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En finca que fue de Pablo Escobar hay paintball y cuatrimotos

Desde enero de este año, la SAE le entregó a una empresa de entretenimiento la operación de la finca durante 25 años.

  • La Manuela fue construida por Pablo Escobar en la década de 1980 y fue dinamitada y destruida en 1993 por “los Pepes”. El terreno tiene 80.000 metros cuadrados y es uno de los mejores ubicados del sector. FOTO EsneYder Gutiérrez
    La Manuela fue construida por Pablo Escobar en la década de 1980 y fue dinamitada y destruida en 1993 por “los Pepes”. El terreno tiene 80.000 metros cuadrados y es uno de los mejores ubicados del sector. FOTO EsneYder Gutiérrez
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En finca que fue de Pablo Escobar hay paintball y cuatrimotos
07 de julio de 2024
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Treinta años después de su muerte, la pelea por la memoria de Pablo Escobar está más viva que nunca. Todos quieren un pedazo de esa mina de oro que es “la historia verdadera” del excapo del Cartel de Medellín: escritores, directores de cine, cantantes, comerciantes, empresarios. Incluso la misma familia se ha embarcado en sendas peleas por quedarse con la herencia más grande que les dejó Escobar: el mito de su historia.

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El único que parece desentendido, que actúa como la madre que finge demencia ante el actuar del hijo calavera, es el Estado colombiano, que este año perdió otra buena oportunidad para hacerse cargo del relato de uno de los personajes que más ha marcado su historia.

En enero pasado la Sociedad de Activos Especiales (SAE) le entregó a la empresa de entretenimiento D´Groupe la explotación comercial de la finca La Manuela, en Guatapé, que fue propiedad de Escobar, por los próximos 25 años.

A pesar de que preguntamos, ni la SAE ni D´Group quisieron revelar (por ahora) el valor del contrato del arrendamiento del predio de 80.000 metros cuadrados, ubicado en una de las zonas más privilegiadas de Guatapé, Antioquia y Colombia. En internet se ofrecen lotes de 1.000 metros cuadrados a la orilla del embalse por $500 millones.

Escobar empezó a construir La Manuela a mediados de los 80, cuando ya la represa había inundado el viejo Peñol. La nombró en honor a su hija, que nació por la misma época. El mito dice que ese iba a ser su regalo de 15 años, pero antes de que eso ocurriera, en la noche del 17 de febrero de 1993 (el mismo año de la muerte de Escobar), los Pepes dinamitaron y quemaron la propiedad. Desde entonces, la casa principal, la de huéspedes, las caballerizas, la piscina, la cancha de fútbol, de tenis, quedaron abandonadas a merced del agua, el sol y la maleza.

Una claridad: cuando la finca fue dinamitada, todavía no la había inaugurado. Ya Juan Pablo, el hijo de Escobar, hacía fiestas en la piscina y en los establos dormían los caballos más caros del país con todas sus comodidades, pero en la casa principal, para Escobar, su esposa e hijos, todavía no estaba amoblada. “Yo creo que Pablo ni siquiera alcanzó a dormir ahí, yo sí”, cuenta una de sus hermanas.

La casa del mayordomo, William Duque, que trabajó con Escobar, fue lo único que quedó en pie. Él, durante años, recibió sin hacer mucha bulla a los turistas curiosos que desde la cima de la piedra veían la estructura blanca sacada de un campo de batalla. Vendía comida, cerveza, souvenirs con la cara de Escobar y hasta había improvisado un campo de paintball. En abril del 2019, cuando la SAE llegó a reclamar el lote (26 años después de la muerte de Escobar) en un operativo con Ejército, Policía, Defensa Civil y hasta bomberos, tenía a 10 personas contratadas. En el comunicado del operativo de desalojo, la SAE aseguró que le iba a entregar la administración del predio al municipio de El Peñol de manera provisional para que desarrollara allí “algún proyecto en beneficio de la comunidad”.

