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Reportaje

Vuelta a lo natural: cuando producir (y comer) con responsabilidad ayuda a preservar el planeta

Tomates de cultivo ecológico.

Núria Lara Bernácer

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Un paraíso entre montañas, el origen de un sueño

1983, Bélgida (Comunidad Valenciana). Un tenue amanecer destila jirones de niebla que se entremezclan con las flores de un tono rosa persa recién estrenado, melocotoneros dichosos ante el zumbido primaveral de las abejas. El representante de la empresa francesa Bioprim, comercializadora de frutas y verduras biológicas, visita la pequeña localidad, de algo más de 600 habitantes, con una propuesta clara: trabajar los campos de manera ecológica. Atraído por las bondades del clima de este pequeño paraíso ajeno a las agresivas fumigaciones aéreas, se propició así un comercio, originariamente de cítricos, que dio lugar a la creación de la primera cooperativa de cultivo ecológico en toda España, Cofrudeca. La agricultura ecológica había llegado para quedarse.

Chelo Juliá, empresaria y agricultora ecológica, por entonces solo una adolescente, lo tuvo claro desde el principio. Convenció a su padre de la necesidad de sumarse al cambio a pesar de la oposición inicial de muchos vecinos de la localidad que “nos tildaban de locos”, atraída por la idea de diferenciar su producto y dotarlo de mayor rentabilidad. Varias décadas después, con un premio a la mujer emprendedora a sus espaldas, reconoce que continúa por vocación y por amor a lo que con tanto esfuerzo lograron sus antepasados, a pesar de que la situación es complicada, según reconoce, por el “incremento del precio de las materias primas, la falta de mano de obra cualificada y las ayudas de la administración, que llegan tarde”. Estos son algunos de los problemas con los que se enfrenta el sector, además de otros como la elevada edad media de las personas que ejercen la agricultura, casi la mitad tiene más de 65 años, y el minifundismo, o reducido tamaño medio de las explotaciones, que rondan las 5 hectáreas de media. En su caso, como en la gran mayoría de explotaciones agrarias de la Comunidad Valenciana, no va a haber relevo generacional, sus hijos no quieren dedicarse a esto. Representante de esa agricultura a tiempo parcial característica de esta región, Chelo combina su trabajo en el campo con la gestión de una tienda de productos ecológicos, aunque no vende allí su cosecha, prefiere exportarla a Europa, como lleva haciendo toda su vida. Valiente e innovadora, recientemente ha plantado en sus invernaderos 2000 pitahayas ecológicas. Fue hasta Andalucía para informarse de este nuevo cultivo y aunque aún no tiene definido su mercado destino, quiere acudir a la siguiente convocatoria de la feria Biofach, en Alemania, la de mayor relevancia mundial en alimentos y bebidas ecológicas, para concretar su negocio “si el resto van, nosotros también podemos ir”. Es un ejemplo de la vocación exportadora que define a la Comunidad Valenciana. Según el Comité de Agricultura Ecológica de la Comunidad Valenciana (CAECV), el 50% de la producción ecológica de la Comunidad Valenciana se exporta a Europa (Francia, Alemania y Países Bajos fundamentalmente), siendo el consumo interior una asignatura aún pendiente.

Cambio de paradigma

Hay que tener en cuenta que la agricultura es una actividad con un fuerte impacto en el medio ambiente y en nuestra salud. Dependiendo del sistema de producción empleado (agricultura convencional, producción integral o agricultura ecológica), la naturaleza y los seres vivos que la conforman se pueden ver más o menos afectados.

La denominada Revolución Verde, que tuvo lugar a partir de 1960, perseguía satisfacer la demanda mundial de alimentos incrementando la productividad agrícola. Para ello se impuso una agricultura intensiva, basada en el monocultivo y en el empleo masivo de productos químicos para la erradicación de plagas. A pesar de que muchos agricultores fueron reacios a introducir estos productos dañinos, gobiernos y multinacionales incentivaron su uso frente a cualquier otro método de control alternativo y ocultaron el riesgo mediante campañas informativas que minimizaban sus efectos nocivos. Investigaciones posteriores empezaron a detectar problemas derivados del uso de estos productos químicos: contaminación del suelo, el agua y la atmósfera, toxicidad, resistencias, proliferación de nuevas plagas, etc. Efectos nocivos en la salud y en la naturaleza que resultan inasumibles a largo plazo.

