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TRIBUNA
Columna
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El aviso de Pedro Sánchez a Puigdemont

El ‘punto y aparte’ del presidente añade un nuevo eje a la campaña catalana: si el PSC hablaba de dejar atrás el ‘procès’ para atraer voto de Ciutadans, ahora se suma la defensa de la democracia, como opa a Comuns-Sumar

Carles Puigdemont, en un mitin de su partido en Argelers Sur Mer (Francia).
Carles Puigdemont, en un mitin de su partido en Argelers Sur Mer (Francia).David Borrat (EFE)
Estefanía Molina

Pedro Sánchez lanzó un sutil aviso a Carles Puigdemont con su período reflexivo: si me harto, aquí os quedaréis todos y la amnistía quizás acabe cayendo en saco roto. Y muy probablemente, las elecciones catalanas no alterarán la legislatura tanto como se dice. España podría tener presupuestos, a medio plazo, con el voto favorable de Junts. Y ello no tendrá tanto que ver con el aviso del presidente, si no con la evolución política de Puigdemont.

Basta ver sus mítines: el líder independentista se ha vuelto un gurú de la autoayuda. Lejos del tono intimidatorio contra el Estado español, Puigdemont reviste ahora de aires motivacionales sus discursos. Desde hablar sobre “subir la autoestima” del independentismo o de “dejar el lamento”, el político catalán se presenta ya como una especie de coach, un líder espiritual para los suyos. Y es que estas elecciones van de la pésima gestión durante los años del procès, pero también, de avivar la esperanza entre el independentismo de creer que nada está perdido, en medio de la frustración aún latente por el 1 de octubre. Que Puigdemont hable de no caer en el derrotismo es el mayor síntoma de esa derrota. Y ello obliga a reformular la estrategia hacia el pragmatismo, a medida que el sueño de Estado propio se diluye en el horizonte, a diferencia de los ánimos en 2017.

Así que resulta poco probable creer que Junts vaya a apostar por convertirse en un partido residual en el Congreso —es decir, bloqueando cualquier acuerdo con Sánchez— si encima no lograra gobernar la Generalitat tras el 12 de mayo. El contexto ha cambiado en Cataluña. Lo que el Junts del post-procès necesita es desarrollar un programa sólido, una política que no solo pivote sobre el golpe de efecto del último minuto para consolidarse en los años que vienen. Su mayor urgencia es volverse un partido útil, algo que también pasa por lo que puedan obtener del Gobierno vía presupuestos o demás pactos.

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Primero, porque Puigdemont ya ha metabolizado los costes de volver a la gobernabilidad y echarse para atrás sería ahora lo más difícil. La estrategia de llevar al PSOE al límite en cada votación parlamentaria sólo ha servido al propósito de presentarse como el “verdadero independentismo” frente a ERC, pese a haber hecho ambos lo mismo: meter el referéndum en una mesa de diálogo, que les estorbaba para obtener la salvación judicial vía amnistía. Y no parece que le esté saliendo mal la jugada: la mayoría de las encuestas sitúan a Junts por encima de los republicanos.

Segundo, el exlíder de Waterloo ha empezado a definirse ideológicamente, algo clave para dejar de ser un movimiento personalista y etéreo. En su programa lleva bajadas de impuestos, y en sus mítines, Puigdemont habla de conceptos nada arbitrarios como la “cultura del esfuerzo” o el “mérito”. Tampoco es casual el fichaje de la ejecutiva empresarial, Anna Navarro, para apuntalar ese giro business friendly o aspiracional de la Cataluña del futuro. Sin embargo, Navarro le está saliendo un poco rana: sus escenas más sonadas van desde un vídeo donde la asistenta que trabaja en su casa le trae el desayuno, hasta otro diciendo que muchos directivos amigos suyos se compran pisos en Barcelona porque es un lugar fantástico para vivir o para jubilarse. Pese a su brillante currículum, ciertos sectores del independentismo la acusan de alejamiento de los problemas del día a día.

Así que el elemento disruptivo es de qué modo influirá el “punto y aparte” de Sánchez en las elecciones catalanas. No sería descabellado pensar que se repita cierto efecto parecido al del 23 de julio de 2023, cuando algunos independentistas pragmáticos se movilizaron entonces en favor del PSC, ante el miedo a que gobernara la ultraderecha e incendiara Cataluña. El vaivén del presidente podría potenciar ahora el auge de Salvador Illa, dando un nuevo giro a la campaña. Si el primer eje de los socialistas pivotaba sobre la idea de “dejar atrás el procès” —para atraer voto de Ciutadans—, ahora se le suma el relato de “defender la democracia” frente a la ultraderecha o los bulos —una opa al votante de los Comunes-Sumar.

Aunque Puigdemont no tiene prisa. Estará atado al Gobierno hasta que la amnistía se apruebe en las Cortes y se aplique en los tribunales, por mucho que quiera desmarcarse del “entreguismo” de ERC. Es más, para la estrategia a largo plazo de Junts es prioritario derrotar a Pere Aragonès, antes que gobernar y quemarse a cuatro años vista, sin nada que ofrecer a sus bases relativo a la independencia. Un tripartit 2.0 le vendría de perlas.

En consecuencia, el aviso de Sánchez no es tanto sobre la gobernabilidad, asumido que Junts ha ido dejando miguitas sobre la importancia que para ellos tiene la financiación o las inversiones en Cataluña –partidas que podrían negociarse con el PSOE en unos presupuestos. El aviso responde a algo más simbólico: no es el líder independentista el único que capaz de convertir estas elecciones en un plebiscito sobre su persona. De amenazar con marcharse, para acabar generando mayor adhesión a su causa, saben tanto Puigdemont como Sánchez. Los dejes mesiánicos no entienden de ideologías.

Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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