DOMINGO, 14 DE JULIO DE 2024

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Rodolfo Segovia S.

Acertijo democrático

El que el presidente de Colombia parezca no creer en la majestad de la urna libre, excepto para autoelegirse, es motivo de profunda preocupación.

Rodolfo Segovia S.
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Rodolfo Segovia S.

Se atraviesa territorio desconocido. Colombia no está acostumbrada a que su presidente ignore que solo las urnas otorgan legitimidad al poder, tal como él la obtuvo hace dos años. Aquí se ha creído desde el nacimiento de la República en la majestad de la ley, así sea para violarla. Es parte del ADN nacional, y lo que distingue al país de casi todos los vecinos iberoamericanos (Chile es una notable excepción).

Desde el restablecimiento del orden democrático en el Canapé Republicano, símbolo de las reformas de 1910, todo gobernante colombiano en ejercicio ha sido un creyente en la majestad de la urna, con solo el general Rojas Pinilla como aberración. La sucesión presidencial ha ido precedida por la voluntad expresa de los gobernantes de entregar el poder a quien ganase en elecciones libres. Ha sido un respetado consenso, pilar de una tradición democrática secular.

Y no es una tradición cualquiera. Van más de 25 presidentes casi sin interrupción que han gobernado desde lo que podría recordarse, económicamente hablando en 1910, como un no-país, a una nación que ha venido creciendo, no siempre en paz, para bienestar de una parte cada vez mayor de sus habitantes. Ello sin prejuicio de las insuficiencias, de lo que, pudiéndose, no alcanzó a hacerse o, debiéndose, no fue incluido.

Don Sancho Jimeno, el preclaro defensor de Bocachica en 1697, hacía memoria, pero solo encontraba en el próspero período de los primeros dos Austrias (Carlos V y Felipe II–80 años) una etapa nacional similar a la colombiana, aun sin las minas de América que ahora llenan el Galeón San José. Y tiene razón: esos presidentes sucediéndose los unos a los otros, con reglas del juego conocidas y aplicación relativamente transparente, le han dado a Colombia un tránsito excepcional. De las carencias se puede hablar por la eternidad, que no es óbice para negar lo bailado.

El reconocer los méritos de la sucesión presidencial obliga a expresar desánimo ante la posible ruptura de su transcurrir, con sus discontinuidades preencasilladas y determinadas por períodos establecidos y reglas. El que el actual presidente de Colombia parezca no creer en la majestad de la urna libre, excepto para autoelegirse, es motivo de profunda preocupación–una de tantas. Mal presagio para una democracia resiliente, que tiene resultados que mostrar.

De todos los sistemas de gobierno, ya lo dijo Churchill: la democracia es el menos malo. Aterra, por lo tanto, que le sienten en la camilla posoperatoria para anunciarle a sus creyentes que hay que amputarle un miembro.

Es lo que aparentemente tratan de proponerle a los colombianos por la puerta de atrás. La fuerza de los presidentes sucesivos lo impide, aunque haya habido, o halla, alguna oveja negra. Que no se pretenda cambiar las reglas del juego con la minoría energúmena, o la Primera Línea, o la Paz Total. Aquí todavía se prefiere el limpio acertijo democrático.

RODOLFO SEGOVIA
​Exministro e historiador

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