A partir de 1980, la sociedad europea empezó a demandar alimentos inocuos y a adquirir una mayor conciencia ambiental. La UE, paralelamente, fomentó la producción de alimentos procedentes de la agricultura ecológica, regulada actualmente en el Reglamento 848/2018, sobre producción ecológica, certificación, etiquetado y publicidad. La agricultura ecológica es un sistema de producción que busca la obtención de alimentos de calidad respetando la naturaleza y conservando la fertilidad de la tierra, mediante la utilización óptima de los recursos naturales, estando prohibido el empleo de productos químicos de síntesis y de organismos modificados genéticamente.

“¿Sin fertilizantes químicos crecerán las plantas?, ¿sin pesticidas, podremos controlar las plagas?, ¿sin herbicidas, cómo acabaremos con las malas hierbas?”. Estas preguntas, recuerda Pep Roselló, responsable de la Estación Experimental de Carcaixent durante años, hoy jubilado, se las formulaban los agricultores de la época, escépticos y asombrados, acostumbrados a un modelo de producción intensiva, cuando trataba de difundir las ventajas y beneficios de aquella incipiente agricultura ecológica en la Comunidad Valenciana. “Afortunadamente hoy en día la producción ecológica está sobradamente reconocida y aquellos primeros tiempos de incertidumbre, en los que se relegaba esta práctica a ambientes alternativos, están superados”, continúa Roselló.

A pesar de esta mayor concienciación de la sociedad “continúa existiendo mucha desinformación”, considera Alberto García, responsable del Servicio de Producción Ecológica de la Consellería de Agricultura. Reconoce que existen unos “límites máximos de residuos procedentes de los plaguicidas, en los alimentos y los piensos, por debajo de los cuales en teoría su ingesta no perjudica la salud. Pero desconocemos cómo estos contenidos permitidos, de manera sinérgica, puedan interactuar y afectar al organismo”. Lamenta García que “todavía se dan circunstancias en agricultura convencional que afectan seriamente a la salud” y cita como ejemplo “lo que ocurrió con el clorpirifo, uno de los insecticidas más empleados en agricultura durante años y que fue prohibido por la Comisión Europea en 2020 por su peligrosidad para la salud humana, ya que confirmaron efectos cancerígenos y neurológicos especialmente peligrosos en niños y niñas”.

Acariciando de nuevo la tierra

En producción ecológica, la prevención de daños por plagas, enfermedades y malas hierbas se basa en la protección de los enemigos naturales, la elección de especies vegetales adaptadas, la rotación de cultivos, para no agotar el suelo y unas técnicas adecuadas (riego, poda, etc.) para mantener el buen estado del ecosistema. Cuando se constata la existencia de una amenaza para la cosecha, solo pueden emplearse productos autorizados, tal y como destaca Pep Roselló “con un origen natural, a base de extractos de plantas o de sustancias minerales, como es el caso del azufre y las sales de cobre, igualmente efectivos que los productos convencionales pero menos contaminantes y con menor impacto en el medio”.

La producción ecológica renuncia al uso de productos químicos para proteger el medio ambiente y la salud mientras que en la producción industrial prima la rentabilidad y la productividad. Según un informe de la Generalitat de Catalunya, las áreas cultivadas en ecológico tienen un 30% más de especies de flora y fauna y un 50% más de individuos que las superficies no ecológicas. La biodiversidad es esencial, es la base de la agricultura y la  alimentación mundial. Según la Estrategia de la Unión Europea sobre la biodiversidad, más del 75% de los cultivos en el mundo depende de la polinización animal.

