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La popular venta centenaria que resiste en la Sierra de Guadarrama: “No nos beneficia que venga mucha gente, no somos un chiringuito de playa”

El libro ‘Venta Marcelino: 100 años en el Puerto de los Cotos 1924-2024′ recorre, a través de decenas de testimonios, el siglo de vida de un establecimiento vinculado emocionalmente a los guadarramistas

La Venta Marcelino, vista desde la carretera en los años cincuenta. Foto: C. VARELA.
La Venta Marcelino, vista desde la carretera en los años cincuenta. Foto: C. VARELA.

Situadas tradicionalmente en caminos o carreteras, las ventas están tan arraigadas a la historia e identidad de España que el Quijote fue armado caballero por el dueño de uno de estos establecimientos en La Mancha. Cervantes escribió que el encuentro de aquella venta fue para su héroe “como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba”. Para muchos montañistas, la Venta Marcelino, ubicada en el Puerto de los Cotos (Rascafría), en la Sierra de Guadarrama, a 70 kilómetros al norte de Madrid, ha sido durante 100 años una referencia visual que, a veces, representaba la emocionante llegada a una meta: tal vez no a los alcázares de ninguna redención, pero sí a un buen tazón de caldo caliente. Inaugurada por el matrimonio formado por Marcelino García y Natalia García en 1924, la antigua casa de comidas continúa abierta y el libro Venta Marcelino: 100 años en el Puerto de los Cotos 1924-2024 (Desnivel) conmemora su siglo de historia a través de los testimonios de 79 personas, jóvenes y mayores, que más de una vez se han cobijado de la nieve junto a su chimenea.

Sebastián Álvaro, director del programa Al filo de lo imposible, Jacob Petrus, de Aquí la Tierra, el veterano alpinista Carlos Soria, Pedro Gómez, fundador de la marca homónima de plumíferos y de la tienda El Igloo, o Joanna Ivars, geógrafa y meteoróloga de La Sexta, son algunos de sus participantes. “En un primer momento, la idea era hacer un libro no venal, para nosotros y para los clientes”, explica a ICON Design Héctor Sánchez (Madrid, 44 años), copropietario de la venta junto a su padre, Rafael Sánchez, ya jubilado. “Pero lo que iba a ser un librín con cuatro fotos, un poco de historia y unas líneas escritas por gente que venía por aquí se convirtió en un libro de casi 200 páginas, porque todos respondieron encantados y nos empezaron a enviar textos larguísimos e increíbles. Sobre todo, ha quedado un buen libro de montaña”.

Imagen tomada durante las obras de ampliación de la Venta Marcelino, en el año 1961.
Imagen tomada durante las obras de ampliación de la Venta Marcelino, en el año 1961.

Rafael, junto a su entonces socio Manuel Inurria, compró la venta en 1996, después de que la familia de Marcelino y Natalia –fallecidos respectivamente en 1978 y 1990– decidiera traspasarla, a dos años del cierre de la estación de esquí de Valcotos. Los descendientes de los fundadores también han participado en el libro, rico en documentación e imágenes de diferentes épocas, tanto de la venta como de su entorno. La labor de investigación venía realizándola Héctor desde varios años atrás “por enriquecimiento propio” y parte de lo que a él y a su padre les movió a sacar adelante el proyecto fue recoger historias que, de otra manera, podían perderse. “No es un libro sobre hostelería, sino sobre el lugar en el que estamos y sobre cómo estamos aquí”, matiza. Las anécdotas y relatos personales (algunos tan conmovedores como el del montañista Basilio García, quien, tras un ictus, volvió a pisar el pico de Peñalara gracias a una subida en silla todoterreno organizada por amigos como Rafael, con la Venta Marcelino como punto de salida y llegada) tienen como denominador común el establecimiento, que adquiere carácter de símbolo.

