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Día del orgullo diputado y los trucos para coger sitio

El presidente en funciones ventila el trámite de saludar sin más a los de Abascal. También ha estrechado la mano de Junqueras

Parte de los escaños del Congreso, con Pedro Sánchez en primer término (a la izquierda) y Santiago Abascal detrás de él. En vídeo, Pedro Sánchez saluda a Santiago Abascal.Vídeo: Uly Martín
Íñigo Domínguez

El primer día en el Congreso debería decretarse día del orgullo diputado. Es cuando más encantados están de conocerse, porque en realidad no se conocen entre ellos, abundan las ocurrencias y las camisetas para salir en la tele, y luego ya el resto del año se aburren más. Es un día de trámite con mucho colorín, poca chicha, pero donde se ve por fin de cerca al que se detesta sin haber cruzado palabra antes con él. Pero cómo se lo tomaron los de Vox, allí clavados en el patio a las 7.15. Con entusiasmo escolar, entraron en el hemiciclo como hora y media antes, ocuparon los que eran los escaños socialistas en la anterior legislatura y allí se hicieron fuertes. No se movieron, y para cuando empezó la sesión seguramente alguno tendría ganas de ir al baño. Pero la política requiere sacrificios, y España más. Un socialista catalán madrugador, José Zaragoza, debió de sentir en ese momento que era su deber mantener la posición e incrustarse en el enemigo. Allí se quedó, sin provisiones ni nada, y al final hasta charlaban animadamente, el roce inevitable que se producirá en esta nueva legislatura y donde a veces surgen los milagros de la comprensión. Con el arte de saludar y las reglas de urbanidad empieza a convivir la gente. Los del PSOE flipaban un poco al llegar y ver que les habían quitado el sitio, así que seguían por la escalera arriba. Adriana Lastra acabó en la sexta fila.

Escaños reservados para políticos independentistas en la sesión de constitución del Congreso.
Escaños reservados para políticos independentistas en la sesión de constitución del Congreso.

Los diputados de Junts per Catalunya y ERC, pero sobre todo los primeros, volcaron su imaginación en el amarillo, como color de temporada: mochilas, corbatas, lazos en la cartera, chaquetas, broches de mariposa. Ocuparon el centro del hemiciclo, junto a los de Unidas Podemos. Consiguieron guardar tres sitios para que los presos independentistas se sentaran también justo detrás del Gobierno. Por el contrario, al lado derecho, el del PP, no se acercaba nadie, quizá por si se pega la mala suerte. Bermúdez de Castro hacía guardia en la primera fila, totalmente vacía. Al final fueron rellenando los espacios los de Ciudadanos, que huían del centro —hermosa imagen política—, entre otras cosas porque allí estaban los independentistas, y tendían a mezclarse con los populares. En el PP estaban muy calladitos, se notaba mucha falta de emoción. No parecía el primer día, sino el último de algo. Por el ala derecha reinaba la tranquilidad, era un bloque más homogéneo, de hecho, Rivera y Casado acabaron sentados en la misma fila, cada uno en un extremo. Era en el otro lado donde había más lío, más confusión y dónde, de hecho, el PSOE tendrá que buscarse amigos. El PP y Vox se miraban de frente, como en un espejo: unos veían a dónde van, y los otros de dónde venían.

Como había barra libre para sentarse, fue una jornada de extrañas parejas, además de los cruces de personajes antitéticos. Los fotógrafos estaban al acecho para meter en la misma imagen a Abascal con un diputado negro del PSOE, hasta que de repente apareció otro que era mismamente de Vox, y ahí se acabó la gracia. Menos mal que pasó un diputado socialista con una camiseta de Gaysper, el fantasma LGTBI que denosta Vox, y ahí le cascaron la foto. Es un día para estas chorraditas, puro entretenimiento para las redes sociales. También en la tribuna pasaban cosas: el presidente del Parlament, Roger Torrent, acabó sentado con el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. La mayoría de los diputados son nuevos y se notaba: venga fotos, tuits y selfis de debutante emocionado. Al diputado del Partido Regionalista Cántabro (PRC), José Maria Mazón, le esperaron incluso sus colegas con una entrañable pancarta: “Todos somos Mazón”. Qué responsabilidad para el pobre Mazón.

