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Una segunda oportunidad para los niños más vulnerables de Abiyán

El Centro Amigo Doumé es una de las instituciones que trabaja con la infancia en riesgo de exclusión en la principal ciudad de Costa de Marfil, y les ofrecen formación y acompañamiento

Centre Amigo Doumé Abiyán
El director del Centro Amigo Doumé, Sylvestre Bini, observa un partido de fútbol entre alumnos y vecinos del barrio.Carlos Bajo Erro
Carlos Bajo Erro
Abiyán (Costa de Marfil) -

Cada momento del día, Yopougon palpita con el latido frenético de uno de los barrios más poblados y populares de Abiyán, la ciudad más importante de Costa de Marfil, en el litoral oeste del continente africano. Mientras esa actividad intensa de tráfico, vendedores, visitantes y vecinos se desparrama por algunas de las calles de tierra que se pierden en el interior del barrio, en uno de sus límites, un insospechado remanso de paz se acurruca en la laguna.

En medio de las calles de trazados sinuosos y de firmes arrasados por las temporadas de lluvias, en el imperio del urbanismo creativo, se levanta un alto muro que marca un límite, incluso, para el estridente y constante sonido de las bocinas. Más allá, se extiende un enorme jardín, que, llegados desde la intensidad del barrio popular, se presenta como una especie de vergel. Calma, silencio y apenas media docena de pequeñas construcciones entre almacenes, corrales, habitaciones y zonas de vida comunitaria salpicados entre la vegetación y los grandes árboles. La laguna transmite la calma y los pájaros ponen la banda sonora. En ese entorno, un grupo de adolescentes y jóvenes que han pasado por situaciones de calle o que han tenido problemas con la justicia, y cuyas familias no pueden mantener o que corren riesgo de caer en la dinámica de delincuencia, encuentran una segunda oportunidad.

Se trata de 80 alumnos, menos de una cuarta parte de ellos en régimen de internado, de entre 13 y 18 años, que reciben formación profesional. Además de ser alfabetizados, son acompañados en su camino a la vida profesional y en la recuperación del vínculo con sus familias. “Como se dice aquí, en África no hay ningún niño sin familia. Y la verdad es que los resultados no son los mismos si no trabajamos con ellos”, confiesa Sylvestre Bini, el director del Centro Amigo Doumé, gestionado por la Fundación Amigó, vinculada a la orden religiosa de los Terciarios Capuchinos (amigonianos). Bini esgrime con satisfacción el 75% de éxito que arrojan sus estadísticas: tres de cada cuatro de estos niños podrán reintegrarse en sus familias, vivir de las profesiones que han aprendido en el centro y no volverán a tener problemas con la justicia.

Con más satisfacción todavía, el director insiste en el cuidado y en el tesón con el que se acompaña a todos los niños que pasan por el centro, más allá de la formación. Ese método se refleja en que aún tras el final de las enseñanzas a los chicos, los profesionales continúan haciendo seguimiento hasta tres años después. “En ocasiones los padres no quieren que el niño vuelva o, incluso, no es el mejor entorno para él, pero, si no pueden ser los padres, buscamos un familiar cercano como referente”, señala. Esa complacencia no es triunfalismo porque conoce bien los casos de fracaso, los niños que huyen de centros como este o los que no llegan ni siquiera a conocer la posibilidad de recibir apoyo.

Las situaciones son diversas y, casi siempre, complejas. “El director de otro centro me contaba que tenían un niño que cada noche lloraba y cuando le preguntaron por qué lo hacía, el niño les explicaba que se sentía culpable porque él estaba muy bien, pero eso suponía que su madre no tendría para comer, porque era su trabajo en la calle lo que sostenía a la familia”, relata Bini. “Todavía hay niños en la intemperie y los ves cuando sales. A veces no tenemos suficientes plazas para cubrir las necesidades”, se lamenta.

Los amigonianos llegaron al barrio porque en 1996 la situación era tan apremiante que el obispo de Yopougon tuvo que pedir asistencia a la Iglesia

El fenómeno de los niños de la calle tiene una trayectoria muy particular en la ciudad de Abiyán y el Centro Amigo Doumé es el reflejo de esa necesidad social, que es más bien una emergencia. En 1996, la situación era tan apremiante que el obispo de Yopougon se vio obligado a pedir ayuda a la jerarquía de la Iglesia, solicitando la asistencia de alguna congregación que tuviese experiencia en el trabajo con jóvenes en situaciones vulnerables. Fue así como los amigonianos llegaron al barrio e iniciaron la actividad del centro.