“Cuando llega aquí Marcelino, trae un espíritu de ayuda y de servicio”, cuenta Héctor Sánchez. “Eso es lo que hemos tratado de mantener, un sentimiento de ayuda al que viene que es común en las zonas rurales y de montaña, porque aquí hay gente que las ha pasado putas”. El copropietario cita una historia escasamente documentada y que no aparece en el libro, el accidente de un avión militar en 1955 entre los puertos de Reventón y Malagosto, también en Sierra de Guadarrama, al que los vecinos de Rascafría acudieron en tromba en busca de supervivientes (se salvó uno de los cinco tripulantes): “Me han dicho que las campanas de la iglesia las hicieron con los restos del fuselaje de ese avión, porque en la Guerra Civil las perdieron al fundirlas para hacer otras cosas con ellas”.

La Venta Marcelino, con el escudo de la Real Sociedad Española de Alpinismo de Peñalara en la fachada, durante una nevada en 2020.
La Venta Marcelino, con el escudo de la Real Sociedad Española de Alpinismo de Peñalara en la fachada, durante una nevada en 2020.

De vinos con Hemingway y Lorca

La Venta Marcelino comenzó como una pequeña caseta situada enfrente de su actual emplazamiento, donde ahora se encuentra el parking de Cotos. Según se narra en el libro, Marcelino García era guarda de los terrenos de Ferrocarriles Eléctricos en la sierra, cuidaba cabras y vacas y, desde su primitiva cabaña, ofrecía vino y aguardiente a cambio de la voluntad. También tocaba la guitarra, cantaba y recitaba poemas. Se dice que conoció a Federico García Lorca y Enrique de Mesa por una residencia que hicieron en El Paular, donde Marcelino los desplazó en carro. Héctor Sánchez indica que no hay una base documental que lo confirme, pero que la familia lo ha transmitido repetidamente en el tiempo. De la misma manera, se ha especulado con la probabilidad de que Ernest Hemingway, que recorrió la Sierra de Guadarrama y convivió con el republicano Batallón Alpino –experiencia que inspiró su novela Por quién doblan las campanas (1940)–, conociera también a Marcelino.

“Hemingway está en Reuters en esa época haciendo fotos y hay bastantes imágenes suyas en el Alto del León. Se supone que hasta aquí llegó. Ten en cuenta que a Marcelino la Guerra Civil le pilla mayor, ya con casi 50 tacos. Es un viejo que está ahí vendiendo vino y cerveza con una guitarra, ¡hay una posibilidad grande de que eso a Hemingway le llamase la atención!”, argumenta Sánchez. El actual responsable del negocio admite no tener el recuerdo de entrar de pequeño a la venta, sino de esquiar allí en invierno, porque, rememora entre risas, en la entrada figuraba una advertencia hostil: “Mochilas fuera”, política de admisión que su familia no ha seguido. Lo que sí han mantenido es el menú, como puede comprobarse en testimonios del libro que aluden, en décadas dispares, a sus judiones de La Granja y callos a la madrileña.

“Si encontrásemos un menú de los setenta, sería prácticamente el mismo”, dice. “Cocina tradicional y castellana, que es lo que me parece que tenemos que hacer aquí. Nunca me he planteado servir hamburguesas, por ejemplo, porque no creo que sea el lugar. Todo es fresco, hemos apostado por no complicarnos la vida”. Una novedad que sí ofrece, aunque no figure en la carta de la web, es, para alpinistas o excursionistas que no deseen comer nada de origen animal, un pepito de tofu con pimientos. “Me emperro en que la gente lo pruebe. Muchos vienen y se piden un chuletón de 700 gramos porque asumen que es lo normal en la sierra, como si fuera un segundo plato ligero después de unos judiones. Hay una cosa social absurda con eso, porque nunca se lo acaban. Ojalá de aquí a unos años lo social sea el tofu con pimientos”.

Nubes fantasma sobre la montaña y la Venta Marcelino, el 23 de enero de 2014, con varios clientes saliendo del establecimiento.
Nubes fantasma sobre la montaña y la Venta Marcelino, el 23 de enero de 2014, con varios clientes saliendo del establecimiento.

