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En dos buses del Inpec fueron trasladados 12 prisioneros que se encontraban en la cárcel la modelo tras el asesinato del director de la cárcel Elmer Fernandez. Los reclusos fueron enviados a la cárcel la picota y a la cárcel de picaleña en Ibagué.

La Modelo: la cárcel que ardió en el 2020 y sigue en llamas

El asesinato del director del centro penitenciario, Élmer Fernández, revela la fragilidad de la aparente calma que se vivía desde el trágico motín del 2020 en el que murieron 24 personas.

La Modelo: la cárcel que ardió en el 2020 y sigue en llamas

El asesinato del director del centro penitenciario, Élmer Fernández, revela la fragilidad de la aparente calma que se vivía desde el trágico motín del 2020 en el que murieron 24 personas. 

Miguel Espinosa

Periodista de EL TIEMPO

La figura de la Virgen de Las Mercedes, la patrona de los reclusos, ha sido testigo muda de todas las tragedias de la que bien puede ser la cárcel más trágica de toda Colombia: La Modelo de Bogotá.

Frente a ella pasó por última vez, cayendo la tarde del pasado 17 de mayo, el coronel Élmer Fernández, el director de la cárcel que fue asesinado por sicarios, en el que es considerado como el más duro golpe contra la seguridad del sistema penitenciario y carcelario del país en los últimos 20 años.

(Vea en realidad virtual cómo viven los presos en una estación de Policía)

Por el pasillo de luz mortesina que vigila la Virgen, donde está ubicado el primer control de ingreso, hicieron la ruta opuesta, rumbo a Medicina Legal, los cuerpos calcinados de al menos 24 internos, las víctimas fatales del motín y del incendio de la tarde-noche del 21 de marzo en el 2020, en plena pandemia, la más grande tragedia carcelaria en décadas. La misma Virgen que por años, a finales de los 90 y comienzos de este siglo, vio pasar llorando a las familias de decenas de muertos en la guerra de los 'paras' y 'guerrillos' presos en la época más oscura de la cárcel.

La imagen emerge entre flores artificiales azul turquí y velas blancas, lleva una inmensa corona y un vestido blanco con detalles dorados. 

Al final del pasillo, tras caminar unos 60 metros y atravesar dos controles más, se escuchan silbidos y chiflas. El vaho del encierro hace el aire pesado, como el golpe de calor que se expulsa al abrir una olla a presión.

Al llegar al último puesto de seguridad se ven a derecha e izquierda dos secciones: sector sur y sector norte. De gorra y chaqueta, gafas de lentes oscuros, con temor a hablar y una sonrisa socarrona por lo duro de la confesión, uno de los pocos internos que deciden hablar recuerda este pasillo en llamas, una fila de más de 100 metros con colchones ardiendo, el humo, los gritos, los disparos.

En esa trágica noche del 2020, las protestas por el hacinamiento y la zozobra que en ese momento generaba la pandemia del covid-19, que apenas empezaba, liberaron el caos. ¿El saldo? 24 internos muertos y más de 100 heridos, muchos de ellos por la violencia sin control desatada por algunos guardianes. “Han hablado de ‘veintipico’ de muertos –dice–. Pero fueron más, fueron muchísimos más”.
La Modelo fue inaugurada en 1960 y en ese momento se dijo que era el futuro de los centros penales de Colombia. Más de 64 años después representa no solo una historia oscura sino un anacronismo arquitectónico: está enclavado en pleno centro-occidente de Bogotá y es el sitio donde cumplen encierro 3.836 personas, pese a que su capacidad no da sino para 2.910 reclusos. El hacinamiento es del 32 por ciento, es decir, hay una sobrepoblación de 926 personas.

El preso sin nombre afirma que la situación hoy en comparación con la que desató los hechos de marzo del 2020 es un poco mejor, ya que se han transferido muchos reclusos a otros centros penitenciarios. No obstante, el fantasma de aquella noche perdura en los pasillos.

“Lo del 2020 fue un acuerdo intercarcelario –cuenta–. Se iba a hacer una protesta, pero era pacífica, un cacerolazo. Las cosas se salieron de control en el patio norte y empezaron a tumbar las rejas para fugarse”. Recuerda el sonido de cada reja cayendo. Cada golpe del metal contra el suelo era como el disparo de un cañón que levantaba el ánimo de los reclusos. La euforia subía y subía.