A todo esto, las diez y el Gobierno sin venir. Casado tampoco, ni Rivera, ni Iglesias. Son esos gestos de los que mandan para diferenciarse de la tropa, no estar ahí esperando a lo tonto, fingir que están ocupadísimos hasta el último minuto. Por fin fueron llegando. Ana Pastor, presidenta saliente de la Cámara, y Meritxell Batet, su sustituta, entraron juntas amigablemente y se despidieron bajo el estrado como en el centro del campo, antes de irse cada una por su lado. Entonces llegó el esperado momento escénico de los cuatro presos independentistas, que entraron con cierta indiferencia general, esa es la verdad. Los aplausos de los suyos no llegaban a eclipsar el bullicio, y tampoco algún “¡Fuera!” lanzado desde Vox. Pero lo cierto es que, pasados unos minutos, allí andaban como si tal cosa. Costaba imaginarse que en unas horas estarían de nuevo en el trullo. Arrimadas hasta le dio dos besos a Rull, porque estaba sentada al otro lado del pasillo. Luego conversaban con los demás, mezclados en el gentío. Iglesias hizo ostentación de cuánto hablaba con ellos, y solo los del PP y VOX les evitaron explícitamente.

El presidente de la Mesa de Edad, el socialista burgalés Agustín Zamarrón, durante la sesión del Congreso.
El presidente de la Mesa de Edad, el socialista burgalés Agustín Zamarrón, durante la sesión del Congreso.Ballesteros (EFE)
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Cuando entró Sánchez con el Gobierno hubo aplausos más sonoros del PSOE, que para eso son más. El presidente en funciones ventiló el trámite de saludar sin más a los de Vox y se acabó el morbo. También había saludado a Junqueras. Sabía que tenía que cumplir con varias fotos del día. Entonces fue el turno del presidente de la Mesa de Edad, Agustín Javier Zamarrón, 73 años, de Burgos, alguien llamado a ser uno de los rostros del día, porque con su larga barba blanca parecía estar ante el mismo Valle-Inclán. También por cómo hablaba en su discurso: “La ley es nuestro honor y nuestra servidumbre”. Pero fue mejor luego, con el caos de la primera votación: “Por favor, propendemos a la trombosis otra vez, vuelvan a sus escaños”. Parecía el portero retórico de la película de La Gran Familia (“El señorito Críspulo ha preponderado el ascensor”). Y luego: “Estamos produciendo un trombo de difícil solventación en el foso”. Hubo las primeras risas de la legislatura. “Se hiere al pueblo cuando se habla con simpleza”, había dicho una vez, y el pueblo lo agradeció bastante en Twitter. En el mismo día ha sido presidente en el Congreso y trendig topic. Como se deduce de su jerga clínica, Zamarrón es médico jubilado, especialista en medicina interna, perfecto para su puesto. También fue que ni pintado para ERC tener la diputada más joven, Marta Rosique, 23 años, que aprovechó la ocasión para estar casi media hora en primer plano con una camiseta indepe con estelada, mientras leía la lista de diputados electos.

Tras la efervescencia inicial, con la larguísima elección de la nueva presidenta, en dos votaciones consecutivas, vicepresidentes y demás trámites, comenzaron la normalidad burocrática, que todo lo allana como una apisonadora, y los primeros ratos de aburrimiento. Que, en realidad, serán lo habitual a partir de ahora, cuando se acaben las camisetas y las tonterías. O eso les gustaría a todos, un poquito de previsibilidad.

Porque el final de la sesión fue apoteósico, una ensalada de juramentos creativos, cada uno con su película. Se juró o prometió por casi todo y su contrario. Por España, por Cataluña, por Galicia, por Andalucía y hasta por el planeta, así en general. En euskera, en catalán, con abucheos, con aplausos. Por los derechos sociales, por los humanos, por la república, por el rey y hasta por la hispanidad, como en el festival de la OTI . Cada cual hizo de su juramento un tuit. Decir simplemente “sí, prometo” se convirtió en una extravagancia. Al final, cuando todo el mundo se fue, se quedaron solos los cuatro presos, rodeados discretamente de policías de paisano. Quedó flotando un aire raro, revoltoso, fragmentado y también la idea de que esta vez esto tampoco será fácil.

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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