La agricultura ecológica se fundamenta en el uso de variedades locales, seleccionadas por los agricultores a lo largo de generaciones por sus características nutricionales y por estar mejor adaptadas al clima y al suelo, estando presentes en la cultura y gastronomía tradicionales. Considera Alberto García que “de su conservación depende que los caracteres genéticos de interés puedan mantenerse para las generaciones futuras” y según el Plan de Acción de la Diversidad Agraria Valenciana, suponen una herencia cultural que no debe desaparecer, además de que devuelven la autonomía a los agricultores.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estima que la agricultura emplea el 70% del agua en el mundo y que su uso para el riego aumentará debido a la demanda de una población creciente. Según el Consejo de las Comunidades Europeas, la agricultura es responsable de más del 50% de los vertidos de nitrógeno en el agua. Numerosos acuíferos del litoral de la Comunidad Valenciana alcanzan concentraciones muy superiores a las recomendadas para la salud. Informa Alberto García que, “un estudio de Les Corts, reveló que un total de 453 captaciones de agua subterránea para la producción de agua potable en la Comunidad Valenciana se encuentran afectadas por nitratos”. Para evitar este problema, en agricultura ecológica está prohibido el uso de fertilizantes nitrogenados sintéticos.

El 95% de los alimentos se producen en el suelo según la FAO. Un suelo sano es la base para la producción de alimentos sanos, sin embargo, la FAO estima que un 33% del suelo mundial está degradado. La agricultura convencional supone la pérdida de suelos fértiles por contaminación (nitratos, herbicidas, fertilizantes, metales pesados, etc.) y compactación (debido al uso de maquinaria pesada), mientras que la agricultura orgánica promueve un manejo sostenible del suelo.

El cambio climático constituye uno de los mayores retos a los que debe responder el sector agrario. Por su impacto directo, ya que está previsto el aumento de fenómenos climáticos extremos (olas de calor, sequías e inundaciones), escasez de agua y cambios en las enfermedades de las plantas. La Estrategia Valenciana de Energía y Cambio Climático considera a la Comunitat Valenciana una región que puede verse afectada seriamente. Además, según un estudio de la Agencia Europea del Medio Ambiente, el sector agropecuario representa el 10% de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero en la UE, el 5% en la CV según la Estrategia Valenciana de Energía. La agricultura ecológica es el único sistema de producción reglado que mitiga los efectos del cambio climático. Independientemente de las medidas de mitigación que se adopten, el cambio climático sigue produciéndose y dando lugar a impactos. La Estrategia Valenciana de Energía y Cambio Climático planea la selección de nuevo material vegetal y animal como acción imprescindible. En este sentido, indica Alberto García “desde hace unos años se está experimentando en ecológico con especies como el mango, en busca de alternativas de cultivo mejor adaptado”, reconoce que “aunque aún es pronto para reproducir la experiencia entre los agricultores, podría tratarse de una alternativa de futuro”.

Resistiendo desde las atalayas de los tiempos

La Estrategia Territorial Valenciana califica como rurales un total de 143 municipios en la Comunidad Valenciana, unos 74.000 habitantes. El medio rural valenciano supone un 32% de la superficie total, con una distribución media de 11 habitantes/km2, aporta el 2% del PIB y está conformado por espacios montañosos y pueblos pequeños, muchos de ellos olvidados, con un predominio del uso forestal y en los que prima la economía de agricultura y de servicios. Según la Encuesta sobre Condiciones de Vida, el medio rural presenta un menor nivel de renta de sus habitantes, menores oportunidades de empleo, peor acceso a servicios sanitarios, educativos, sociales, culturales y de ocio, mayor riesgo de pobreza y exclusión social y población envejecida.

Frente a este panorama, y teniendo en cuenta los aspectos que hacen de la agricultura una actividad especial: por un lado produce alimentos, esenciales para la subsistencia; por otro, es la actividad que más superficie ocupa, importante desde el punto de vista de la gestión de los recursos naturales y la configuración del territorio, resulta imprescindible aplicar una política agraria que garantice la pervivencia de la actividad agropecuaria en el medio rural, poniendo especial énfasis en los siguientes objetivos: lograr una renta agraria adecuada, asegurar la provisión de alimentos inocuos y de calidad a precios razonables, proteger el medio ambiente y la biodiversidad, contribuir al desarrollo rural y luchar contra el cambio climático.