Él bajó junto a otro compañero hacia el pasillo que divide las alas. Fue ahí cuando vio los colchones ardiendo en el pasillo. El humo era insoportable. “Regresamos porque no se podía pasar, es la verdad –explica–, pero también empezaron a sonar disparos, por eso nos fuimos al patio de nuevo y ahí esperamos”.

Hace un gesto con las manos, como si empujara a alguien. Así explica el momento en que empezaron a sonar los helicópteros. Todos los que estaban en el patio se fueron contra la pared. Asegura que desde el helicóptero empezaron a disparar.

Mientras todos se aferraban a la pared y algunos regresaban a sus celdas, vio entrar un joven. Lo recuerda tambaleándose. Cayó en la mitad de la cancha de fútbol. Los disparos seguían. Se acercó al recluso que balbuceaba algo inentendible. Murió acostado mirando el cielo mientras su sien palpitaba enrojecida por el impacto de una bala de goma.

“Agonizó como dos horas –narra el recluso–. Luego un señor que estaba parado junto a mí recibió un disparo desde arriba, le dio en el hombro y lo atravesó. Fue una noche larga”.

Acomodaron los cuerpos en las canchas de fútbol hasta que la situación fue controlada por las autoridades. Y oficialmente no se volvió a hablar de esa noche. Cinco guardianes fueron acusados por tortura agravada.
La solución después de los hechos registrados fue separar con un muro de concreto el paso de lado a lado entre los patios. Ahora se gritan de lado a lado, conversan, se cuentan cosas.

Sigue la risa nerviosa, la cautela de no contar mucho ni revelar su nombre. Dice que se encuentra detenido hace seis años. Aún espera dos condenas más. Sostiene que aunque el hacinamiento sigue siendo bravo, no es nada comparable a lo que pasaba antes.

“Todavía nos amontonamos en los pasillos, claro –ríe–. Pero antes eran muchos más y no había lugar, ahora es más sencillo acomodarse”.
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El ala sur está conformada por cinco pabellones (patios 3, 3A, 4, 5A y 5B), en esta parte conviven los condenados por delincuencia común y también extranjeros.

A cada lado del pasillo se ven personas abrazadas a las rejas. Gritan si viene alguien con medicinas o comida, o si un guardia del Inpec piensa entrar. Uno de los que se encarga de vigilar en las rejas del patio 4 lo hace utilizando un espejo roto, quizá el resto de alguna pelea, lo utiliza como si se tratara de un retrovisor.

Los patios tienen una cancha de fútbol y basquetbol al aire libre, pero son varios los que prefieren aglutinarse contra la reja, mirar quién viene desde el exterior.

En el pasillo de esta sección hay algunos colchones. Luis Fernando Cortés Ávila, quien cumple una condena de 88 meses por hurto calificado y agravado, lleva casi una semana en este lugar tras una pelea con uno de los internos del 5A.

“Me van a pasar al 2A. Aquí sigo esperando –explica Luis Fernando mientras se cubre el rostro–. Lo que pasa es que entre nosotros somos conflictivos, es normal, amanecemos de mal humor y pasan las cosas”.

Es la tercera vez en sus 43 años de vida que está en La Modelo. La primera vez estuvo un año y la segunda solo seis meses, pero prefiere quedarse en el colchón del pasillo. El espacio que ocupa luce sucio, igual que su ropa. Dice que no hay mucha tolerancia en los patios.

“El problema lo busca uno –aclara–, o sea, para pelear se necesitan dos y uno a veces no se tolera con el otro, es normal y más cuando somos tantos”.

Adentro de los patios, los pasillos se hacen angostos, son menos de dos metros de espacio para ingresar hacia el lugar donde se encuentran las celdas. Cuatro pisos como colmenas.

Antes de subir se escuchan varios gritos desde afuera anunciando la llegada de extraños, ganando tiempo. De las celdas salen varias personas.