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Quizás se pensó en hacer algo como en la Hacienda Nápoles, que el Estado se la entregó al municipio de Puerto Triunfo para que hiciera allí un parque temático siempre que ese tema no fuera Escobar. No fue solo el retiro de la famosa avioneta de la entrada, en la página web del sitio no hay ni una sola mención a quien fuera su propietario, ni siquiera en el capítulo de los hipopótamos, en el que hay un blog dedicado a Vanesa: “un tierno hipopótamo que por razones naturales y de protección de su vida, debió ser criada separada de su mandada, que, en un acto inexplicable de la naturaleza, la expulsó hace varios años”.

Lo cierto es que desde esa “toma” y hasta el pasado enero en La Manuela no había pasado nada nuevo: la maleza creció y con ella los turistas del Peñol y Guatapé, que veían la mansión inmensa desde la cima de la piedra o desde las embarcaciones turísticas del embalse, que hacen allí una parada obligatoria y cuentan alguna historia, que es real o ficticia, dependiendo de las aspiraciones del turista.

Desde enero, los dueños de la historia, esta sí, la verdad, verdadera, son los de D´Group, que entre otros negocios tienen la operación de La Macarena, en Medellín, hasta el 2038. La empresa, además de convertir a la finca en algo parecido a un parque de diversiones, tiene permiso para intervenir la infraestructura ya a medio caer. “Más que su antiguo propietario es el predio como tal lo que nos interesa; ubicación, potencial desarrollo hotelero”, dice Ricardo Peláez, el presidente de la empresa. ¿Cuánto valdrá una noche en el hotel que alguna vez fue propiedad de Pablo Escobar? ¿Cuánto se demorarán en tirar todo al piso y comprobar de una vez por todas que entre esas paredes ya no hay (quizás nunca hubo) dólares?

En apenas seis meses, ya llenaron la piscina, pusieron a funcionar el helipuerto, armaron una cancha de paintball y un recorrido en cuatrimotos. El plan es poner hasta montada en globo.

Hay un recorrido guiado al que los turistas llegan por tierra, agua o aire. Cuesta $35.000 y la guía de cabecera es Luz Estela, que tiene la misma edad de los hijos de Escobar y ha vivido siempre en una casa llena de flores al lado de La Manuela. Pergaminos de sobra para contar, esa sí, la verdad de Pablo, como le dice ella y los turistas, como si fueran familia y se quisieran mucho.

El tour empieza y termina por la zona náutica de donde salen y llegan las embarcaciones. De ahí suben a las ruinas de la casa familiar que nunca estuvo amoblada y a la cual no se puede entrar porque entre las bombas y los buscadores de guacas la tienen con riesgo de colapso. Mientras caminan, los guías, a veces en español y otras veces en inglés, hacen un recorrido como de Jardín Botánico. “Si Nápoles era la casa de los animales esta es la de los árboles”, dice Estela mientras señala los corchos barbados de tallo alto y pálido, o un pino extraño que dice llamarse Araucaria chilena, o una palmera mediana que guarda siempre agua en las hojas, que se llama Viajera de Madagascar. Al frente de la casa principal hay una piscina con azulejos que, dice Estela, fueron pegados de a uno. “Es que a Pablo le gustaban las cosas artesanales”, dice.

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Ya los turistas empezaron a tirar monedas a la pileta, bien sea para un deseo o para el video de Tiktok. No tardará mucho en publicarse una noticia que se titule: “Esto es lo que van a hacer con las monedas que recogieron en la piscina de Escobar”.

