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Tribuna
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¿Podrá Polonia reconstruirse a mejor?

Los dilemas de Varsovia a la hora de restaurar la democracia tras la demolición sistemática de las instituciones por el populismo son los mismos que quizá tenga que afrontar Washington después de un segundo mandato de Trump

Garton Ash 26 enero
DIEGO MIR
Timothy Garton Ash

¿Evolución o revolución? La pregunta que se formulan hoy en Polonia refleja el dilema de intentar restaurar la democracia liberal después de ocho años de control populista del Estado. Por ejemplo, ¿hay que quebrantar la letra de una ley concreta para restaurar el Estado de derecho de manera general? La experiencia polaca nos va a decir mucho sobre el futuro de la democracia en los Estados miembros de la UE. Y también anuncia un dilema con el que podría encontrarse Estados Unidos después de una segunda presidencia de Donald Trump.

Las últimas semanas de la política polaca han sido dramáticas, llenas de furia y a veces extrañas. Dos exministros del anterior Gobierno del partido Ley y Justicia (PiS), condenados por falsificar documentos cuando ocupaban cargos públicos, se refugian en el palacio del presidente, su compañero de partido Andrzej Duda. Mientras Duda está reunido en otro lugar, la policía los detiene en el palacio y los lleva a la cárcel. El presidente dice que son “presos políticos”, habla de “terrorismo del Estado de derecho” e incluso hace una comparación con Bereza Kartuska, un campo de concentración de triste fama en la Polonia de los años treinta. El PiS convoca una manifestación en la nieve y despliega la iconografía del movimiento Solidaridad que llevó la libertad a Polonia en los años ochenta. El líder del PiS, Jaroslaw Kaczynski, afirma que los políticos detenidos son héroes a los que habría que otorgar los máximos honores nacionales. El trágico e inspirador pasado de Polonia se repite como grotesca parodia.

La supuesta televisión de servicio público, TVP, que durante ocho años emitió la propaganda más vil, mentirosa y ofensiva del partido en el poder, pasa a depender del nuevo Gobierno. Despiden a los que trabajaban en la cadena y declaran la bancarrota como empresa comercial, pero las emisiones se reanudan a toda velocidad. Los nuevos informativos son mucho más imparciales (los he visto), pero incluso un jurista muy crítico con PiS dice que las medidas adoptadas para lograr ese buen resultado son “medidas revolucionarias”.

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Diversos tribunales, algunos con jueces claramente sectarios, nombrados de forma ilegal por el Gobierno del PiS, se contradicen sin reservas. En algunos momentos, esto se parece a lo que el revolucionario bolchevique León Trotski llamaba “doble poder”. Cada vez se oyen más insultos, pero el nuevo Gobierno de coalición encabezado por Donald Tusk, que ya fue primer ministro polaco de 2007 a 2014 y después presidió el Consejo Europeo (2014-2019), sigue limpiando los bastiones de poder estatal incrustado del PiS con lo que este formidable político llama “una escoba de hierro”.

En este drama se entrelazan tres hilos diferentes. El más visible es la dificultad de restablecer las instituciones de una democracia liberal, construidas desde cero a partir de 1989 sobre las ruinas de un sistema de tipo soviético y sometidas a una demolición sistemática a partir de 2015, cuando el PiS llegó al poder, sin que el país dejara en ningún momento de ser miembro de la Unión Europea. Kaczynski, como Viktor Orbán en Hungría, hizo grandes esfuerzos para mantener la fachada de Estado democrático, pluralista y de derecho, conforme a las normas de la UE. Como dice otro jurista, hay supuestos jueces que dictan supuestos veredictos en virtud de supuestas leyes. Un constitucionalismo de Potemkin, por así decirlo.

