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Las letras con piquitos pintadas en los cristales de las tabernas son la verdadera tipografía del Madrid que se nos muere

Las típicas letras y motivos con el estilo de Tony Encinas en la taberna Domínguez

Luis de la Cruz

Madrid —

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Madrid nunca ha tenido una tipografía totalmente identificativa de la ciudad como la vasca o la salmantina (vítor). Lo más parecido hoy en día es la que da adorna los rótulos cerámicos en las calles del centro, creada por Ruiz de Luna. Desde hace unos años, tiene además una versión de uso libre y gratuito para uso digital llamada Chulapa.

Sin embargo, hasta hace unos años, la tipografía más representativa de la ciudad había que buscarla en las paredes y cristaleras de los bares y no en la rotulación oficial. Era siempre una obra única y manufacturada: las tipografías en mayúsculas con virgulillas pareadas en los laterales de Tony Encinas.

Arturo Muñoz, uno de los autores del desaparecido blog Madrid Me Mata estaba obsesionado con esa tipografía que él consideraba la distintiva de Madrid por derecho propio y escribió en 2009 en esta bitácora:

 “¿Quién no se ha tomado unos churros y una porra con un chocolate calentito o esa ración de bravas detrás de unas cristaleras con una tipografía como esta? Desde MMM queremos hacer un llamamiento a los dueños de los bares y negocios en general de Madrid para que vuelvan a contratar a esas personas que decoraban con colores alegres sus escaparates y que seguramente ahora están en el paro por no saber dibujar tipografías foráneas como la Helvética y otras. Además, si alguien con los conocimientos y el tiempo libre suficiente crea una tipografía como esta para ordenador, nos cambiamos el logo, pero inmediatamente. ¡Nunca más un cristal sin tipografía madrileña!!”

La última de las peticiones de Arturo ha sido escuchada muchos años después, pues Juanjo López y Ale Santos –que ya creó unos números basados en la tipografía para la revista Yorokubu– anunciaron durante las pasadas fiestas de San Isidro la aparición de Manufacturas Tipográficas Madrileñas, con cuatro familias tipográficas gatas que incluyen una versión de la fuente de Encinas basada en el bar Los Caracoles, en Cascorro.

Alguien, al leer en 2009 el artículo de Madrid Me Mata, sacó a Arturo de su error. No se trataba de un estilo tipográfico sino de la peculiar manera de trabajar de un rotulista llamado Tony Encinas. Y lo mismo sucedió años después a los creadores de Manufacturas Tipográficas Madrileñas, según ellos mismos explican.

El uno y los otros llegaron guiados por su curiosidad a un artículo publicado en 2006 en el blog Vicisitud y sordidez donde se explica el hallazgo de que Tony Encinas firmaba sus letreros (a veces con su nombre completo y otras con sus iniciales). Entre las descripciones cómicas del artículo, se encontraban pistas del patrimonio popular perdido con la desaparición de los bares de toda la vida:

“Una noche, estando con lanavajaenelojo, mi Primo y su Santa, decidimos, en pleno arrebato de sordidez, ir a cenar al Pepita: la opción más barata y arrastrada de toda Malasaña. Al entrar en ese crossover taberna-de-viejos-de-toda-la-vida-meets-antro-calimochero-para-juventud-cutronga, de pronto, la cara de mi Primo se iluminó: «¡Todas las paredes y el techo de esta sala están pintados por Tony Encinas! ¡Este sitio es su Capilla Sextina! Mira, esa es su firma”. Y, de esa manera y modo, descubrí un nuevo personaje al que idolatrar“.

El culto soterrado al misterioso rotulista se puede rastrear en una página de Facebook abierta en 2015 dedicada al “rotulista de la mayoría de los bares de Madrid aunque nadie le reconozca el mérito”, donde aparecen no solo sus rótulos en blanco España y otros colores de Titanlux sino los clásicos motivos de croquetas, jarras de cerveza o bocatas de calamares hechos en vidrieras de tabernas.

La gestora cultural Maura Sánchez Escudero dejó por escrito el pasado enero en Hule y Mantel algunas pistas acerca de la identidad de Tony Encinas:

“El primero que me puso tras su pista fue Emilio Lage, de las centenarias Bodegas Ricla, al preguntarle sobre cómo la frase Pida el rico vermut de barril“ había llegado a decorar su puerta. Lage me cuenta que Encinas era lo que se llamaba rotulista itinerante y que se pasaba por allí de vez en cuando: ”Un día aparecía, se sentaba con sus pinceles y se ponía a pintar y retocar. Hasta que nunca más volvió“. 

Es inevitable que el interés por el patrimonio gráfico desaparecido de la ciudad se esté intensificando a medida que la velocidad de los cambios inevitables –no olvidemos que los rótulos sobre los cristales estaban pensados para ser sustituidos por otros– se está acelerando. Siempre llegaron unos negocios que se instalaron sobre lo que habían sido otros, cerrados por jubilación o fracasos varios. Pero, probablemente, nunca antes el centro de Madrid había estado sometido a un cambio comercial tan intenso.

Buen ejemplo de este interés es el colectivo Paco Graco (cuyo nombre proviene de otro de los autores de la rotulación histórica de la ciudad), que lleva conservando por su cuenta el patrimonio gráfico de Madrid desde 2016. Recientemente tuvieron gran éxito con la exposición No va a quedar nada de todo esto en Cibeles y, próximamente, la colección tendrá una sede permanente en el Mercado de Maravillas.

Encinas era un rotulista itinerante, de los que proliferaron desde los años sesenta en España. Un currante callejero del pincel cuya original obra gráfica, con el encanto de lo imperfecto y la densidad de la artesanía cotidiana, hizo fortuna. En algún momento, se popularizaron los materiales plásticos y, a la vez que desaparecían los carteles pintados de los cines de la Gran Vía, empezaba el ocaso del oficio. A pesar de todo, en los últimos años se ha visto la apertura de talleres de rotulación a mano que, a la vez que las pizarras profesionalizadas, han traído de vuelta a los negocios de más fuste los clásicos rótulos sobre espejo madrileños y una nueva generación de vidrios pintados.

Pero el rastro de la generación de Tony Encinas va desapareciendo a la vez que muere el Madrid cutrón de los años ochenta y noventa. Como este, y atado a la nostalgia de quienes no tenemos ya edad de pasarnos la vida en los bares, su recuerdo corre el peligro de la estetización. De quedar descontextualizado y ser carne de las tabernas falsificadas con nombre de mujer que pueblan hoy el Madrid nada popular del ayusismo. Su verdadero rastro, sin embargo, tiene también la ventaja del quien lo probó lo sabe. De ponernos delante de un espejo para certificar que la falsificación casticista canta la traviata antes que el chotis.

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