ese artículo de Pitchfork sobre los contenedores de CDs que mencionábamos antes: nunca ha habido un formato que se preste tanto a la inmersión total en un grupo o artista. En tiempos de las listas de reproducción inteligentes, los compact discs te obligan a escuchar el disco desde el principio hasta el final, tanto o más que los vinilos. Y, por supuesto, también tienes la opción de saltar a la siguiente canción o volver hacia atrás con suma facilidad. Es lo mejor de los dos mundos. Y está, poco a poco, abriéndose paso de nuevo hasta nuestras vidas.

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