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Darío y María: El campesino y la profesora que viven desde hace una década debajo de un puente en Fredonia

Desde hace 10 años, los dos volvieron la infraestructura su hogar. Como pueden se las arreglan para vivir el día a día.

  • Darío, María Isalia junto a la perrita Sandy y la gata Pepita viven debajo del puente de Fredonia. FOTO: Camilo Suárez
    Darío, María Isalia junto a la perrita Sandy y la gata Pepita viven debajo del puente de Fredonia. FOTO: Camilo Suárez
  • María Isalia guarda varios libros de crucigramas en un estuche. Así se entretiene y recuerda sus épocas de maestra. FOTO: Camilo Suárez.
    María Isalia guarda varios libros de crucigramas en un estuche. Así se entretiene y recuerda sus épocas de maestra. FOTO: Camilo Suárez.
  • El pequeño altar de esta familia también es un retrato de su estilo de vida. FOTO: Camilo Suárez
    El pequeño altar de esta familia también es un retrato de su estilo de vida. FOTO: Camilo Suárez
  • Darío junto a María Isalia en la entrada a su hogar mientras ella juega con la perrita Sandy. FOTO: Camilo Suárez.
    Darío junto a María Isalia en la entrada a su hogar mientras ella juega con la perrita Sandy. FOTO: Camilo Suárez.
08 de julio de 2024
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En cada rincón de Antioquia, por pequeño que sea, hay historias curiosas e increíbles. A veces están por ahí a la vista de todos, otras veces brotan de debajo de la superficie.

Una de ellas desafía esa expresión de “vivir debajo de un puente” como sinónimo de desesperanza, pues en el municipio de Fredonia, los personajes de esta historia dicen sentirse satisfechos tras una década viviendo debajo de una de estas estructuras.

Se llaman Darío de Jesús Piedrahita y María Isalia Balvín, dos habitantes de calle que, según relataron, llevan viviendo 10 años debajo del puente que lleva al casco urbano. Ellos, como han podido, han tratado de darle forma de hogar al húmedo espacio.

Unas flores coloridas adornan el acceso a esta “casa”. El pasacalles de un político sirve como puerta que pone a “resguardo” las pocas posesiones. La casa tiene una sala, de muebles rescatados. Al lado de esta hay una amplia cama y un nochero con un altar improvisado en el que una desgastada imagen del Corazón de Jesús comparte adoración con un musculoso muñeco de juguete. Al fondo está la “cocina”: una mesa y una que otra olleta negra de hollín. También hay varios armarios desvencijados que guardan la poca ropa que hay. La casa cuenta también con un “patio” que es la zona verde del puente –y el orgullo de ella– que tiene unas matas de frijol, tomate, yuca y plátanos.

El hogar lo componen Darío –66 años, ojos claros, y cara rasurada, salvo por un pulido bigote– quien cuenta que es oriundo del municipio de Betulia; y María –su compañera desde hace 40 años– quien es de Copacabana. A ellos se suman una perra llamada Sandy y dos gaticos de semanas de vida: Bebé y Pepita, cuyos ojos iluminan en la oscuridad.

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María, de 64 años, padece estrabismo, lo que explicaría por qué en el hogar hay varios estuches de gafas. Tal vez, la pareja los recoge con la esperanza de encontrar en su interior unos lentes que le ayuden a ella a ver mejor y así rellenar los libros de crucigramas que con esmero guarda en un viejo estuche de color azul.

María Isalia guarda varios libros de crucigramas en un estuche. Así se entretiene y recuerda sus épocas de maestra. FOTO: Camilo Suárez.
María Isalia guarda varios libros de crucigramas en un estuche. Así se entretiene y recuerda sus épocas de maestra. FOTO: Camilo Suárez.

Aunque tiene borrados muchos pedazos de su vida, María todavía recuerda claro cómo llegaron al puente. “Antes vivíamos arriba en un 'campamento' (rancho), cerquita de la estación de gas de EPM. Yo a veces me asomaba por la ventana y miraba para el puente y yo le decía a Darío. 'Papi, eso ahí podemos volverlo una cabaña'. A él no le gustaba la idea, pero hace 10 años nos vinimos para acá. ¡Esta es mi 'cabaña' y yo la amo, porque no me mojo!”.

