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La singularidad española

El problema no es la excepción que se haga con Cataluña, sino la constatación de que en la financiación autonómica subyacen, tras las complejas ecuaciones, unos pies de barro

Fachada del Palau de la Generalitat, en la plaza de Sant Jaume de Barcelona.
Fachada del Palau de la Generalitat, en la plaza de Sant Jaume de Barcelona.Albert Garcia
Víctor Lapuente

Para entender la financiación singular a Cataluña, debemos adentrarnos en las profundidades de la física cuántica. No basta con la definición canónica de singularidad, como excepcionalidad o separación de lo común, sino que hay que mirar su significado científico. En matemáticas, una singularidad es una situación en que las reglas fallan, como una función bien definida que da un resultado sin sentido. En física, es un lugar donde las leyes universales no se aplican, como un agujero negro.

Las singularidades son devastadoras. Convierten las ciencias exactas en inexactas y su descubrimiento trastornó a algunas de las mentes más brillantes de la historia, como han retratado novelas recientes de ficción (Las singularidades, John Banville) y “no ficción” (MANIAC, Benjamin Labatut). Una singularidad no es solo un monstruo deforme en la belleza reglada del cosmos. Para las almas agnósticas, es la temible indicación de que, bajo la superficial apariencia de orden, habita el caos. Para las creyentes, cuestiona la existencia de Dios.

Y la singularidad autonómica también está enloqueciendo el debate político. El problema no es la excepción que se haga con Cataluña, sino la constatación de que, en financiación autonómica, como en física, subyacen, tras las complejas ecuaciones, unos pies de barro. Y que la lógica tiene un recorrido limitado. Que cualquier solución propuesta chocará, tarde o temprano, contra la pared de la irracionalidad.

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Es difícil arbitrar un sistema que aúne la suficiencia financiera —que permita a las comunidades prestar servicios básicos— y la multilateralidad solidaria —que transfiera de las ricas a las pobres—. Pero es teóricamente factible. Tenemos grandes expertos, como Ángel de la Fuente o Santiago Lago, con propuestas interesantes. Suelen coincidir en que el actual sistema es críptico para la ciudadanía (nadie lo entiende); alambicado para los políticos (carece de criterios claros de reparto), e incoherente para los académicos (incumple el principio de responsabilidad fiscal o equilibrio entre las decisiones de ingreso y gasto de las comunidades).

Estas condiciones se pueden resolver con una fórmula ingeniosa, como la teoría de Einstein, pero su solidez depende de algo inconmensurable, como la energía oscura que provoca la expansión del universo. En este caso, el intangible es la lealtad de todas las comunidades para sostener un proyecto común. Y hoy eso no existe. Unos quieren ser materia de España y otros su antimateria. Es la singularidad de nuestro país.

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