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El criollo africano que nació con la trata de esclavos es hoy mercado musical

Aquella forma de resistencia pasiva que fue hablar en una lengua incomprensible para el amo dio lugar a un idioma en el que se siguen expresando nuevas generaciones de músicos de Cabo Verde

Criollo africano
La cantante Zubikilla Spencer, en el festival Atlantic Music Expo de Cabo Verde, este mes de abril.Cristiano Barbosa (Atlantic Music Expo de Cabo Verde (AME))
Analía Iglesias

“La fuerza de la música caboverdiana radica en la capacidad de encontrar parientes en todo el mundo”, asegura José Da Silva, fundador y director del Kriol Jazz Festival de Cabo Verde en Praia, la capital de ese país insular y lusófono de África occidental. Esa fusión artística que permite que gente de lugares muy lejanos se conmueva con acordes que les suenan propios responde a una característica profunda de esta región atlántica: el mestizaje. Hijos de portugueses y de personas esclavizadas traídas a la fuerza desde el continente africano, los caboverdianos son reconocibles en esa fusión identitaria que se menciona como “lo crioulo”, lo que se cría a partir de la mezcla. Es lo que nace en ese “punto de contacto entre culturas, como el Sahel liga a la sabana con el desierto”, según interpreta Charles Akimbodé, asesor de la Unesco para el Patrimonio Mundial Africano.

El paisaje de Cabo Verde dibuja una continuidad con el de las islas Canarias: aridez, luz sin sombras en medio de un inmenso azul y volcanes que asoman como el último vestigio de un continente (real o imaginario) que se ha hundido entre América y África. En Cidade Velha, recordada por ser el puerto primigenio de la esclavitud, la negrura de la arena y las piedras volcánicas evocan posiblemente la última visión oscura de su tierra que tuvieron quienes fueron metidos a la fuerza en los barcos, a lo largo de cuatro siglos, para ser llevados como mercancía al otro lado del océano. Porque, en el siglo XV, los portugueses encontraron en estas islas vacías la oportunidad de reunir el stock humano lo suficientemente lejos de las costas africanas para que los prisioneros no tuvieran escapatoria.

En esa condición de orilla sin retorno de la esclavitud se erige la zona cero de lo criollo que simboliza el archipiélago de Cabo Verde. Y de ese pionero mestizaje emerge un mercado artístico que hoy se ha expandido más allá de un festival musical hacia la consolidación de una feria llamada Atlantic Music Expo (AME), que se celebra cada año en Praia casi en simultáneo con los conciertos de jazz, y que este año ha cumplido una década de existencia. Los asistentes a AME (productores, músicos, programadores) intentan unir los puntos faltantes o reimaginar el continente hundido, en las cuatro cuerdas del cavaquinho, en los tambores en que retumban los rituales antiguos y en voces femeninas que cantan a la saudade, con una sonrisa nostálgica como la de Cesária Évora (1941-2011), una heroína nacional.

Así, una tarde de abril en Praia, el historiador Akimbodé, asesor gubernamental y especialista en lo criollo, detalla: “La palabra creóle o crioulo se utiliza en un contexto particular, el de la trata atlántica de esclavos”. En la isla de Santiago, a la que llegaron los portugueses en 1460, se estableció una plataforma de compra y venta de esclavos y fue allí donde nació el concepto, asegura.

‘Cría’ humana y resistencia pasiva

“Sobre el Atlántico se fundó una nueva humanidad, o una nueva cultura, que liga a todos los pueblos que han viajado por esas aguas y que siguen en contacto gracias a sus formas de pensar, de hablar (incluso de percutir) o a su arte culinario”, apunta Akimbodé. El criollo —que sigue siendo una lengua hablada, porque la enseñanza de la escritura es en portugués— unió a las personas forzadas a emigrar, provenientes de diferentes etnias africanas y a quienes habían sido capturadas en lo que hoy es Marruecos, Mauritania, Nigeria o Senegal.

Esa lengua común con una base léxica del portugués, que contiene, entre otros, elementos del wolof, del sérère o el peul, se convirtió, entonces, en una forma de “resistencia pasiva”, en palabras del historiador. En ese lenguaje hay “una dimensión poética y unos códigos escondidos que posibilitaron la comunicación entre los miembros de aquella sociedad de gente esclavizada, sin que el amo les comprendiera”. Ellos llevaron el crioulo a Martinica, Guadalupe, Jamaica, y al resto del Caribe y, con él, “la inteligencia y su capacidad de resistencia”, agrega.

En la genealogía de lo criollo, que también es un término ligado a la cría de ganado, como comenta Akimbodé, hay que hablar del juicio sobre las personas basado en el color de la piel. Según el experto en la ‘ruta del esclavo’ —que comparte tesis con otros historiadores—, la invención de la categoría “de color” (una clasificación “puramente económica”) corrió por cuenta del conquistador portugués, ya que antes de su llegada, “las poblaciones no se definían por su piel, porque en África había todos los colores posibles”. De esta manera, ya de lejos se podía distinguir quién venía de Europa y quién de África, cambiando la “clasificación medieval europea, que dependía de la riqueza (donde estaban los nobles, el clero y los pobres)”.