Espectadores del cambio climático

La Venta Marcelino lleva años siendo también muy popular online, por el servicio público de información que ofrece y por sus redes sociales. En la página web, cuentan con imágenes de cámaras instaladas hacia el exterior del establecimiento que permiten al visitante conocer el estado del puerto, las carreteras o el grado de ocupación del aparcamiento en tiempo real, además de información meteorológica actualizada. En Twitter e Instagram, donde cuentan con más de 10.000 seguidores, son, a su manera, influencers de la montaña.

“Aprovechamos el huequito que tenemos para hacer promoción del Parque Nacional [de la Sierra de Guadarrama], del entorno, advertir a la gente de que venga con ropa de invierno si hace frío o se eche crema si viene en verano y quejarnos de cosas, creo que a mejor. Me parece más interesante eso que limitarnos a contar lo que hacemos, porque lo que hacemos es siempre lo mismo”, razona Héctor. Una de sus interacciones recientes más ilustres ha sido con Óscar Puente, ministro de Transportes, que les respondió con imágenes de los nuevos trenes alpinos que el Gobierno prevé poner en funcionamiento después de que informaran de la retirada de los modelos 442 de la línea Cercedilla-Cotos, la C-9.

También procuran tener un impacto positivo en la conservación del entorno o en la mejora de las condiciones de las visitas. “En el momento en que nosotros tuvimos que acoger a gente en la venta por principios de congelación, o crisis de ansiedad porque llevaban horas esperando un autobús y les quedaban otras tantas, llamamos a Guardia Civil de montaña y Cruz Roja y se pusieron unas lanzaderas en cuestión de 15 días”, pone de ejemplo. La Venta Marcelino está siendo asimismo testigo directo del cambio climático y sus muy tangibles efectos. “Es lo que más nos afecta. En temporada de nieve, se está concentrando mucha gente en muy poco tiempo porque hemos pasado de tener meses de nieve a semanas, y de semanas a días. Se está desplazando la altitud. Y en verano, hay momentos de calor en los que no se puede ni estar”.

La entrada de la Venta Marcelino, en los años cuarenta.
La entrada de la Venta Marcelino, en los años cuarenta.

Con una plantilla total de diez personas (entre semana, normalmente tres: una en cocina y dos fuera), el gerente lamenta situaciones de colapso que son, con frecuencia, fruto de un turismo inconsciente. “A veces estás al 400%, no hay competencia que pueda asumir parte de esos clientes [la cantina de la estación está cerrada por las obras, oficialmente durante un año] y tienes que funcionar como un refugio para poder acoger a mucha gente que solo quiere resguardarse. Son visitantes ocasionales que se plantan aquí porque hay nieve y vienen muy justos, no van bien equipados, no han estado nunca y no se imaginan el frío que puede hacer pasado un rato a la intemperie y empapados”, explica. “He visto situaciones dantescas, gente que se baja del autobús con el carrito del bebé a 10 grados bajo cero, que es algo que a mí me impacta porque tengo niños. Si quieres una foto con el bebé en la nieve, usa un croma, no le hagas que se coma un atasco de dos horas y que esté aquí muerto de frío”.

La zona, observa Héctor, encierra la paradoja de ser el punto natural mejor cuidado de la Comunidad de Madrid y también el que cuenta con mayor presión. Cree que el cierre de la estación de esquí de Valcotos fue “positivo en el tiempo” y que también lo será el de Navacerrada, al que el Ministerio de Transición Ecológica instó en 2021. “Conseguir ese cambio, que la gente diga ‘voy a un Parque Nacional’, lleva a apreciar dónde se está. Las estaciones de esquí son algo que con los años se va a tener que orientar a algo más respetuoso con el entorno, más de travesía, dominios naturalizados y no un dominio esquiable a base de que no haya nada más”, opina. “Incluso a nivel empresa, lo vemos positivo. Tenemos que proteger nuestro entorno. Hay gente a la que le parece un disparate que yo me queje de que venga mucha gente, pero es que no nos beneficia, no somos un chiringuito en la playa. No queremos hacer una cosa distinta a la que hacemos, no nos queremos replantear nada. Queremos valorar dónde estamos y eso pasa por protegerlo”. Una receta para que los apasionados a la montaña puedan seguir disfrutando de la centenaria venta y de su entorno por más años.

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