Hablar con ella es más fácil, pues según cuenta, gracias a la fortuna de su familia tuvo una buena educación. “Yo estudié en el Idem San Luis Gonzaga de Copacabana y llegué a ser profesora de Matemáticas en primaria. Pero hace muchos años me caí de un quinto piso en el barrio París y me golpeé la cabeza. Desde eso quedé en 'discapacitación' y luego en la calle. Mi familia se alejó de mí porque para ellos yo soy una loca (sic)”, señaló ella.

Darío es más parco y tiene un marcado acento campesino. Eso sí, cada que va a contar algo o expresar una opinión pide con formalidad la palabra levantando su índice, como un estudiante en plena clase.

“Yo soy de Betulia, a mí me tocó vivir mucha violencia por allá en Saladitos y Altamira. Pero también épocas muy duras con mi papá y por eso desde pequeño he estado en la cantina. En el año 75 entré al batallón Girardot y prestando servicio me mandaron para Salgar. Allá conocí a 'La profesora' (así se refiere a María) cuando ya ella estaba (en condición de calle) como estamos hoy”, recordó en medio de un esfuerzo enorme.

Desde entonces se gestó ese peculiar amor que los ha mantenido unidos por cuatro décadas, así este haya implicado dejar atrás a sus familias.

—La familia de ella no gusta de mí porque soy pobre.

—Mi familia es de plata, pero ellos dijeron que si al repartir la plata me iban a dar a mí también tenían que darle a él, ellos se oponían.
Entonces yo preferí dejar las cosas así. Que se queden con su plata, que yo lo amo es a él.

—¡Yo no valgo pa' puta mierda!— lamenta mirando al suelo.

—Papi, ¡todos valemos!

—... Te amo—, concluye él con ternura mientras el fotógrafo Camilo Suárez los retrata.

Ellos andan juntos, ya sea reciclando, pidiendo limosna o caminando hasta Amagá y Venecia, rebuscándose para conseguir algo de comer, así como la marihuana o el alcohol etílico que los saque por un momento de esa vida dura que llevan, pero con la que ellos se muestran satisfechos. Aunque a veces en esos trances se han metido en problemas con algunos vecinos, por lo que algunos los señalan de agresivos y problemáticos.

Darío y María andan juntos y sufren juntos. Sí, es cierto que el puente los cubre de la lluvia, pero no de la bravura del arroyo que a veces se les mete a la improvisada morada. “Esta semana el agua se me llevó hasta las medias, pero Dios es muy lindo con nosotros y la gente nos colabora. Y vea, ya tengo medias otra vez así sean nonas. ¡Dios me habla y me entiende cuando yo le hablo también! ¡¿Cierto que sí?!”, le pregunta la mujer exaltada al Corazón de Jesús.

El pequeño altar de esta familia también es un retrato de su estilo de vida. FOTO: Camilo Suárez
El pequeño altar de esta familia también es un retrato de su estilo de vida. FOTO: Camilo Suárez

Aunque ellos dicen estar agradecidos por tener un techo –así sea tan peculiar– sobre sus cabezas; ellos saben que su lugar debería ser otro. “Quiero que pasemos nuestros últimos días en una casa 'bien'. Ojalá con una tierrita para cultivarla. Estoy esperando que papá Dios nos dé una casita con llaves”, sentencia Darío.

Darío junto a María Isalia en la entrada a su hogar mientras ella juega con la perrita Sandy. FOTO: Camilo Suárez.
Darío junto a María Isalia en la entrada a su hogar mientras ella juega con la perrita Sandy. FOTO: Camilo Suárez.

Mientras eso pasa, María y Darío siguen juntos con su curioso amor en un mundo en el que el cariño “para toda la vida” dura menos que un suspiro.

Ojalá el destino le depare algo mejor a estas dos personas que tal vez por malas decisiones o una cruel jugada del destino terminaron entregados a las vicisitudes de la vida, una vida en la que, salvo un puente sobre sus cabezas, solo se tienen el uno al otro.

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