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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Gol al neofascismo

La sanción al futbolista Merih Demiral por hacer el saludo fascista turco recuerda que en los estadios no hay lugar para la incitación al odio

Demiral hace el saludo "del lobo" tras marcar un gol frente a Austria.
Demiral hace el saludo "del lobo" tras marcar un gol frente a Austria.Annegret Hilse (REUTERS)
El País

La polémica generada en torno al saludo realizado durante la celebración de un gol por el jugador turco Merih Demiral durante el encuentro de la Eurocopa disputado contra Austria el pasado martes ha sido aprovechada por el presidente Recep Tayyip Erdogan para generar un absurdo enfrentamiento diplomático con Alemania.

Tras marcar un tanto, Demiral alzó los brazos y formó con los dedos una figura similar a la cabeza de un lobo, un gesto que pasó inadvertido para la mayoría de los espectadores del mundo, pero no para los turcos, ni para las autoridades de Alemania —sede de la Eurocopa—, ni para los estamentos disciplinarios de la UEFA. Lo que el defensa estaba haciendo es el llamado “saludo del lobo gris”, un gesto ultranacionalista y xenófobo de carácter inequívocamente antisemita, antikurdo y antiarmenio. Los Lobos Grises son una organización ultraderechista fundada a finales de los años sesenta y prohibida en algunos países de Europa como Francia. La Oficina para la Protección de la Constitución, los servicios secretos alemanes, considera que el antisemitismo y el racismo son parte esencial de la ideología de esa organización. En la actualidad este saludo ha trascendido el ámbito grupal y se ha convertido en un conocido símbolo ultranacionalista y xenófobo.

Al ver lo que estaba sucediendo en el terreno de juego, la ministra alemana de Interior, Nancy Faeser, pidió a la UEFA que actuara. El ministro alemán Cem Özdemir, de origen turco, denunció que el gesto apoya “el terror y el fascismo”. El gobierno de Erdogan convocó entonces al embajador germano en Ankara para protestar por estas declaraciones y el ejecutivo de Olaf Schölz hizo lo propio con el embajador turco en Berlín. Erdogan subió la apuesta al cancelar un viaje previsto a una cumbre en Azerbaiyán y anunciar su presencia hoy en Berlín, donde su país juega el partido de cuartos de final contra Países Bajos. El Gobierno de Turquía ha acusado a Alemania, país donde residen alrededor de tres millones de turcos, de racista y xenófoba. En medio de este cruce diplomático, la UEFA decidió suspender al jugador y no podrá ser alineado en el encuentro de hoy.

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Demiral asegura que no tuvo intención política alguna, pero su gesto ha desatado una tormenta internacional de la que Erdogan pretende sacar el máximo partido. Tienen razón el Gobierno alemán y la UEFA: no hay lugar ni excusa para el racismo, el antisemitismo y la xenofobia en los estadios, lugares proclives a crear situaciones de alto riesgo para la seguridad. Como cualquier ciudadano, fuera de los terrenos de juego los futbolistas son libres de expresar sus opiniones políticas —como hizo recientemente Mbappé— o de reservárselas —como Unai Simón—, pero no deberían olvidar que sus acciones en un partido trascienden a millones de personas; muchos de ellos, niños. Que supongan además una incitación al odio es intolerable.

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