Los visitantes llegan ávidos de historias heróicas: de túneles que cruzan el embalse por debajo, de guacas descubiertas o por descubrir, de habitaciones secretas, de fotos memorables. “¿Quién le iba a tomar una foto a la casa de Pablo Escobar en esa época?” Les pregunta Estela a los visitantes para que no jodan más con el tema. Es cierto: a pesar de lo ruidosas y extravagantes de las nuevas atracciones de La Manuela, no hay rastro de Escobar más allá de la paredes gruesas agujereadas. No hay fotos, ni cuadros, ni camisetas, ni llaveros, ni imanes para pegar en la nevera con la cara de Escobar. De él, al menos en presencia de los periodistas, se habla más bien poco durante el recorrido que dura una media hora.

Al lado de la piscina está la “zona de spa”, el sauna, el jacuzzi, los baños, el asador.

De allí se sigue hasta la casa de huéspedes y los establos que quedan al lado. El camino que conecta la casa con las caballerizas no tiene techo. Dice Estela que es porque Escobar había pensado en sembrar enredaderas para que fuera un camino como sacado de una película. “No sabe uno si era que viajaba mucho o leía mucho para tener esas ideas”, dice la guía estrella.

Desde el segundo piso de la casa de huéspedes, con vista a la pista por donde desfilaban los caballos, donde ahora queda la cancha de Paintball se cuenta una de esas historias por la que los turistas engrosan la propina: “Aquí estuvieron dos de los caballos más finos del mundo: Tupac Amarú, propiedad de “El Mexicano” (Gonzalo Rodríguez Gacha) y Terremoto, de “El Osito” (Roberto Escobar, hermano de Pablo). Terremoto fue el primer caballo secuestrado en la historia de Colombia. Lo tomaron los enemigos de Pablo, lo castraron y lo devolvieron en un puente en Medellín. Algo que le dolió mucho a Pablo”, cuenta Estelita, como le dice todo el mundo.

Los turistas se emocionan. A eso fueron. No a que les dijeran que no había túneles ni caletas ni fotos ni camisetas ni pocillos con la cara del capo. Un hombre hondureño de unos cincuenta y tantos años, padre de familia, aprovecha para poner a prueba todo el colombiano que aprendió en Netflix: “Me imagino cuál fue la reacción del Patrón. Les dio piso a todos”.

Desde uno de los ventanales inmensos de esa casa, a la que sí se puede entrar, se toma una de las mejores fotos del recorrido. Sentados, en el marco de la ventana, mirada seria al horizonte con la piscina y el embalse de fondo.

De ahí solo sigue la cancha de fútbol y la caminata de regreso hasta el puerto. El mensaje de cierre de los guías es algo así como que el narcotráfico, la violencia y la guerra no sirven para nada. Prueba de eso es la casa en ruinas que acabaron de recorrer, cuyo propietario apenas conoció, pues, así dice la hermana de Escobar, los mafiosos mueren de plomonía.

Hacerse cargo de la historia

Hace 15 días, el columnista de este diario, David González, escribió un texto titulado “Banalizar la historia” en el que daba cuenta de “la transformación” que estaba sufriendo la finca del narco y cuestionaba la actitud del Estado y de la sociedad colombiana por esconder o ignorar la memoria de Escobar. “Contar nuestra historia no es sinónimo de glorificarla. Nuevamente, ante una falta de voluntad por abordar la historia del narcotráfico, y frente a la fascinación y demanda por conocerla, dejamos que otros la narren, en muchos casos banalizándola”, escribió. Para el profesor de la facultad de Gobierno y Ciencias Políticas de la universidad Eafit, Gustavo Duncan, Escobar es un personaje mundial que representa y simboliza cosas que no se pueden simplemente ignorar o controlar. “Hay que hacernos a la idea de que en el mundo seguirá siendo un símbolo de hedonismo, de rebeldía, al margen de lo que haya pasado en Colombia”, dice.

A Medellín llegan hoy miles de turistas al año detrás del mito del narco. Mañana serán más. Su tumba, su cárcel, sus fincas, seguirán siendo sitio de peregrinación. ¿Qué van a escuchar en esos lugares? Por ahora, cuatrimotos, helicópteros y disparos (de pintura, claro).

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