Los de esa parte son espacios con casi cuatro metros de profundidad y dos de ancho. Son reducidos, pero pueden estar entre los mejores no solo de esa cárcel, sino de todo el sistema penitenciario colombiano. Allí se acomodan cuatro personas en celdas acondicionadas para tres. Duermen en su espacio, no tan amplio, pero suficiente para que se recueste un adulto promedio. Tratan de establecer las divisiones con sábanas que ponen en sus lugares, como una cortina para separar 'habitaciones'.

El día de la visita conyugal, se turnan el tiempo en la celda, máximo una hora. Es un acuerdo al que llegan algunos de los internos y se respeta. Pero eso no pasa en todas las celdas. 
El guardia del inpec sacude la sábana y cuatro personas salen. Muchos prefieren pasar el día en cama ya que el patio se llena mucho y en el cielo no hay una sola nube, el sol hace que la piel arda.

Hacia la parte del muro que da a la cancha de fútbol se ven cobijas, sábanas y ropa secándose, muchos prefieren mantener sus celdas a oscuras. El patio 5A, de donde venía Luis Fernando, parece una plaza de mercado. Hacia arriba, por las escaleras, se aglutinan más hombres que también gritan cuando alguien va a subir.

En el patio 3A está la biblioteca. Dos condenados juegan ajedrez mientras otros ven la televisión. Adentro de uno de los salones donde hay instrumentos musicales y libros educativos se sienta otro de los privados de la libertad para dormir un poco.

El salón se encuentra en silencio y el joven de unos 35 años no puede evitar quedarse dormido. Es el lugar más silencioso hasta ahora del centro penitenciario. Tiene los ojos inyectados en sangre, parece que no tuvo una buena noche: "En las noches hay mucho ruido –explica–. Y usted sabe que uno tiene que estar en alerta porque no falta el que se intenta meter o hacerle daño a la gente. Aquí es tranquilo, pero uno no sabe quién quiere entrar”.

Las rejas que comunican los patios son aseguradas con candado. Los guardias del Inpec realizan operativos cada día desde las 5 de la mañana (hora del conteo) mientras que cada semana un grupo especial del Gaula de la policía realiza inspecciones. Todos estos operativos varían según lo determine el director de la cárcel. Después de las 5 de la tarde (hora de la vuelta a las celdas), no debe haber ningún interno fuera de su celda.

Las reglas son claras. A las 6 de la mañana se sirve el desayuno; a las 11, el almuerzo, y sobre las 4 de la tarde se entrega la cena. El menú varía según aprobación de la junta y del operador.
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El cielo azul. Despejado. Los patios arden por el calor que los primeros días del año ha sido atípico para la capital del país. Adentro el vaho hace denso el aire. La Virgen de las Mercedes aparece en murales y tres esculturas más por varios pasillos. No se sabe si sean suficientes para seguir rogando por perdón, compasión y misericordia.

En el ala norte (1A, 1B, 2A y 2B) se encuentran los condenados por delitos de alto, impacto tales como concierto para delinquir y homicidio; al fondo, en el patio 1A, alejados del resto, se encuentran las personas señaladas por delitos sexuales.

Tiene una camiseta roja sin mangas y el pelo con un tinte cobrizo que luce como agua oxigenada. Lleva una gorra negra y un buzo de manga larga del mismo color puesto en los brazos. En cada movimiento descubre sus brazos repletos de cicatrices. Lo conocen como ‘Marlon Brando’, es un paciente con trastornos mentales, pero que no recibió el certificado como paciente psiquiátrico y por eso convive con los demás condenados.

En cada piso del patio 2A se puede ver en la mitad del pasillo una pila de colchones que, dicen, son entregados a cada recluso en el momento de su ingreso a la cárcel La Modelo.

Asume la vocería del patio y empieza el recorrido. Explica que el pasillo, unos 20 metros de largo, es el lugar donde se acomodan los internos que no tienen celda. En cada piso hay un número diferente, el que más tiene reclusos en el pasillo es el segundo, dice que son unos 160 los que están por todo el corredor de un poco más de un metro de ancho.

Muchos internos han llegado de la cárcel Distrital, en el tercer piso hay 152 y en el cuarto duermen sobre el pasillo 144. A los que duermen afuera porque han tenido problemas con otros internos los llaman ‘rastrillados’.

