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Columna
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Por Palestina y por Israel

Hamás terminará derrotado militarmente, pero no su idea autoritaria y reaccionaria de un Estado regido por la ley islámica

Rezos durante la oración del viernes en el patio del hospital Nasser de Jan Yunis, en Gaza.
Rezos durante la oración del viernes en el patio del hospital Nasser de Jan Yunis, en Gaza.Abed Zagout (Anadolu/Getty Images)
Lluís Bassets

Contra el antisemitismo y la islamofobia. Frente al supremacismo judeocristiano y al islamismo fundamentalista y yihadista. Contra Donald Trump y Ali Jamenei. A favor de los derechos de los palestinos y de los derechos de los judíos. Con la kipá y la kufiya, la estrella de David de la bandera blanquiazul israelí y los colores verde, blanco, negro y rojo de la enseña palestina. ¿O hay que soportar acaso la trágica incompatibilidad dictada por los extremismos excluyentes y las prohibiciones que entienden como un insulto o un delito contra la integridad de unos lo que es el símbolo de la identidad de otros?

Para evitar que la catástrofe siga extendiéndose hace falta la tregua. Que callen las armas. Que los rehenes sean liberados. Que agua, electricidad y alimentos lleguen a los gazatíes. Que heridos, enfermos y recién nacidos sean cuidados en hospitales a salvo de bombardeos. Que cese la triste procesión de refugiados obligados a abandonar sus hogares. Que sean rescatados los cadáveres de las ruinas y enterrados decentemente.

No bastan las pausas de cuatro horas, que sirven más para las transferencias forzadas de población que para recuperar la normalidad civil. Hace falta una tregua auténtica, al menos de tres días. O más larga todavía, como ha pedido Joe Biden. De donde nazca una suspensión permanente de las hostilidades y luego la agenda para la paz. El Gabinete de Netanyahu la rechaza, porque la identifica con su renuncia a la victoria, es decir, a la desaparición de Hamás, único desenlace que admite para esta guerra. Comete un error que quizás le dará una momentánea satisfacción, pero a la larga conducirá a Israel a una fatídica derrota.

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En solo un mes de guerra, el precio en vidas y en destrucción excede cualquier rendimiento razonable para Israel. Es enorme el daño sufrido en la imagen del Estado sionista y en sus simpatías internacionales. Ahí está su soledad en la votación de la Asamblea General de Naciones Unidas, solo compensada por el incondicional apoyo de Estados Unidos y Alemania. La siembra de desesperación de hoy es la cosecha segura de un mañana amenazante, sin paz ni convivencia con los palestinos, sin fronteras reconocidas y necesitado por tanto de una permanente militarización de su sociedad.

Probablemente la rama armada de Hamás será exterminada, pero será difícil que desaparezca su rama política, y menos todavía la idea terrorífica de un Estado como el Irán de los ayatolás entre el Jordán y el Mediterráneo, regido por la sharía y solo para musulmanes. Aunque sea derrotado en el campo de batalla, Hamás ha obtenido ya una siniestra victoria en el combate de las ideas y en el liderazgo de la causa palestina, que concierne e inquieta a todos cuantos aman a la vez a Israel y a Palestina y lloran por igual a todas las víctimas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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