La identidad descolonizada

Los caboverdianos parecen orgullosos de su doble (o múltiple) pertenencia, porque se reconocen parte de África y, sin embargo, también se confiesan descendientes de los colonizadores europeos: “No discutimos ya de eso”, indica Xosé Da Silva, quien fuera productor de Évora. “Justamente por ser crioulos somos una mezcla de africanos con portugueses y brasileños. Sabemos que somos africanos pero los europeos son aceptados porque somos un poco europeos. Hay, sí, una rivalidad entre islas”, sonríe.

“Nuestra cultura está unida por el mismo hilo histórico que la trata de esclavos, pero no estamos haciendo de ello algo exclusivamente negativo, sino que buscamos lo que nos acerca”, afirma Charles Akinbodé. De ahí surge la “economía de la creación” ligada a lo criollo, como este mercado de músicas africanas al que las aguas atlánticas traen, esta vez, a los artistas que llegan de América, algunos de ellos hijos de la diáspora.

Maura es una joven música caboverdiana de la diáspora norteamericana. Nació en Cabo Verde hace 22 años, pero se mudó con sus padres a Massachussets. Canta con los pies descalzos, como lo hacía Évora —de quien se declara heredera— para “captar las emociones del público y la energía de la tierra”, según señala. El crioulo es el idioma en el que nunca ha dejado de comunicarse con sus padres y en el que se expresa cuando siente que hay cosas profundas que no puede traducir.

Augusto (Gugas) Veiga, actual director de la Atlantic Music Expo, nació en 1971 en Lisboa, la metrópoli en la que su padre tuvo que cumplir por entonces el servicio militar obligatorio para todos los ciudadanos de colonias portuguesas. Aquellos soldados podían ser luego reclutados para actuar contra sus propios vecinos africanos que se rebelaban contra el colonizador.

Tres años después, coincidiendo con la caída de la dictadura en Portugal y la independencia de Cabo Verde, la familia de Gugas retornó a Praia. Él estudió en Estados Unidos y regresó; su padre fue ministro de Cabo Verde en dos legislaturas democráticas. “Las cosas volvieron a la normalidad con la democracia, porque incluso los socialistas y comunistas portugueses que estaban en la clandestinidad, combatiendo contra su dictadura, ya tenían buenas relaciones con las colonias africanas”. Los ciudadanos y los gobiernos de Portugal y Cabo Verde “hoy son amigos”, zanja.

La palabra “perdón” ya no tiene sentido, opinan Akinbodé y Da Silva, que defienden, a cambio, una aproximación cultural y humana para contrarrestar cualquier atisbo de discriminación. “Reivindicamos nuestro mestizaje y lo aprovechamos, ya que todos somos crioulos en alguna parte”, dice el director del festival de jazz. Y añade: “El mundo se creoliza. Francia [el país en el que creció] lo está desde hace mucho tiempo y, de hecho, no existiría más sin creolité. Quienes se meten en el discurso de la segregación lo hacen por los votos. En Portugal pasa lo mismo”.

Las nietas de Cesária Évora

De aquellos días de mercado de la música, en los que se ha podido escuchar a bahianos (Dendê & band), que arrastran toda la percusión ancestral en este viaje de retorno, o a venezolanos del folk psicodélico (Insólito Universo), hay que destacar la presencia de las mujeres de Cabo Verde —nacidas o adoptadas por las islas—, entre ellas Nancy Vieira, Zubikilla Spencer, Elly Paris, Katia Semedo (descendiente de caboverdianos nacida en Sâo Tomé e Príncipe), la hija de caboverdianos DJ Damykas o Fattú Djakité, nacida en Guinea-Bissau pero criada en Cabo Verde.

“En la música caboverdiana hay un fenómeno social que ha ocurrido a partir de la irrupción de Cesária Évora. Antes de ella, las familias prohibían a sus hijas que fueran a cantar a bares o a estudiar música, porque aquello no era un oficio serio”, expone Da Silva. A partir del éxito de Évora, las familias tradicionales empezaron a ver la música como una salida laboral, detalla. “Las chicas han invadido la escena de la música tradicional, pero atención: esto no pasa con la música de jóvenes, la urbana y el rap, donde sigue habiendo un 90% de hombres”, advierte el productor.

La segunda fase del rotundo desembarco de las mujeres en la música será, pues, pasar de cantar a tocar más instrumentos y a los ritmos urbanos, pronostica Da Silva. A su juicio, encuentros como esta feria y el festival del pasado abril contribuyen a un intercambio con otros artistas, lo cual “libera a los músicos locales que podían estar bloqueados en sus tradiciones”. En sus palabras, en Cabo Verde “hay un antes y un después” de estos encuentros transatlánticos.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.
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