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¿Lealtad o supervivencia?: El informe sobre el supuesto acoso laboral del ministro británico de Justicia pone a Sunak contra las cuerdas

Al menos 24 funcionarios han respaldado ocho quejas formales sobre el abuso de poder de Dominic Raab

Dominic Raab
El ministro británico de Justicia, Dominic Raab, el 7 de febrero frente a la entrada del número 10 de Downing Street, en Londres.TOBY MELVILLE (REUTERS)
Rafa de Miguel
Londres -

Cada problema o desafío que surge en el camino de Rishi Sunak plantea un reto doble. El primer ministro no debe únicamente tratar de solucionarlo. También está obligado a demostrar que su modo de hacer política supone un antes y un después respecto al mal sabor de boca que dejó el mandato de Boris Johnson. Sunak tiene desde primera hora de este jueves sobre su mesa el informe que él mismo encargó el pasado noviembre al abogado laboralista Adam Tolley, sobre el presunto acoso laboral y actitudes de matón de su vice primer ministro y actual ministro de Justicia, Dominic Raab (Buckinghamshire, 49 años).

“El primer ministro sigue teniendo plena confianza en su vice primer ministro, eso permanece intacto. Obviamente, está estudiando cuidadosamente todos los hallazgos contenidos en el informe”, ha explicado un portavoz de Downing Street en cuanto ha sido público y notorio que el resultado de seis meses de investigaciones e interrogatorios a políticos y altos funcionarios había concluido. “Siempre hemos querido que [la publicación del informe] se realizara lo más rápido posible, pero creo que la ciudadanía es capaz de entender que el proceso debe hacerse con cuidado”, ha añadido el portavoz.

A media tarde, Downing Street dejaba claro que la opinión pública no conocería los detalles del informe este mismo jueves. En la memoria de muchos están las maniobras dilatorias de Johnson, cuando guardó durante meses en el cajón las pruebas contra su ministra del Interior, Priti Patel, acusada también de tratar de modo despectivo y humillante a los altos funcionarios a su mando.

La leyenda respecto al carácter despótico de Raab persigue desde hace años al ministro, el hijo de un inmigrante judío que huyó desde la entonces Checoslovaquia al Reino Unido. Huérfano de padre a los 10 años, logró por mérito propio ascender el escalafón académico: alumno en Grammar School (algo así como un bachillerato público de excelencia) y más tarde en las universidades de Oxford y Cambridge, compaginó sus estudios de Derecho con la práctica competitiva del boxeo y del kárate. “Su apariencia es siempre la misma: sudoroso y como recién salido del gimnasio, como con ganas de matar a alguien”, ironizaba sobre Raab la socialité Sasha Swire, en sus memorias Diary of an MP´s Wife (Diario de la mujer de un diputado). Su esposo, Hugo Swire, estuvo al frente de la campaña del ministro, cuando intentó competir en 2019 por el liderazgo del Partido Conservador.

Raab apoyó a Sunak años después en su doble intento por hacerse con ese mismo liderazgo, y ha sido siempre un fiel aliado del primer ministro. Por eso le mantuvo en su Gobierno, al frente de Justicia, y por lo mismo le permitió retener el cargo que Johnson le otorgó en su día, el de vice primer ministro. La posición, en la política británica, es más simbólica que otra cosa, pero sirvió para que Raab tuviera en sus manos durante unas semanas las riendas de la nación, cuando la covid-19 mantuvo hospitalizado entre la vida y la muerte a Johnson.

“Cada semana nos encontramos con otro escándalo de corrupción en el que Rishi Sunak, o bien está directamente implicado, o es demasiado débil como para tomar una decisión. La gente pide a gritos un Gobierno que afronte los asuntos relevantes, y no se dedique en exclusiva a salvar su propia piel”, ha dicho la jefa del grupo parlamentario liberal demócrata, Wendy Chamberlain, que resumía de ese modo el sentir de muchos británicos.

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Sunak ha sido, en cierto sentido, un primer ministro accidental que llegó a Downing Street después del desastre de la rebaja de impuestos de su predecesora, Liz Truss, y de un hartazgo general por los años de escándalos y mentiras de la era Johnson. Su posición ha ido consolidándose, pero todavía es lo suficientemente débil como para no poder permitirse una muestra de favoritismo como la que sería proteger a Raab.

El Código Ministerial

Y, sin embargo, todo el proceso de investigación al ministro está lleno de ambigüedades. Sunak encargó al abogado Tolley que se limitara a averiguar y establecer los hechos, sin alcanzar conclusión alguna ni mucho menos juzgar la existencia o no de acoso laboral en el comportamiento de Raab. Es prerrogativa del primer ministro decidir en exclusiva si un miembro de su Gobierno habría quebrantado o no el Código Ministerial. Se trata del manual de buenas prácticas y conductas éticas al que están sometidos los ministros. “El acoso, el abuso y cualquier otra forma de comportamiento discriminatorio, ocurra donde ocurra, no es compatible con el Código Ministerial y no será tolerado”, dice el texto. El problema, sin embargo, es que el código en sí no tiene rango de ley, y por tanto su vigencia y eficacia depende en última medida de la voluntad del primer ministro de aplicarlo. Tradicionalmente, aquel ministro que lo incumpliera debería presentar su dimisión, pero ha sido una tradición muy irregular en su cumplimiento.

Sunak, que ya ha tenido una primera conversación privada con Raab, debe decidir ahora si el caluroso temperamento que excusan los amigos y aliados del ministro —todavía tiene muchos en el grupo parlamentario— es motivo suficiente para expulsarlo del Gobierno. Desde el anonimato, al menos 24 funcionarios que trabajaron a sus órdenes cuando fue ministro de Exteriores, y más tarde en Justicia, han descrito episodios en los que la gente “vomitaba aterrorizada antes de un encuentro con él”, y le han definido como el clásico abusador que, de cara a la galería se muestra amable, pero cuya actitud cambia en cuanto los invitados salen por la puerta. Esos mismos funcionarios, que habrán declarado ante el abogado Tolley, y cuyos nombres aparecen en un informe que Raab ya ha leído, no entienden ahora la lentitud del primer ministro en tomar una decisión.

A primeros de mayo se celebrarán elecciones municipales en todo el Reino Unido. Será la primera prueba de la popularidad y tirón del candidato Sunak, y servirán para confirmar o atemperar las encuestas que, desde hace meses, pronostican una victoria arrolladora de la oposición laborista. El modo en que Sunak acaba despachando el “asunto Raab” puede ser un factor que acabe influyendo, para bien o para mal, en el resultado de los tories en las urnas.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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