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Xochimilco noir: cuerpos flotando en el canal

Desapariciones, detenciones y la aparición de varios cuerpos en la pista olímpica de remo ponen el foco en el turístico distrito sureño, una de las últimas zonas lacustres de la capital

Los padres de Margarita Cuevas, en su casa en Xochimilco, en Ciudad de México. Cuevas desapareció el 4 de junio en la zona.
Los padres de Margarita Cuevas, en su casa en Xochimilco, en Ciudad de México. Cuevas desapareció el 4 de junio en la zona.Rodrigo Oropeza
Pablo Ferri

La mujer detiene la marcha y dice, a modo de conclusión, “¿te das cuenta de dónde están parados?”. Es una pregunta retórica que enseguida contesta: “La conectividad que tienen ellos con el agua es extraordinaria”. Murmura, no quiere que nadie más escuche. La mujer, que prefiere que su nombre no aparezca en estas líneas, habla de un ellos genérico. Ellos, el crimen, los que matan, los que tiran cuerpos al canal que queda justo a su espalda, la pista olímpica de canotaje. “¿Te das cuenta?”, insiste.

Es una mañana soleada y fresca en Xochimilco, el sur lacustre de Ciudad de México. Uno de esos días-milagro que se dan con divina exactitud cada año en temporada de lluvias. Algunos piragüistas reman en la pista, entre las garzas, y es extraño oír hablar de asesinatos, personas desaparecidas y grupos criminales, entre tanta belleza. “Esta zona y la colonia por la que hemos pasado antes están muy conectadas con los embarcaderos, Caltongo, Cuemanco, Belén, hay varios”, enumera.

La mujer, conocedora de las dinámicas locales, se ha ofrecido a recorrer este laberinto hecho de agua y chinampas, callejuelas, historias del hampa. Camina y deja atrás el canal de remo. Se dirige a La Pasada, dos trajineras que salvan transversalmente otro canal, en un cruce constante hacia un espacio distinto, un barrio de calles estrechas y callejones sin salida, salpicado de altares a la Virgen y San Judas. Los barqueros mueven sus embarcaciones agarrándose a dos cuerdas que cuelgan por encima, atadas a un tronco y una casa. “Vamos para El Infiernito”, dice la mujer, “ahí cerca es donde operaba el último que agarraron de Los Rodolfos”.

La Pasada comunica la pista de canotaje con El Infiernito en Xochimilco.
La Pasada comunica la pista de canotaje con El Infiernito en Xochimilco.Rodrigo Oropeza

En la genealogía criminal del sur de Ciudad de México, el grupo de Los Rodolfos es uno de los más distinguidos. Dedicado al tráfico y la venta de drogas, la extorsión, la prostitución y el asesinato, su momento llegó tras la caída de Felipe Jesús Pérez, alias El Ojos, abatido en un enfrentamiento a balazos con la secretaría de Marina, en julio de 2017. Hasta su muerte, El Ojos había levantado un pequeño imperio criminal en el sur de Ciudad de México, con base en el distrito vecino de Tláhuac, aupado en el apoyo de miles de mototaxistas y el silencio de una población atemorizada.

Los Rodolfos llegaban a ocupar un espacio que hasta hacía poco tiempo ni siquiera parecía existir. Durante años, el Gobierno de la capital había negado la presencia de grupos criminales organizados en la ciudad, pero la respuesta del ejército de El Ojos, que a su muerte bloqueó la principal avenida del distrito, quemando camiones y autobuses, dejó obsoleta toda negativa. El crimen organizado existía en la capital. Y con El Ojos fuera de combate, la duda apuntaba a su nueva forma, su geografía.

En Xochimilco, Los Rodolfos agarraron auge. En febrero de 2020, año y medio después de la desaparición de El Ojos, el diario Milenio publicó, citando informes de la Fiscalía local, que el grupo criminal de Xochimilco controlaba 200 puntos de venta de droga en ese distrito, además de los vecinos Milpa Alta, Tlalpan y Tláhuac. A lo largo de estos cinco años, los enfrentamientos de este grupo con autoridades y las muertes y detenciones de personajes vinculados al grupo han sido constantes. Muchos han ocurrido precisamente en estos parajes híbridos, medio ciudad, medio laguna, caso de El infiernito, barrio San Diego, barrio 18, San Lorenzo, la pista de canotaje, nombres que hilan un paisaje alucinado de belleza y horror.

Uno de los extremos de la pista de canotaje, en Xochimilco.
Uno de los extremos de la pista de canotaje, en Xochimilco.Rodrigo Oropeza

La mujer que guía el recorrido habla también de casos de jóvenes desaparecidas estos últimos años en estos barrios, eventos que vincula a este reacomodo constante del crimen, que de tanto moverse empieza a configurar una extraña y macabra normalidad. Desde finales de 2018, los casos de desaparición en Ciudad de México se han disparado y Xochimilco no ha sido ninguna excepción. El distrito cuenta 94 desaparecidos, casi la mitad entre los 15 y 29 años, según datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas.