La aparición y el crecimiento del fenómeno de jóvenes en situación de desamparo en Costa de Marfil está estrechamente ligado a un periodo de inestabilidad en el que las autoridades políticas exacerbaron las diferencias étnicas y territoriales para mantener su poder, lo que provocó un importante deterioro de la convivencia y acabó desembocando en una guerra civil a partir de 2002. En esos años, debido a la miseria, los desplazamientos, las dificultades para cultivar tierras y la discriminación llevaron a muchas familias a abandonar las zonas rurales y la precariedad de esos niños se multiplicó. Pronto se acostumbraron a la violencia como forma de subsistencia.

Las cosas no hicieron sino empeorar en los años siguientes mientras se preparaba la tormenta perfecta. Primero la guerra y después la espiral de violencia que siguió a las elecciones de 2010. Esto propició la aparición del fenómeno de les microbes (los microbios), grupos de niños y adolescentes con experiencias traumáticas de violencia que han tenido que buscarse la vida en las calles y que se convirtieron en la base de un grave problema de seguridad y de convivencia, sobre todo, en los barrios populares de Abiyán.

Aunque ese sea el origen del centro, su director se apresura a asegurar que les microbes acabó. La etiqueta renace recurrentemente de la mano de la prensa o de las reclamaciones de colectivos de vecinos ante las situaciones de inseguridad, pero Bini asegura que hoy el contexto es diferente. “Primero fue la guerra y la posguerra. Los niños han pasado por esa experiencia hasta cerca de 2010; después llegó el fenómeno de les microbes, pero ese tiempo ya pasó”, concreta.

“Ahora nos encontramos con familias de pueblos que envían a los niños a la ciudad y estos se encuentran con maltratos, por lo que prefieren escaparse. También hay familias especialmente pobres en las que los hijos se ven empujados a ir a la calle para ganar algo de dinero”, relata el director del Centro Amigo Doumé. Aun así, reconoce que la violencia persiste. Por ejemplo, durante las últimas elecciones de 2020, el fantasma volvió a resurgir, porque aparecieron grupos que azuzaban la violencia. “Volvimos a ver grupos de adolescentes que asaltaban coches y golpeaban a sus ocupantes en los cruces de las carreteras, pero afortunadamente, esa oleada no duró”, confiesa Bini.

Cuando llegan al centro, eliminamos todas las etiquetas porque no es necesario que las condiciones y la problemática de cada uno de ellos sea conocida por todos

El director intenta preservar a los niños con los que trabaja de una peligrosa estigmatización. “Cuando llegan aquí eliminamos todas las etiquetas. Es lo que llamamos secreto educativo porque no es necesario que las condiciones y la problemática de cada uno de ellos sea conocida por todos”, aclara el educador. En su experiencia, el hecho de deshacerse de las etiquetas, ya sea la de microbios o incluso la de “niños de la calle”, les permite ganar en madurez. Bini asegura que cuando eso ocurre, la actitud en el proceso de formación, en la manera de trabajar e, incluso, en la forma de vestirse cambia. La mayor parte intentan que esas experiencias pasen a formar parte del pasado.

Las instalaciones de los talleres en los que los niños y adolescentes que asisten al centro reciben formación profesional en construcciones metálicas.
Las instalaciones de los talleres en los que los niños y adolescentes que asisten al centro reciben formación profesional en construcciones metálicas.Carlos Bajo Erro

Otros centros en Abiyán también trabajan con niños que han tenido problemas con la justicia o que se encuentran en riesgo de exclusión. Incluso, el Estado ha intensificado, en los últimos años, los programas destinados a no abandonar a su suerte a estos colectivos. Sin embargo, Bini lamenta que los recursos son todavía insuficientes y que en los últimos tiempos han pasado momentos delicados, como los cinco meses que tuvieron que estar cerrados por el confinamiento durante la epidemia de la covid-19. “Cuando pudimos volver a abrir, cinco de los chicos que teníamos como alumnos ya no regresaron”, se lamenta.

Sin embargo, este educador se aferra al alto porcentaje de éxito y a la metodología que parece acertada. “Que los más veteranos tutoricen a los recién llegados nos funciona muy bien”, asegura. Divertido, recupera algunos casos que, aunque sabe que son anecdóticos, dan una idea de las actividades. “Uno de los chicos se hizo gendarme”, comenta Bini con satisfacción, “de hecho hay uno que pasó por el centro y hoy es uno de nuestros formadores. No se trata de enseñarles solo un oficio, sino que damos una formación humana e integral para prepararlos para vida”, sentencia mientras mira a un grupo de alumnos jugar a fútbol.

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Sobre la firma

Carlos Bajo Erro
Licenciado en Periodismo (UN), máster en Culturas y Desarrollo en África (URV) y realizando un doctorando en Comunicación y Relaciones Internacionales (URLl). Se dedica al periodismo, a la investigación social, a la docencia y a la consultoría en comunicación para organizaciones sociales.

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