"Comprar LPs en vinilo te convierte en uno de esos clientes que la industria discográfica cree muertos desde hace una década".

Alta fidelidad (Stephen Frears, 2000)

¿Por dónde empiezo? ¿Cómo he acabado aquí? ¿Para qué son estas pastillas? Perdón, ya me calmo, no hace falta que llamen a los enfermeros. Sólo déjenme que les cuente mi caso y verán que no tiene sentido que me tengan en este sitio. Puede que lo más sencillo sea contar los cuatro episodios que me han hecho llegar a esta situación.

El primero necesita algo de contexto. Soy un comprador casual de vinilos, uno o dos en un mes bueno. Aquí y ahora, esto en España te convierte automáticamente en uno de esos clientes que la industria discográfica cree muertos desde hace alrededor de una década. Soy un zombie que, movido por algún impulso que parece humano pero no lo es, paga por llevarse a casa en un soporte físico algo que todos saben que es gratis como el aire.

Hace una semana, de visita en Londres por trabajo, pasando por Covent Garden entré a FOPP, una cadena de tiendas de discos, películas y libros que un día fue la rival de saldo de Virgin Megastore y HMV. La primera desapareció y la segunda absorbió los nueve establecimientos FOPP que hay en las islas británicas, así que tampoco es que tenga mucha competencia hoy en día. Aunque su fuerte era liquidar restos de stock a precios de risa –en 2002 recuerdo que en la sucursal de Glasgow tenían toda una planta con cds entre 0,99 y 4,99 libras–, hoy es una de las pocas tiendas en el centro de la capital donde siguen recibiendo novedades. Sería algo así como si en Madrid hubiera una tienda de discos en la Gran Vía.

Discúlpenme, no dejen que me enrede pensando en imposibles. Vuelvo a mi relato. Ya dentro de FOPP, echando un vistazo a sus estanterías acabé cogiendo dos LPs: 'A Deep Understanding', de The War On Drugs, y 'Masseduction', de St. Vincent. Aunque los tengo descargados en la biblioteca de Spotify me pareció que era de justicia comprarlos. Luis Arronte, músico y periodista, dice que si la música es un intangible los discos nos ofrecen la ilusión de tenerlos entre nuestras manos. O algo así. Mis motivos son algo menos poéticos. Uno, el de The War on Drugs, creo que es el disco que más he escuchado este 2017. El otro, el de St. Vincent, el que más me he puesto en las últimas semanas. Puede que desde 2016 haya subido algo más los 0,0044991 dólares que reciben por reproducción, pero sin estar seguro me parece ésta una forma más efectiva de agradecerles lo bien que me ha hecho sentir su música.

Sin embargo, mis buenas intenciones y el discurso con el que podría ganar unas elecciones en una renacida SGAE se fueron al traste al mirar el precio: 25 libras costaba Masseduction y otras 23 A Deep Understanding. En total y en euros, 54,31 euros. Las versiones en compact disc salían a 8 libras cada una; un vinilo costaba más o menos lo que tres cds. Movido por una fuerza extraña que nunca antes había sentido, los coloqué donde descansaban antes y salí de allí como nunca antes lo había hecho: llevándome las manos a los bolsillos.

De vuelta a España, y gracias a la inestimable labor de promoción de la cultura que realiza el programa que conduce Pablo Motos en La 2 –en ese canal lo tengo sintonizado yo–, descubrí que además de echar de menos hacer el amor en descampados, Dani Martín tenía un nuevo lanzamiento discográfico. Bajo el título de 'Grandes éxitos y pequeños fracasos', este loco del pelo azul había reunido en una edición sin precedentes todos sus discos en solitario. Cinco preciosos vinilos de 180 gramos de colores distintos en un cofre que pondría los dientes largos a cualquier redactor de Mojo.

Si no has escuchado '16 añitos' o 'El puntito' en un buen plato, con los graves a tope, es como si no lo hubieras hecho. El precio en este caso no es un problema: sólo cuesta 84,50 euros, más que razonable para un fan del artista, y serio candidato a convertirse en uno de los regalos más codiciados de estas Navidades. Sólo una advertencia: algunos usuarios de Amazon no están del todo contentos con el packaging.