“En enero o febrero desapareció una chica”, cuenta la mujer. “El día en que desapareció iba con alguien. Se metieron ahí en el suelo de conservación”, añade, en referencia a un asentamiento ilegal construido a un lado del barrio 18, encima de las chinampas, muy cerca de la pista de canotaje. “Cuando salieron, se fueron para la pista olímpica. Ella ya no salió, pero él sí”, explica. La mujer fue hallada muerta, desnuda, en la pista, el 24 de febrero. La Fiscalía local dijo que no parecía haber sufrido violencia alguna.

Margarita

El caso anterior es solo uno de varios registrados en los últimos meses en la pista de canotaje. Muertos que aparecen flotando en las aguas. El portal Animal Político, que ha seguido los hallazgos, ha contado cinco desde noviembre. De los cinco, la Fiscalía de la ciudad solo considera violento uno, un hombre que apareció en el canal el 31 de marzo. El resto, muertes por ahogamiento.

Vista la cantidad de casos, conocida además la presencia de grupos criminales en los alrededores, la atención de familiares de personas desaparecidas en la zona vira forzosamente a la pista y el vecino embarcadero de Cuemanco. Es la situación que ha vivido la familia Cuevas Suárez, que busca desesperadamente a Margarita, una muchacha de 20 años que desapareció el sábado 4 de junio.

Un altar colocado por la familia de Margarita Cuevas Suárez en su casa en Ciudad de México.
Un altar colocado por la familia de Margarita Cuevas Suárez en su casa en Ciudad de México.Rodrigo Oropeza

En entrevista con EL PAÍS, su madre, padre y dos de sus hermanas explican que la primera búsqueda la hicieron precisamente allí. “Ella y yo habíamos quedado de vernos el domingo en Cuemanco. Íbamos a salir para Tlaxcala”, explica Alejandra, su hermana. A eso de las 6.30 de la mañana, Margarita, que había salido con unos amigos, le mandó un mensaje para decirle que se veían a las 10.00. Fue su última comunicación. Margarita no apareció y su teléfono dejó de funcionar. De momento, no han vuelto a saber de ella.

Alejandra explica que la búsqueda en Cuemanco responde a la ansiedad de los primeros días. Cuando Margarita le dijo que se veían a las 10.00 en el embarcadero, ella ya estaba en la zona. Jugaba a fútbol temprano en unas canchas que hay por allí. “Parece que se reflejó la comunicación y los de la Comisión de Búsqueda pensaron que Margarita había hecho desde allí su última comunicación”, explica. Pero no, era el teléfono de Alejandra el que estaba allí, no el de su hermana. Las noticias de hallazgos de cuerpos en la pista de canotaje apuntalaron la idea de que Margarita podría haber acabado en sus aguas.

La familia se pregunta ahora dónde pudo acabar la muchacha. El sábado de su desaparición, Margarita fue a tomar unas micheladas con un amigo de la secundaria a Santa María Tepepan. Estando allí, otro amigo le escribió mensajes para quedar. “Le llevaba escribiendo desde el día anterior”, explica su padre, Roberto Cuevas. “Es que mi hermana es muy fiestera y pues le decían de quedar”, añade Alejandra. Margarita se juntó con su otro amigo, además de más amigos de este, y volvieron a las micheladas.

Una lona colocada cerca del domicilio de Margarita Cuevas, en Xochimilco.
Una lona colocada cerca del domicilio de Margarita Cuevas, en Xochimilco.Rodrigo Oropeza

“La versión de la señora que atiende en las micheladas es que estos nuevos muchachos estaban muy agresivos, incluso sacaron un arma y por eso ya no les quiso vender”, añade Cuevas. Margarita se fue de allí con los muchachos nuevos. “Se fue con ellos para que se calmasen”, dice. Parece que de allí fueron a San Mateo Xalpa, un poblado en el sur del distrito. “Por las antenas de telefonía, ahora sabemos que estuvo hasta las 6.30 en San Mateo”, explica Alejandra. La familia recibió esta información de la Fiscalía días después de la desaparición. Desde San Mateo, Margarita se comunicó con su hermana, que estaba en las canchas de Cuemanco.

Alejandra, sus padres, hermanos y amigos, fueron a San Mateo en las primeras semanas de junio, cargando volantes con la foto del último amigo de Alejandra, Giovanni, el que llegó después con otra gente a las micheladas. “Le enseñábamos la foto a vecinos y decían que sí, que era gente mala”. Supieron a qué casa habían llegado, pidieron que se revisaran las cámaras de seguridad de la zona y pudieron ver a Margarita entrar a una calle cerrada con Giovanni y otra persona. En las cámaras vieron también que los dos hombres salieron más tarde, pero ya no la muchacha.

Como ocurre en cientos de casos de desaparición a lo largo y ancho de todo México, la familia asumió el liderazgo de la investigación. Una parte se apostó junto a la casa donde Margarita entró antes de desaparecer. Habían descubierto que era la vivienda de Giovanni y pensaron que pronto tarde, el muchacho, menor de edad, tendría que salir. Otros se dedicaban a repartir volantes con la cara de la muchacha y bloquear vialidades para presionar a las autoridades.

