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La lucha por el relato marca el paso de la agricultura sostenible en África

El impacto medioambiental y el hambre acechante centran los debates entre los defensores de los agroquímicos y los que impulsan los productos exclusivamente orgánicos en el continente

Agricultura Africa
Un joven agricultor prepara abono orgánico en una granja en Kiambu, Kenia, en octubre de 2021.Luis Tato / FAO

Una dura batalla se libra en los campos de cultivo subsaharianos. También en foros regionales, en centros investigadores y en redes sociales. Su botín no es otro que la sostenibilidad. Y la victoria no pasa tanto (aunque sea el objetivo último) por generalizar prácticas de agricultura sostenible, signifique lo que signifique tal ambición, sino por imponer un relato sobre qué implican. Manido y polisémico, el término sostenibilidad en su vertiente agrícola tiene dos dimensiones nucleares: impacto ambiental y abastecimiento de alimentos. Mientras, la lucha dialéctica resuena en las inabarcables plantaciones de palma que se extienden al este de Ghana. O en las de té que uniforman el paisaje del condado de Kericho, en el valle del Rift keniano. También en los miles de huertos y minifundios orgánicos que salpican las zonas rurales de África.

En esta guerra de significados, dos organizaciones llevan la voz cantante. Responden a nombres parecidos: AGRA y AFSA. La primera nació en 2006 como Alliance for a Green Revolution in Africa (Alianza para una revolución verde en África). Tras repensar su marca el pasado año, hoy opera exclusivamente bajo un acrónimo, sin referencias a esa revolución verde que propugnaba en sus inicios. Financian a AGRA distintos donantes, como la Fundación Bill y Melinda Gates. Su visión prioriza la eficiencia y en su horizonte hay un salto cualitativo para los pobres rendimientos agrícolas del África subsahariana. La vicepresidenta de innovación de programas en AGRA, Aggie Asiimwe, deja claro que su organización suscribe “el mandato de la Unión Africana para avanzar hacia un modelo dual o híbrido [entre lo orgánico y lo convencional] de prácticas agrícolas sostenibles”. Para ella, sostenibilidad en agricultura significa “proteger el medioambiente”, lo que incluye frenar la expansión de terreno cultivado hacia humedales, bosques y otras zonas protegidas. Y también “garantizar una cantidad de nutrientes suficiente” en las plantaciones. Asiimwe condensa la receta de AGRA en un lema con sabor a mantra: “Regenerar mientras se intensifica”.

“Hay gente que habla sin saber. Les invito a venir a una pequeña plantación y decir al agricultor africano que use estiércol como abono cuando ni siquiera tiene animales. O que utilice los residuos de centros urbanos a 300 kilómetros para hacer compost”
Aggie Asiimwe, vicepresidenta de innovación de programas en AGRA

Al otro lado, la Alliance for Food Sovereignty in Africa (Alianza por la soberanía alimentaria en África) se autodefine como “el mayor movimiento de la sociedad civil en el continente”. AFSA es un conglomerado de colectivos de agricultores, ONG, pequeños propietarios y grupos indígenas. Apuesta por la ortodoxia orgánica, sin excepción alguna en el uso de fertilizantes o pesticidas sintéticos. Estos solo tendrían cabida, apunta su coordinador general, Million Belay, “durante el período de transición, mientras los suelos [tratados hasta entonces con productos agroquímicos] se regeneran y recuperan sus nutrientes naturales”. AFSA introduce otra variable a la ecuación que aspira a vender la mejor fórmula agrosostenible para esta vasta región. Lo orgánico, subraya, liquidaría de un plumazo la alta dependencia africana de fertilizantes extranjeros. Un fenómeno que ha sacado a la luz, con toda su crudeza, la guerra de Ucrania. La sostenibilidad se entendería, en este caso, como la independencia ante vaivenes externos.

En los debates sobre el futuro de la agricultura en África planea siempre la sombra del hambre. Durante una entrevista por videoconferencia, Asiimwe, responsble de AGRA, comparte un gráfico sobre la previsión de crecimiento demográfico para el continente. “En 2030 seremos 1.300 millones de habitantes en África y la realidad es que ahora mismo no somos capaces de alimentar a nuestra gente”, explica. Y recurre a otro gráfico para ilustrar que los campos africanos producen, de media, dos toneladas métricas por hectárea al año. “En cuanto hay plagas o sequías, el rendimiento en muchos países cae por debajo del mínimo de subsistencia. Nuestro objetivo es que se llegue a tres toneladas métricas, una cantidad aún lejana de los seis o siete que tienen países como EE UU”, dice. Según Asiimwe, el problema con los fertilizantes no orgánicos en África “no es su uso, sino su mal uso y despilfarro por falta de formación”.