De todos modos, un objeto de coleccionista así siempre es recomendable comprarlo en tu tienda favorita de discos. Porque está claro que los fans de Dani Martín son unos apasionados de este formato, que pertenecen a esa especie que se desgasta los dedos pasando LPs en cajoneras. Algunos pensarían que los seguidores de El canto del loco asistieron indiferentes a la devaluación del disco compacto y que probablemente disfrutaron ya del solista a través de los servicios gratuitos de Spotify. Absurdeces. Si Martín y su compañía han hecho una inversión de este calibre sólo puede ser porque saben que hay un público que sabrá apreciar que el artista edite sus grandes éxitos (y pequeños desastres) en vinilos de 180 gramos y colores distintos. Una cosa así no puede tratarse de un capricho.

Puede que en realidad sólo se trate de una proyección y que esté exponiendo mis propios miedos. Al fin y al cabo, yo sí he tenido estos días serias dudas sobre si fabricar vinilos a finales de 2017 no es más que una excentricidad pequeño burguesa, un caprichito que concedo a mi vanidad.

El tercer episodio de esta crisis de fe tiene que ver con el desembolso de 1.660 euros que realicé hace un par de semanas. A pesar de las recomendaciones del sello que va a editar el primer trabajo del grupo en el que toco”sólo me compensa sacar CDs”, nos informó Pablo Carrero, capo de Rock Indiana–, mi socio y yo decidimos que queríamos editar por nuestra cuenta (corriente) una serie limitada de LPs. Serán 300 discos en carpeta simple, con portada mate y sin ningún extra; lamentablemente, Dani, no nos daba para hacerlos en colores. Si este presupuesto tuviera un nombre sería “Lo Más Barato, Por Favor”. El único lujo que nos hemos permitido es algo que llaman “test pressing”, una prueba que se envía al cliente para corregir posibles errores de tracklist, detectar ruiditos o modificar el volumen. Afortunadamente todo estaba bien, dimos el ok y ahora sólo queda esperar que salgan de la fábrica de Lodenice, República Checa, unas treinta cajas con dirección Madrid, España. Dónde las meteremos, eso es algo que se pensará cuando lleguen.

Nuestros cálculos dicen que debemos vender al menos la mitad de los vinilos para recuperar la inversión; lo que costó la mezcla y masterización del disco esperamos amortizarlo con los beneficios de los cds, pero esa es otra historia. En cualquier caso, si vender hoy 150 discos físicos es un reto –artistas internacionales que llenan recintos y lideran carteles de festivales no los despachan en España–, encontrar entre nuestro público a quienes además de querer comprarlo tengan plato va a ser, cómo decirlo, interesante. Con mis padres no puedo contar, su equipo de música sólo reproduce cds, y de mis tres hermanos sólo una tiene tocadiscos en casa. Ese es el tipo de números que hago últimamente. También me preocupa que no logro recordar la última vez que hice cola en una tienda de discos, por no hablar de que en los puestos de merchandising observo que se pregunta por tallas de camisetas y no gramajes.

Y por fin, el episodio que me trajo hasta esta celda acolchada, la epifanía que originó el ataque de nervios, digo yo, brote psicótico, dicen ellos. Sucedió en una tienda, esta vez de la cadena Tiger. En una economía de batalla como la nuestra, sus cuadernos de contabilidad tienen unos precios muy competitivos. ¿Saben qué otro artículo del gigante danés del todoacien de diseño tiene una excelente acogida? En sus establecimientos pueden adquirirse preciosos tocadiscos retro y hay una estupenda selección de álbumes que incluye reediciones de The Police, The Clash, Marvin Gaye o Amy Winehouse entre otros.

Sin embargo, son los marcos para LPs los que realmente se venden como churros. Siendo un poco maliciosos, incluso se podría pensar que esa cajonera con discos está pensada para no entregar el marco huérfano, más que para ampliar la colección de un melómano en ciernes. Es decir, podría sacarse la conclusión de que es más probable que acabe colgado en una pared que con sus surcos acariciados por la aguja. Sería horrible, pero… ¿y si en realidad ese fuera el cruel destino de los LPs? ¿Decorar los huecos de los salones de Ikea? ¿Dar un puntito rockero a bares de copas con listas de reproducción de Spotify? ¿Para qué demonios nos hemos gastado tanto dinero Dani Martín y yo si la gente sólo quería la portada? Y más importante, ¿qué hacemos ahora con todo este vinilo?

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