Si no cuidas tu cuerpo, ¿dónde vas a vivir?

En los últimos años ha aumentado considerablemente la preocupación por la alimentación, produciéndose una toma de conciencia acerca de los componentes que llevan los alimentos y cómo estos afectan a nuestra salud. Según la Comisión Europea, las preocupaciones más habituales están relacionadas con los antibióticos, las hormonas y los esteroides en la carne, los plaguicidas, los contaminantes medioambientales y los aditivos alimentarios.

Las enfermedades del siglo XXI están claramente influenciadas por la alimentación. La agricultura ecológica se perfila como una opción de futuro cada vez más necesaria. Lola Raigón, Doctora Ingeniera Agrónoma, investigadora y anterior presidenta de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica defiende que “hay evidencias que asocian el consumo de productos ecológicos con una mejor nutrición y con la ingesta de menor cantidad de productos tóxicos (pesticidas, nitratos y metales pesados fundamentalmente)”. Lola ha abanderado algunos de los estudios que demuestran que “los alimentos ecológicos tienen más antioxidantes, minerales y vitaminas y que son más nutritivos que los obtenidos por métodos convencionales”. Raigón afirma que “las verduras y frutas ecológicas tienen un contenido en agua menor, lo que supone un sabor más intenso y una mejor conservación”.

Entre el compendio de investigaciones, destacan los análisis comparativos de contenido de vitaminas y minerales de alimentos ecológicos y no ecológicos. Así, las naranjas ecológicas contienen un 15% más de vitamina C que las convencionales; los pimientos ecológicos aportan un 20% más de vitamina C; las judías ecológicas acumulan un 7% más de hierro; las cebollas ecológicas un 35% más de selenio; las zanahorias ecológicas aportan un 45% más de fósforo y un 65% más de potasio que las obtenidas en agricultura convencional y las fresas y moras ecológicas contienen un 28% y un 42% respectivamente más de antioxidantes que las convencionales.

A la vista de estos datos se comprueba que, para obtener la dosis diaria recomendada de estos elementos esenciales hay que incrementar la cantidad ingerida si se trata de frutos convencionales, con el consiguiente impacto ambiental y económico.

El largo viaje hasta tu plato

Los supermercados ofertan todo tipo de frutas y verduras con independencia de la época del año. El modelo capitalista globalizado permite la distribución de productos hortícolas sin tener en cuenta los ciclos de producción. Esto afecta negativamente al medio ambiente (por la huella de carbono vinculada al transporte de estos productos desde la otra punta del planeta), de modo que “que sea ecológico no garantiza necesariamente la sostenibilidad”, según apunta Alberto García, ya que “puedes comprar arroz ecológico pensando en la sostenibilidad y que éste proceda de Zimbabue. Ecológico hace referencia al proceso de producción, pero es la industria y los propios consumidores quienes determinan la sostenibilidad”. La opción más adecuada para evitar este problema, considera García, es que “los productos ecológicos sean también locales, procedentes de comercio de proximidad y únicamente de temporada”. Pep Roselló va un poco más allá y reclama la responsabilidad del consumidor, que “debe hacer un esfuerzo para buscar al productor, algo que afortunadamente podemos hacer en nuestras comarcas y romper con el modelo tradicional de compra”.

De conciencia ecológica y social y comercio sostenible sabe mucho Montse Pitel, Licenciada en Ciencias Ambientales y cofundadora, junto con otras cinco personas, de la cooperativa Som Alimentació, que abrió sus puertas al público en Valencia, en 2018, hoy en día un referente nacional de consumo responsable con más de 600 socios. Apuestan por un modelo distinto, donde prima una alimentación de calidad, la mayor parte ecológica, un precio justo para el proveedor y el consumidor, el apoyo a los productores locales y un funcionamiento participativo y sin ánimo de lucro.