Como consecuencia, la restauración de la democracia liberal es al mismo tiempo más fácil y más difícil que su creación original tras el final del comunismo en 1989. Es más fácil desde el punto de vista externo porque, en vez de estar en el Pacto de Varsovia y el Comecon, dominados por el Kremlin, Polonia pertenece a la OTAN y la UE. La UE no solo aplaude los esfuerzos del nuevo Gobierno, sino que los va a recompensar con lo que pronto podrían superar los 100.000 millones de euros en fondos comunitarios, retenidos por las violaciones del Estado de derecho cometidas por el anterior Gobierno.

Desde el punto de vista interno es más difícil, porque esta no es, como en 1989, una dictadura de partido único impuesta desde el exterior, que casi todos los polacos —incluidos muchos de los propios comunistas en el poder— estaban de acuerdo en que había que transformar mediante una revolución pacífica. Se trata más bien de un lío fabricado por los propios polacos, envuelto en su mayor parte en leyes aprobadas por una mayoría parlamentaria elegida democráticamente.

En segundo lugar, este es un caso de hiperpolarización, noticias falsas e histeria que recuerda mucho a Estados Unidos en la actualidad. Los partidarios de Kaczynski y Tusk, como los republicanos del movimiento MAGA y el ala izquierda del Partido Demócrata, viven en su propia realidad paralela y se denuncian mutuamente por violar el Estado de derecho y traicionar a la nación. Una democracia liberal estable necesita que exista un consenso social básico en torno a la legitimidad de instituciones fundamentales como el Parlamento, la presidencia, unos tribunales independientes y unos medios de comunicación libres. ¿Cómo reinventar una democracia liberal funcional si no hay cuando ese mínimo consenso social?

Por último, no hay que quitar tampoco importancia al papel de las personas. Kaczynski y Tusk están en primera línea de la política polaca desde hace un cuarto de siglo y se detestan. Kaczynski, ejemplo prototípico de la política paranoica, subió a la tribuna del Parlamento momentos después de la toma de posesión del Gobierno de Tusk y acusó al nuevo primer ministro de ser un “agente alemán”.

Otro componente funesto de la crisis actual es el presidente del país. Duda es débil, vanidoso, fácil de convencer y suele acabar haciendo lo que le pide Kaczynski. Su propio director de tesis doctoral lo califica de “inseguro”. Según el respetadísimo primer presidente del Tribunal Supremo de Polonia, Adam Strzembosz, el presidente que ahora pide a la UE entre gimoteos que ponga fin a las violaciones de la Constitución por parte del nuevo Gobierno ha infringido personalmente la Constitución un mínimo de 13 veces. En lugar de desempeñar el crucial papel que corresponde a un jefe de Estado neutral durante una transición política difícil, está mostrándose todavía más sectario, dando refugio en el palacio presidencial a delincuentes convictos y soltando lamentos fatuos e hiperbólicos.

El nuevo Gobierno dice que quiere limpiar rápidamente los establos de Augías antes de prestar atención al futuro de Polonia. Es muy fácil decirlo, pero ya veremos, sobre todo teniendo en cuenta el poder que tiene Duda para vetar y retrasar cualquier medida. Si el PiS tiene alguna estrategia política, seguramente es hacer que el caos y la histeria duren el mayor tiempo posible, con la esperanza de recuperar votantes en las elecciones locales de abril o en las europeas de junio. De momento nada indica que vaya a pasar; de hecho, las encuestas dan a entender lo contrario. Pero no se puede descartar.

Por lo demás, la mayor dificultad para Tusk y sus socios de coalición será resistir la tentación de actuar igual que los del otro bando y limitarse a instalar a gente fiel. Tienen que reconstruir el país de mejor manera. Es necesario que, al acabar esta legislatura, en 2027, la televisión pública sea verdaderamente más imparcial y los tribunales más independientes, que el presidente esté inequívocamente por encima de los partidismos y las empresas estatales se alejen por completo de los sectarismos y que la administración pública y los servicios de seguridad sean de verdad más independientes, no solo respecto a cuando gobernaba el PiS, sino respecto a la época de gobiernos polacos anteriores, incluidos los del propio Tusk, antes de que los populistas llegaran al poder. Esa es la verdadera prueba que tendrán que superar, el verdadero trabajo de Hércules.

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