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Rigor, verdad y emoción

Cualquier estupidez nos anima a la gresca, con lo cual, las grandes causas quedan diluidas en un ambiente miserable. Si vistes los colores de un equipo, has de asumir el pack entero sin que haya espacio para la más mínima disidencia

Mitin del PSOE en Benalmádena (Málaga) al que acudió Begoña Gómez, la esposa del presidente del Gobierno.
Mitin del PSOE en Benalmádena (Málaga) al que acudió Begoña Gómez, la esposa del presidente del Gobierno.Álex Zea (Europa Press)
Elvira Lindo

Lo escribía el novelista Richard Ford esta semana, que no cree que su país, a pesar del delirante estado de polarización, llegue a un enfrentamiento civil. Y eso no quiere decir que no se respire violencia, al contrario, la mala política contribuyó a crear monstruos que a su vez han alimentado la mente de los conspiranoicos. Pero, se preguntaba Ford, ¿quién está dispuesto hoy a tomar las armas que cuelgan en el trastero para marchar al frente? Se asume, de tanto en tanto, una matanza en un instituto o un asalto al Congreso (tal vez no sea el último), pero hoy las batallas se libran rumiando la rabia delante de una pantalla. Hace más de siglo y medio de la guerra civil americana, hace mucho tiempo que a los gobiernos, sean del signo que sean, les renta más externalizar las guerras alistando a inmigrantes como soldados, una especie de integración violenta en la patria soñada. En ocasiones, la guerra entra en las campañas electorales, pero no así en las casas de la población, aunque algunas guerras, como entonces la del Vietnam o ahora la de Gaza, puedan convertirse en decisivas al animar a una juventud, ya de por sí desencantada, a negarle el voto a Biden y, por tanto, regalarle el apoyo al grotesco payaso. Un viejo agresivo contra un viejo de mente errática. Todo emana un aire a comedia shakesperiana, carente, eso sí, de la más mínima nobleza.

Es resbaladizo extrapolar la política americana a la nuestra, pero en algo tiene razón Ford: es difícil hoy imaginar un enfrentamiento civil en países como el nuestro, aunque eso no quiera decir que la imposibilidad de un debate civilizado en las instituciones no haya arrastrado a la población a la simpleza partidista: desde algo tan bobo como una canción eurovisiva al reconocimiento del Estado palestino. Ya no hay causas pequeñas, y cualquier estupidez nos anima a la gresca, con lo cual, las grandes causas quedan diluidas en este ambiente miserable. Si vistes los colores de un equipo, has de asumir el pack entero sin que haya espacio para la más mínima disidencia.

Escribo esta columna sin saber qué sucederá este domingo, pero segura de que no se puede reprochar al ciudadano que no le interese Europa, porque Europa ha sido la gran ausente del debate. La derecha, ahormada ya por la ultraderecha, ha decidido ahorrarse el trabajazo de presentar ideas acordes con la complejidad del proyecto europeo y, perezosamente, ha resumido su programa en dos patadas o en dos palabras: Begoña Gómez. Que lo más grave que ha ocurrido en España en materia de corruptelas haya sido la firma de la mujer del presidente en dos cartas de recomendación da una idea del nivel de bajeza que se ha instalado en el hábitat político.

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Pero este sainete no es un género exclusivamente español, no nos martiricemos. Toda Europa se enfrenta a esta estrategia: la rentabilidad de alimentar el odio. La astucia del cínico que, libre ya del corsé de la moderación, deja que el matón haga el trabajo sucio. Pero no acabo de ver claro cómo la izquierda responde a esta amenaza. Con tantos asesores que rodean al presidente me pregunto si ante tal desafío no debería pronunciarse un discurso más solvente. No puede ser que se repitan con machaconería frases modeladas para que arrecien los aplausos de los ya convencidos. En algún lado debe esconderse una mente brillante, un consejero o consejera que más que producir eslóganes carentes de sustancia, escriba el discurso que la ciudadanía necesita; una persona que, lejos de engolfarse en cansinos avisos de que viene el lobo, nos explique por qué es urgente que la ultraderecha no avance como así ha ocurrido en Italia o en Francia, por qué España, que siempre se escuda en un tópico pesimismo histórico, no puede liderar, junto con otros países que han jugado un papel segundón, el rescate de esa Europa herida. Una mente que lejos de engolfarse en maniobras defensivas escriba discursos con rigor, verdad y emoción.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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