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Cárcel El Buen Pastor, Bogotá.

Las drogas, otra cárcel dentro de las cárceles: las historias de muerte y superación en El Buen Pastor

El microtráfico en estos lugares está ligado a las redes que manejan el negocio en las calles.

Las drogas, otra cárcel dentro de las cárceles

El microtráfico en estos lugares está ligado a las redes que manejan el negocio en las calles. En la cárcel El Buen Pastor se contrastan las historias de mujeres sumergidas en la adicción con las de las que se han rehabilitado.


Alicia Méndez

Subeditora de Justicia

Hay gente corriendo y gritos desesperados. Son las 9:25 de la mañana de un día de marzo del 2024 y en la gran puerta azul que da acceso a la cárcel de mujeres de Bogotá, El Buen Pastor, tres guardianes cargan a una mujer hacia una camioneta del Inpec. A su lado corren el médico de turno y la enfermera de la cárcel. La puerta se abre lento y por allí desaparecen todos rumbo al hospital más cercano. 

(Vea en realidad virtual cómo viven los presos en una estación de Policía)

Aunque nadie lo admitirá oficialmente, es una emergencia por sobredosis de drogas. La mujer, de unos 30 años, va casi sin signos vitales y camino a ser un nombre más de la larga lista de personas que pierden la vida estando bajo la custodia del Estado en condición de detención judicial. El consumo de drogas, se supone, está prohibido en las cárceles. Pero no solo es una realidad, sino el motor de uno de los negocios ilegales más rentables en esa otra Colombia que existe de rejas para adentro.

En El Buen Pastor, como en todas las cárceles del país, la droga (bazuco y marihuana, por lo general) entra a través de las visitas, aunque el millonario negocio difícilmente se movería sin la complicidad de miembros de la guardia y otros funcionarios oficiales. “La guardia mantiene los controles, pero se ha encontrado marihuana camuflada en todas las formas, hasta en huesos de pollo la meten. Se las arreglan como sea. Por eso las mujeres no pueden ingresar con tacones o plataformas y las chanclas toca revisarlas bien. Hasta en el cabello esconden marihuana”, dice un general en retiro de la Policía que fue director del Inpec y que reconoce que muchos guardianes facilitan el ingreso de estupefacientes, licores y celulares.

“Según el patio y la cárcel, le ofrecen a un guardián hasta dos millones para que les ingresen un celular: ya se podrá imaginar los alcances que pueden tener las mafias que mueven la droga”, señala el exdirector del Inpec. Tan intenso como en cualquier aeropuerto internacional es el chequeo para evitar que las redes de narcotraficantes logren meter la droga a las cárceles a través de mulas, muchas de las cuales son mujeres. Por defecto, cualquier mujer que entra de visita a una cárcel es sometida a chequeos, incluso con perros antinarcóticos, que muchos consideran abusivos. 
“Los grandes problemas en muchas cárceles, hasta con muertos, son por el consumo de drogas o por la comida”, dice en tono bajo una de las privadas de la libertad, que asegura que alguien que consume bazuco “se mete al menos 10 ‘bichas’ (dosis) al día. Cada una vale 5 mil pesos. Sume cuánto es eso y lo endeudado que se puede terminar aquí adentro”. La marihuana, a la que llaman también ‘balón’, la venden en 8 mil pesos por dosis (tres gramos). “Aquí todo se mueve por terceros, no manejamos plata, pero los jíbaros no tienen problema porque reciben hasta Nequi”, asegura la mujer.

En esa y todas las cárceles hay un mercado amarrado para el microtráfico que funciona como un ‘departamento’ más de las redes que manejan el negocio en las calles. Además de los que empiezan a consumir cuando caen presos, muchas de las personas que están privadas de la libertad están sindicadas o condenadas por cometer delitos bajo efectos de sustancias alucinógenas, consumo de licor o por participar en robos y atracos para conseguir su dosis. Ese es el caso de Ruth, de 44 años, quien en estado de enajenación mató a uno de los ‘sayayines’ (los que manejaban la droga en el antiguo Bronx, en Bogotá), su pareja sentimental. Ella aceptó los cargos de la Fiscalía pero, dice, no recuerda qué pasó.

Ruth fue reclutada a los 8 años por las Farc. En una operación de inteligencia, la guerrilla la mandó a meterse al Bronx y allí se enamoró. Por ese amor probó las drogas y se hundió en ellas. Está condenada a 16 años y 8 meses de prisión por homicidio agravado; ya pagó 8 años. “Ya llevo tres años limpia y voy a seguir así -dice Ruth, con una sonrisa de satisfacción-. Un día decidí dejar el vicio y entré al grupo de la Comunidad Terapéutica. No fue fácil. He llorado lágrimas de sangre, pero aquí estoy”.