“Aquí acomodamos al que va llegando al lado del baño y así van corriendo el resto –explica el vocero–. El nuevo tiene que estar al lado del baño, son las reglas y conforme pasa el tiempo se van corriendo”.

Con la reciente jornada de visitas familiares, los baños quedaron limpios. Son espacios pequeños, lo justo como para que una persona de 1.70 se pueda sentar. La regla es que se limpian durante las jornadas de visitas y nadie puede utilizarlos para nada más que orinar durante esos dos días del fin de semana en que familiares y amigos van a visitar a los reclusos entre las 8 a. m. y la 1:30 p. m. El que tenga una urgencia debe ir al baño de abajo, atrás de la cancha y hacerlo en una esquina.

A medida que se van corriendo los colchones por la llegada o salida de reclusos, los internos logran dar la vuelta completa al pasillo. Los más veteranos se encuentran en la zona que tiene televisor. No quieren cámaras y aseguran --difícil de creer-- que allí nadie paga por nada, solo se respeta la veteranía.

Cuando se trata de una visita familiar, los internos ponen una colchoneta sobre otra y una tercera se ajusta a modo de espaldar, lo cubren con una sábana y queda preparada como un sillón.

“’Marlon Brando’ es un personaje, ya ha salido en televisión y es violento –comenta–. Pero nosotros estamos pendientes de que se tome sus pastas, lo mantenemos vigilado para que no las vaya a vender y siempre está tranquilo”.

Los internos insisten en que no hay líderes. Si se separa uno de la manada es cuestión de segundos para que todos se agrupen y contesten casi al unísono. "No se cobra", "no hay caciques", pero todos miran a uno solo al momento de responder.
El patio 2A tiene su propia peluquería. Hace un año se ganaron una silla para el lavado de cabezas que tienen las barberías, pero no funciona. Hay filas para reclamar el dinero que les consignan y una cafetería. Los guardias insisten en que el dinero solo se utiliza para compras en la tienda.

Los internos viven de las consignaciones que les hacen sus familiares, depende de la capacidad económica de las personas que desde afuera le dejan algo para comer y otros servicios.

A mediodía, el sol es tan fuerte que pocos quieren estar a cielo abierto, pero por la cantidad de personas se acomodan en la cancha de basquetbol y ponen camisas o cobijas para cubrirse.
La última parte del penal tiene la zona piloto, para reclusos de la tercera edad y la unidad de salud mental. El espacio conocido como piloto es para las personas en condición de discapacidad. En la parte trasera hay proyectos productivos como una granja y la panadería, también hay una cancha de fútbol grande.

Muchos años atrás, los internos de la comunidad LGBTIQ+ pidieron mantenerse en el pasillo de la zona piloto debido a las agresiones de otros internos en los sectores sur y norte. Entre ellos se cuidan y permanecen en este corredor para evitar inconvenientes.

De vuelta al sector sur, uno de los espacios del pabellón 3 está reservado para pacientes con VIH, es pequeño y está junto a la biblioteca, pero cuentan con una celda para ellos, pueden contar con ese privilegio.

“En el patio 4A (desde donde se dice que fue ordenado el asesinato del director) hay 450 personas en este bloque –continúa el guía mostrando con sus manos la distribución de su patio-. Eso es bueno, porque aquí alcanzamos a ser 2.300”

El guía detiene su recorrido para limpiarse el sudor. El sol brilla con intensidad y la luz entra entre la ropa colgada de la ventana. Reconoce que en la cárcel este patio es conocido como el más conflictivo.

“Es que aquí llega, sobre todo, mucha gente de la calle. Habitante de calle, y esos no están adaptados a vivir en comunidad –ríe–, no están adaptados a convivir de una manera normal, digamos”.

Las peleas no pasan de un par de puños. La convivencia de 450 personas no es tan fácil como lo pueda parecer, hay quienes ocultan armas cortopunzantes o utilizan objetos contundentes. La sonrisa del guía se le va del rostro cuando recuerda que el último evento grave que tuvo que vivir al interior del penal fue el de la fatídica noche de marzo del 2020.

“Yo sé que los muertos fueron más –mantiene su posición–. Pero uno desde acá adentro a quién le dice, quién lo escucha a uno”.
MIGUEL ESPINOSA
​Periodista de EL TIEMPO
​Bogotá

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