Detalle de la habitación que pertenece a Margarita Cuevas Suárez en su casa en Xochimilco, Ciudad de México.
Detalle de la habitación que pertenece a Margarita Cuevas Suárez en su casa en Xochimilco, Ciudad de México.Rodrigo Oropeza

Con los días, Giovanni salió. “Se acercó donde estábamos nosotros y dijo que iba a declarar. ¡Lo tuve que llevar yo porque la policía no quiso!”, exclama Roberto Cuevas. En su testimonio, Giovanni dice que sí, estuvieron en su casa, pero que cuando llegaron, él entró al baño, luego se fue a dormir y no supo qué fue de Margarita. “No le cuestionaron nada”, lamenta Lupita, la madre de Margarita. El otro joven que iba con Giovanni está desaparecido y nadie lo encuentra.

Días después, las autoridades registraron la casa y, según la familia de Margarita, encontraron restos de sangre. “Nos tomaron muestras de ADN a su madre y a mí”, dice Roberto Cuevas, “pero ha pasado más de un mes y no nos dicen nada”.

Barrio 18

En El Infiernito hay un puente que salva otro canal y que, en una mañana luminosa como esta, con las montañas del Ajusco al fondo, sugiere latitudes distintas. La vegetación frondosa, el fluir delicado de las trajineras, ofrece estampas dignas de la más bucólica de las películas de Hayao Miyazaki. En eso piensa uno, cuando de repente se acercan dos policías en cuatrimoto y preguntan al fotógrafo que qué hace. “Abusados”, alerta uno, sin escuchar la respuesta, “porque este es un punto”.

No está claro si el comentario del policía es una alerta o una amenaza, aunque sí parece evidente que seguir allí, encima del puente, tomando fotos, no es una buena idea. Antes, la mujer que ha guiado el recorrido explicaba que en las calles que bajan de El Infiernito al centro de Xochimilco, Los Rodolfos tenían su refugio. No es que sea ningún secreto. Hace unos días, cuando detuvieron al último de sus líderes, César N, alias El Negro, la Fiscalía informó precisamente de que esta maraña de callejuelas que comunican con la pista y los canales conforman su base de operaciones.

Vista al canal desde el puente de El Infiernito.
Vista al canal desde el puente de El Infiernito.Rodrigo Oropeza

Pero no es solo El Infiernito. Todos estos barrios pegados al embarcadero de Cuemanco y la pista de canotaje tienen su historia. Al otro lado de la pista, en el barrio 18, las calles guardan el recuerdo de cantidad de eventos criminales. La mujer guía el paso por el “suelo de conservación”, una pista de tierra que separa la colonia, con sus calles asfaltadas, sus luminarias y red de alcantarillado, de la “chinampería”, un barrio levantado de manera irregular durante el último cuarto de siglo, en islotes que en su día fueron campos de cultivo.

“Mira, ¿ves ese tocón?”, dice. El tronco de un árbol seco languidece a un lado de la senda. “Ahí mataron a El Chaparro”, añade. En mayo de 2019, policías de la capital tirotearon allí a un presunto narcomenudista, que manejaba un punto de venta de drogas justo detrás del tocón. En las notas de entonces, la prensa reportó que secuaces de El Chaparro escaparon nadando por los canales.

Más de una docena de compañeros de este hombre fueron detenidos meses más tarde en el barrio vecino de Santa Cruz Xochitepec, en uno de los operativos más importantes de las autoridades contra Los Rodolfos. “¡Ah y lo del Felipillo!”, añade la mujer, en referencia al hijo de El Ojos, detenido en una colonia cercana, en marzo de 2019. “Lo detuvieron allí, pero lo venían siguiendo desde aquí”, asegura.

La senda en el suelo de conservación conduce a una rampa que da acceso a la pista de canotaje. Allá, unos jardineros cortan el pasto. Al fondo, piragüistas apuran remadas bajo el sol. La mujer habla de dos casos de mujeres jóvenes desaparecidas, entre finales de 2018 y principios de 2019, en barrio 18 y la colonia aledaña, San Lorenzo Cebada. Una se llamaba Daniela Ortiz y la última vez que se supo de ella fue en mayo de 2019, cuando abordó un taxi en San Lorenzo. Al parecer, el taxista dejó la ruta que había pedido la joven y se fue camino a Cuernavaca. No se ha vuelto a saber de ella.

“La otra fue la muchacha que encontraron en el vaso regulador”, dice la mujer, en referencia al embalse que almacena agua en época de lluvias al otro lado de la colonia. La muchacha en cuestión es Leslye Hernández, tenía 18 años y desapareció el 10 de noviembre de 2018, cuando salió en bicicleta de su casa, en el barrio 18. En enero apareció muerta y, meses más tarde, su novio, que investigaba el caso, murió asesinado a balazos en la zona. La Fiscalía de Ciudad de México no ha resuelto ninguno de los tres casos. “Siempre ha habido casos así por aquí”, dice la mujer, “solo que antes se quedaba callado”, zanja.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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