Su implicación empieza en su propio hogar “Intentamos que la cesta básica de la compra esté hecha con productos ecológicos y de proximidad, es nuestra contribución por un planeta mejor”. Reconoce que el precio de este tipo de productos en ocasiones es algo superior, pero tiene claro que ese no puede ser el factor determinante “hay otros costes, medioambientales y sociales a tener en cuenta, además de la afección directa en la salud de las personas”. En relación con alimentarse únicamente con productos de temporada, indica que “es cuestión de tiempo acostumbrarse a renunciar a determinados productos durante una época concreta del año y aprender a comer y a disfrutar de la comida de otra manera”.

Radiografía de la agricultura ecológica en la Comunidad Valenciana

España es, según datos del Ministerio de Agricultura, el principal país en producción ecológica de la UE, con 2.675.331 ha (un 11% de su superficie agraria). La valenciana se consolida como la cuarta comunidad en cuanto a superficie destinada a la agricultura ecológica (153.779 ha), por detrás de Andalucía, Castilla-La Mancha y Cataluña.

Ha habido un notable aumento de la superficie destinada a la agricultura ecológica en la Comunidad Valenciana en los últimos años, al mismo tiempo que la evolución de la superficie ecológica en España también ha ido en aumento.

Según datos del CAECV, por provincias, Valencia es la que mayor superficie dedica a la producción ecológica (81.101 hectáreas), seguida de Alicante (40.022 hectáreas) y Castellón (32.654 hectáreas).

Respecto a los cultivos ecológicos en la Comunidad Valenciana, destacan en cuanto a superficie, el viñedo para vino, los frutos secos, el olivar para aceite, los cítricos, los cereales, las hortalizas y los frutales.

En cuanto a los mercados de destino, el 50% de las exportaciones tienen como destino distintos países de la Unión Europea, seguidas de las exportaciones a territorio nacional (18%), el mercado internacional (16%) y el consumo interno (16%).

Entre las principales ventajas que perciben los agricultores valencianos en relación a la agricultura ecológica destaca el beneficio sobre el medio ambiente, una alimentación más saludable, mayor rentabilidad, mejor calidad, reducción de insumos y un cultivo más ético.

Por el contrario, los principales factores que frenan a los productores para adoptar la agricultura ecológica son: estructuras de comercialización insuficientes, el precio más elevado de los alimentos ecológicos respecto a los convencionales, el plazo que debe transcurrir hasta que se puede certificar la producción como ecológica (3 años), la dificultad en el control de plagas y enfermedades, la excesiva burocracia y los conocimientos técnicos, que se necesitan para gestionar debidamente la modalidad ecológica.

Los consumidores de productos ecológicos suelen apoyar la soberanía alimentaria, el consumo consciente y el comercio justo y de proximidad. En ocasiones tienen problemas para localizar estos productos en los puntos habituales de compra, si bien desde hace algún tiempo hay productos eco en la mayoría de grandes supermercados. No obstante, el canal de venta preferido de los productos ecológicos siguen siendo las tiendas especializadas (herbolarios y tiendas pequeñas).

La agricultura del siglo XXI

Los expertos coinciden, nos encontramos en un momento clave. En los últimos años la agricultura ecológica ha experimentado un importante crecimiento, debido entre otros factores a las mejoras normativas, a la búsqueda de una diferenciación comercial, a la necesidad de obtener mejores precios y a la expansión del mercado de este tipo de productos, tanto frescos como envasados. Los beneficios de los alimentos ecológicos son notables. Entender los retos a los que nos enfrentamos y apostar por alimentos ecológicos y sostenibles repercute en nuestra salud y en la del planeta. Lola Raigón contesta convencida con su natural optimismo, cuando se le pregunta por cómo cree que será la agricultura de aquí a veinte años: “La agricultura del futuro, o es ecológica, o no será”. Hemos avanzado mucho. Aún nos queda un largo camino por delante. A poder ser, que esté salpicado de campos verdes y zumben en ellos, felices, las abejas.

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