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Columna
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Curso de italiano para pontífices

La homofobia del papa Francisco es libérrima y torrencial y no siente la menor necesidad de reprimirla o ablandarla. Son sus admiradores de fuera de la Iglesia quienes tienen un problema

Papa Francisco
El papa Francisco, el 6 de abril durante una audiencia en el Vaticano a voluntarios de la Cruz Roja italiana.ANGELO CARCONI (EFE)
Sergio del Molino

Dice el tópico que la civilización es un barniz finísimo que salta ante el menor arañazo, dejando a la vista la barbarie. En los individuos, suele bastar una puerta cerrada y la cada vez más improbable sensación de “ahora que no nos oye nadie” para que las verdades se liberen como las tripas llenas de un obispo despanzurrado en la silla tras rebañar el arroz con leche del postre. Hablar sin inhibiciones es, en la cultura popular española, hacerlo a calzón quitado o a pecho descubierto, lo cual subraya la necesidad de aflojar los cinturones y botones que nos civilizan la barbarie. En el caso de los religiosos, será el cíngulo o el alzacuellos.

En confianza se confesó el papa Francisco harto de mariconeos, demostrando no solo un gran talento para el habla llana, sino un notable dominio del italiano: no creo que muchos hablantes extranjeros estén familiarizados con el vulgarismo frociaggine, que se ha traducido como mariconeo. Eso es lo que alegan los defensores vaticanos, que Bergoglio usó esa procacidad a tontas y a locas, sin ser consciente de lo ofensiva que era, como un estudiante de primero de italiano que aún no aprecia los matices de la lengua. Desde Pío XII, pocos pontífices se lo han puesto tan difícil a sus apologetas. A ver cómo le sacan de esta.

Yo creo que le da igual, que su homofobia es libérrima y torrencial y no siente la menor necesidad de reprimirla o ablandarla. Son sus admiradores de fuera de la Iglesia quienes tienen un problema. Son quienes llevan años promocionándolo como un caballo de Troya del progresismo en la curia vaticana y quienes expresaban su compromiso de izquierdas haciéndole genuflexiones y besándole la mano los que se enfrentan ahora a esa verdad a calzón quitado, esa verdad de carajillo y puro (o de copita de anís, un licor más episcopal). El papa bueno, el papa de las causas nobles y justas se empeña en ser un papa de lo más normal, afianzando la doctrina reaccionaria de la organización que dirige y que tanto dolor ha causado y sigue causando entre los homosexuales y las mujeres. Eso es lógico. Lo alucinante es que lo haya hecho con el aplauso de tantos políticos dizque progresistas.

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Cuando propuso bendecir las uniones homosexuales, muchos lo celebraron como un hito histórico. Yo lo ponderé como un desprecio condescendiente hacia personas que no necesitan el permiso de nadie para vivir su vida. Ahora pide discriminar a los homosexuales (lo cual sería ilegal y punible en cualquier otra organización). A ver qué dice mañana.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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