En esa ‘Comunidad’ hay mujeres entre los 18 y 60 años. Todas buscan dejar o han dejado el vicio con el apoyo de un especialista. Gracias a ese trabajo en grupo Ruth logró convertirse en gestora de paz tras adelantar un curso de la Universidad del Rosario y otros en el Sena. En la cárcel sacó adelante 20 diplomados y aprendió a tejer gorros, bolsos y suéteres y a trabajar en bisutería y en madera.
Mientras Ruth y sus compañeras le ganan día a día la pelea a la droga, en las afueras de El Buen Pastor se ve siempre a familiares y cercanos de las 1.858 mujeres que viven en los 9 pabellones o patios de la edificación. Según el día de la semana (se asignan por patios), los familiares se acercan para dejar la ‘encomienda’, elementos de aseo, alimentos perecederos, cartas, ropa, que se entregan al personal de la guardia. Hay un intenso chequeo para evitar el ingreso de drogas, de armas y hasta de plata en efectivo, que está también prohibida en todas las cárceles del país.

Al pasar la primera reja hay un patio donde se realizan los controles de entrada -un segundo filtro- en el que se verifica la identidad y se ponen los sellos que, al azar, se cambian todos los días. Hay unos siete diseños, con figuras de animales o formas geométricas. Se les ponen en los brazos a los visitantes para evitar cambiazos. En un tercer filtro se ubican seis pequeños cubículos donde se entrevistan los abogados y sus defendidas, separados por un vidrio.

En el Buen Pastor de Bogotá hay 1.335 mujeres condenadas: de ellas 23 son extraditables y 12 más que se ubican en el pabellón de alta seguridad. En este último están, por ejemplo, Margareth Chacón, condenada a 39 años de prisión por el asesinato del fiscal uruguayo Marcelo Pecci, y Carolina Galván Cuesta, mamá de la niña Sara Sofía Galván, condenada por la desaparición de su hija de dos años en 2021. A las condenadas se suman 723 sindicadas.

Al ingresar a la cárcel en sí, lo primero que se ve es el patio 2, donde están las madres con sus hijos -la ley les autoriza estar con ellos hasta que cumplen tres años-. El acceso es restringido, por los niños. En este patio, así como en el de extraditables y el de alta seguridad no se registra hacinamiento. Desde ese punto se puede ver un corredor largo. Hay guardianas en diferentes controles. También mujeres de distintas edades caminado en actividades de limpieza, jornadas de estudio o talleres. Algunas llevan el uniforme de color caqui, aunque no todas lo utilizan.

El día más alegre en El Buen Pastor es el domingo, cuando en las visitas pueden entrar los niños. Los reciben en la llamada “zona rosa”, que cuenta con una especie de kioscos, con mucha luz y acceso a un parque, para que los niños jueguen, lejos de la realidad de sus madres. No todas tienen esa fortuna, Luz, de 42 años, lleva 5 años y 5 meses en la cárcel y desde que la capturaron no ve a su hijo menor, hoy de 14 años. El otro, de 22, fue a visitarla el fin de semana. Al hablar de sus hijos, esta mujer afrodescendiente pasa de una sonrisa que ilumina el patio a una voz temblorosa. “A mi chiquitín no lo veo desde que caí acá, lo extraño mucho”.
Para sobresalir en la cárcel, las personas privadas de la libertad (PPL) deben contar con dos anotaciones: buena conducta y conducta ejemplar. Esto les abre la puerta para acceder a los talleres, validación de bachillerato y hacer parte del rancho. Tomar los cursos y capacitarse les sirve a las mujeres para redimir pena, “y tener una opción de vida cuando salgan”.

Por el corredor no se ve hacinamiento, todo está limpio y organizado. Están las aulas de clase y la biblioteca, estas zonas tienen acceso restringido, “prima la privacidad de las PPL. Por eso no se debe enfocar su cara o entrevistarlas sin autorización”, repite la guardia.

Los patios con mayor número de mujeres son el 5, con 494 privadas de la libertad, y el 6 con 450. “Allá es otra cosa, el personal es un poco más complicado en su manejo. Muchas son reincidentes, por hurto y microtráfico”, indicó una de las privadas de la libertad. Lo dijo en tono bajo para que no la escuchen los de la guardia. “Allá sí hay hacinamiento y los problemas son más jodidos. Hasta para la visita conyugal, porque toca rotar las celdas y el tiempo es más corto”, aseguró la mujer, que no pasa de los 20 años.
ALICIA LILIANA MÉNDEZ
​Subeditora de Justicia

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