Desde AFSA, Belay responde tajante a aquellos que caricaturizan la agricultura orgánica como un vivero de fragilidad socioeconómica: “Sobra evidencia científica sobre su potencial para alimentar a África”. La página web de AFSA reserva una sección específica para estudios que, en teoría, corroboran la absoluta viabilidad de lo orgánico. Su coordinador general destaca un análisis realizado en Tigray, al norte de Etiopía, una fértil área hoy tristemente famosa por la actual guerra civil. El experimento comparó el rendimiento de cultivos fertilizados sintética y orgánicamente. “Los primeros rindieron mejor los primeros años, pero luego dieron muestras de agotamiento. Entonces, los segundos —para los que se utilizó compost— empezaron a funcionar mejor en todos los granos: maíz, judías, trigo…”, asegura.

Una publicación de Naciones Unidas aparecida en 2008 desmontó (aseveraban sus conclusiones) dos “mitos” sobre la agricultura orgánica en el continente: que impide mejorar los rendimientos y que supone una grave amenaza para la seguridad alimentaria. En una tribuna publicada el año pasado, el director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), Qu Dongyu, cifraba en 281 los millones de africanos con carencias alimenticias. Según la FAO, esto no debería impedir un profundo cambio sistémico. Su coordinador para el sur de África, Patrice Talla, estima que el continente “debe transitar progresivamente hacia lo orgánico”. Y expone el porqué: “Está demostrado que la agricultura intensiva es una de las principales causas en la pérdida de biodiversidad y que el uso de pesticidas perjudica gravemente la salud de los agricultores”.

El coordinador general de AFSA, Million Belay, responde tajante a aquellos que caricaturizan la agricultura orgánica como un vivero de fragilidad socioeconómica: “Sobra evidencia científica sobre su potencial para alimentar a África”

Para Talla, dos estrategias harán posible disparar la producción orgánica subsahariana. La primera pasa por implementar “economías de escala que atajen la segregación del mercado”. La segunda, por aplicar masivamente innovaciones tecnológicas. En conjunción, ambas medidas propiciarán, según Talla, un incremento notable en la “eficiencia” y una consiguiente caída de precios. Por su parte, el coordinador de la FAO en el sur de África cita a Zimbabue como ejemplo de buenas prácticas. Más de 300.000 trabajadores del campo ya operan —al parecer con excelentes resultados— bajo un marco estatal de agricultura de conservación. Un formato similar a lo orgánico, pero aún menos invasivo (proscribe, por ejemplo, los procesos de labranza mecanizados) en el tratamiento del suelo.

“La agricultura orgánica resulta muy, muy cara”, recuerda Asiimwe, quien se enciende al ser preguntada por las voces que, desde fuera de África, critican los postulados supuestamente antiecológicos de AGRA. “Hay gente que habla sin saber. Les invito a venir a una pequeña plantación y decir al agricultor africano que use estiércol como abono cuando ni siquiera tiene animales. O que utilice los residuos de centros urbanos a 300 kilómetros para hacer compost”, reta.

Para Belay, es justamente la falta de financiación lo que inhibe el despegue y la reducción de costes en el cultivo de frutos orgánicos. En África y en todo el mundo. Un informe de 2020 realizado por CIDSE (una ONG católica) mostró que, en los fondos europeos destinados a proyectos agrícolas de la FAO o el Programa Mundial de Alimentos, aquellos con acento orgánico no llegaban al 3% del total.

En una vuelta de tuerca más a la difusa idea de sostenibilidad agrícola, otro estudio de 2019 apuntaba al factor puramente humano. Es decir, a las condiciones de vida de los agricultores. Su autor, Nassib Mugwanya, concluía que la agricultura orgánica en África promueve, sin pretenderlo, el statu quo: jornadas de sol a sol y mayores escollos para escapar al círculo de pobreza. Incluso en una evaluación favorable de iniciativas orgánicas en África Occidental, se admitía que, por norma, “la agricultura industrial reduce la carga de trabajo”. Y que esto plantea un desafío inmenso a la hora de persuadir a los labriegos sobre los beneficios de pasarse a la agroecología. Ni siquiera este último término —hasta ahora casi equivalente a métodos orgánicos— ha logrado escapar a la batalla del relato sobre la agricultura al sur de Sáhara. AGRA y sus entes satélite han empezado a adueñarse de él. ¿Qué significa agroecología para esta organización? “Básicamente, prácticas agrícolas sostenibles”, responde Asiimwe. El debate no ha hecho más que empezar.

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