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Política Ojeda | Netflix | Despartidizado

¿SE OLVIDÓ DEL PARTIDO COLORADO?

Andrés Ojeda está "apurado" para lucir como galán presidenciable de Netflix

¿Ya lo viste? Un “bombonazo” que rinde para cualquier serie o película de Netflix. ¿Por qué tomó ese rumbo la campaña de Andrés Ojeda?

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En Argentina el surgimiento explosivo del libertario Javier Milei ya hizo historia y sentó un modelo. Sin prurito alguno se posicionó más a la derecha que la derecha y con sus discursos (y acciones políticas “descontroladas” y letales), desmontó toda idea de verdad y no se detiene en el juego público con datos falsos, insultos, amenazas de veto, arengas a las acciones represivas contra cualquiera que se le oponga.

De este lado del Plata no ha emergido una figura con semejantes características. Sin embargo, los outsiders ya están haciendo “su mejor partido”. Uno de ellos, el candidato presidencial del Partido Colorado, Andrés Ojeda, es quizás (o sin quizás) una suerte de punta de lanza. Veamos por qué.

Todas las fichas a la facha

Cuerpo trabajado en el gimnasio, mirada seductora, barba que prolijamente luce con “algo de desprolijidad”, vestimenta canchera, mucha actividad en redes sociales, intencionalmente alejado de cualquier aura intelectual: “un pintún” que ya largó la carrera política dispuesto a “conquistar el corazón” de sus seguidores/as (o eventuales seguidores/as), a dejar de lado “los viejos discursos” (¿la tradición partidaria?), insinuar el agotamiento de la “casta”.

Además, se ha embanderado con una cruzada que abraza con toda la derecha vernácula: evitar que el Frente Amplio vuelva al gobierno. Entonces, el plan de campaña es “pegarle con todo al FA” y, si queda tiempo, hacer alguna propuesta.

Con ese plan, y mientras los rivales con chances para las elecciones de octubre, Yamandú Orsi (FA) y Álvaro Delgado (Partido Nacional), están de licencia, Ojeda relanzó su campaña mediática con un notorio cambio estético. Como diría alguien allegado a su tienda política, con una “estética Netflix”.

El nuevo lanzamiento de Netflix

En el contexto actual del delirio global, la discusión de ideas ha sido relegada a un segundo plano, y ese espacio protagónico lo ha ocupado la performance. Acciones, discursos y estéticas sin espesor conceptual ensambladas en un objetivo: el impacto. Esto es, hacer de la crisis del sentido una razón de ser: la autoreflexibilidad funden significante, contenido e interpretante, pero, a diferencia de lo que puede ocurrir en el campo de la creación artística (donde la materia significante puede adquirir un valor tal como para construirse como contenido), aquí la sustancia del hecho estético no es más que una réplica acrítica de los esquemas y modelos del mercadeo capitalista.

Tal asunto puede apreciarse sin mayor esfuerzo interpretativo en la nueva campaña para los espacios públicos que ha lanzado Ojeda, mientras el resto de los competidores por el sillón presidencial reacomodan y ajustan sus programas y funcionamientos internos.

Ojeda salió así rápidamente al juego de campaña, jugando todas su fichas a la imagen “fachera”.

Desde su núcleo, como lo consigna el portal de “El Observador”, se han apurado a decir que la idea es presentar (exponer) un candidato “moderno y novedoso” y que la postulación no se acota “a lo partidario”. Algo de esto, tendrían que haber agregado, es que esto ya “se veía venir” en la campaña hacia las elecciones internas, donde quedó en evidencia que el marco histórico que le dio el Partido Colorado ofició a penas como espacio contendor, y que el conocimiento (y experiencia) de Ojeda sobre ese fondo simbólico-político es muy escaso.

“Despartidizado”

Las fuentes consultadas por el citado portal de noticias señalaron también algo que “se veía venir” y que puede operar como herramienta para un ensayo interpretativo.

Ojeda se lanza ya, desembozadamente, como el candidato “despartidizado”. Y el objetivo, dicen, no es otro que captar la mayor cantidad de votos de las colectividades que hasta ahora conformaban la coalición multicolor.

A esto cabría una precisión. Aquí la apuesta no es solo captar la mayor cantidad de votos de la coalición, sino a capturar ese voto de derecha que está “descontento”. Y de esta forma, la campaña se “sube al carro” de este auge y crecimiento que están teniendo las derechas a escala planetaria. Un escenario político que intenta capitalizar crisis de sentidos, malestares sociales, conflictos nacionales instalados por el Otro que “amenaza” la estabilidad de lo conocido y seguro (lo amenazado por el Otro: la Cosa nacional, escribiría Slavoj Zizek).

"Pegarle al Otro"

Por la ausencia de un fondo conceptual de peso, tanto en lo económico, como en lo político y lo social (salvo los lugares comunes de siempre), lo que le queda para articular la apuesta a lo estético (la seducción, el encanto, el “mirá que ojazos tiene”, “esos tubos, papá”, “es un galán de Netflix”) no es otra cosa que “pegarle al otro”.

Entonces, el Frente Amplio es el objetivo ideal: no puede volver al gobierno, hay que evitar que ganen. Y en esto “invertimos todo” y “sumamos” a las figuras que se volvieron “díscolas”, “rebeldes” de otros grupos políticos, especialmente tras los anuncios que se hicieron después de conocerse los resultados de las internas.

El caso de Gabriela Fossati es quizás el más notorio: Álvaro Delgado anunció que Valeria Ripoll integrará su fórmula presidencia, y la exfiscal resucitó “un muerto” de décadas atrás, las consignas anticomunistas y antigremialistas acuñadas en tiempos de la Guerra Fría, la dictadura cívico-militar, el Plan Cóndor, y se sumó a la campaña de Ojeda.

Los lectores quizás recuerden cómo se cargó de estas ideas el resurgimiento de la expresión “que se vayan todos” en Argentina, plegado al llamado discurso “anti casta”. El final lo leemos a diario.

Pero este final todavía sigue abierto. En el fondo de todo esto pulsa una interrogante: ante este cambio de época (y no tanto una época de cambio), ¿dónde queda la construcción de sentido que se proyecte más allá del impacto tan estético como efímero en el hecho político?

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