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Perros de cerámica y un sofá para orgías: así es el marchante de mobiliario más provocador de París

Antoine Billore era un director de arte para marcas de perfume y moda que decidió convertirse en vendedor de piezas de mobiliario que siguen un único criterio: que le entusiasmen

Billore ICON Design
Billore posa en exclusiva para ICON Design en su estudio en París. Tras él, la silla con respaldo de llama que ha diseñado.Gorka Postigo
Carlos Primo

Es lunes y son las 11 de la mañana, pero la jornada laboral de Antoine Billore (Abbeville, Francia, 32 años) comenzó de madrugada. “Hace poco compré un sofá y lo publiqué en Instagram, y un hombre contactó conmigo anoche diciéndome que le llamara hoy a las ocho de la mañana”, cuenta. “Pensé que era uno de esos típicos mensajes raros que uno recibe de noche, pero tenía curiosidad y le llamé. Y resulta que era el diseñador del sofá, que lo hizo para un amigo de París hace 40 años. El sofá está formado por varias piezas superpuestas, puedes abrirlo y desplegarlo de muchas formas distintas, y este tipo me contó que lo había diseñado porque al dueño de la casa le gustaban las orgías y había encargado el sofá a propósito. Según como lo pongas se convierte en una cama para 25 personas”.

Nada es convencional en la vida y en el trabajo de Billore, un director de arte que, tras la pandemia, decidió distanciarse de su empleo anterior (creaba tiendas para marcas de perfumes y moda) para probar suerte como marchante de mobiliario antiguo. Lo hizo con una infraestructura mínima: su cuenta personal de Instagram y su propia colección. “Llevo diez años comprando vintage. Empecé con peces de cerámica y seguí con otros objetos. Intentaba usar algunas piezas en mi trabajo anterior, pero seguía acumulando. Un día me di cuenta de que mi casa estaba llena de cosas, la de mi madre también y además tenemos un almacén en el norte de Francia. Tenía 30 años y me vi a los 50 con almacenes abarrotados de objetos. Tenía que hacer algo, así que empecé a venderlos para conseguir algo de dinero, porque además estaba sin un duro. Durante los primeros meses no compré nada: me limité a vender lo que ya tenía. Y me vino bien. No podía seguir viviendo entre tantas cosas”.

En un sector dominado por la especialización extrema, donde hay anticuarios que venden solo obras de un periodo concreto o incluso de un único diseñador, el punto de vista de Billore está en las antípodas de la solemnidad. “Quería que todo fuera divertido, que es lo que me gusta”, sentencia. “No me va mucho el rollo antiguo, la madera, Perriand y esas cosas. Puede que suene cursi, pero me gusta rodearme de cosas que me hagan feliz. Es así. No me dedico a los grandes nombres, ni me interesan. Por supuesto, si encuentro algo increíble lo compro, pero ni siquiera lo posteo en Instagram, porque conozco a muchos anticuarios y sé a quién acudir. Pero no es lo que me divierte. Prefiero una silla de tigre”.

Igual de desenfadado es el modo en que Billore entiende sus redes sociales. En su cuenta de Instagram, los objetos comparten protagonismo con la presencia del propio marchante, cuya fotogenia y falta de prejuicios le otorgan una ventaja competitiva. “La primera imagen surgió de un modo muy natural. Yo estaba con un amigo y empezamos a hacer el tonto. Se nos ocurrió ponernos los dos, sujetando sendos objetos ante nosotros, desnudos, con un mensaje que decía algo así como: ‘Cómpralo para ver el resto’. Fue una bobada, no algo calculado. Pero esa noche lo publicamos y conseguí muchísimos seguidores. A la gente le hizo gracia”.

Billore se mueve como pez en el agua en la capital francesa. “En París ahora la gente es más abierta. Hay buena energía. Mucha gente ha venido aquí desde Nueva York y Londres, especialmente desde el Brexit. La ciudad ha cambiado mucho, hablamos todos en inglés, y hay mucho movimiento también entre el colectivo LGTBQ. Es un buen momento para vender vintage en París”. El año pasado, el Billore anticuario se puso de largo con una exposición titulada Stolen Objects From My Exes (Objetos robados a mis ex). “Me permitió conectar con la gente a través del humor”, cuenta entre risas. “Pero quiero aclarar que nada de lo que vendo es robado. Compro la mayoría de objetos en el norte de Francia, tengo contactos allí. Tampoco viajo demasiado. Nunca tuve la intención de montar un negocio verde, pero la cuestión es que así es y prefiero que siga siéndolo. No tiene sentido irme lejos para comprar cosas y volver a enviarlas desde aquí a alguien en EE UU. Ni siquiera suelo enviar cosas fuera de Europa”.

Últimamente, su showroom parisiense cuenta con una presencia destacada: sus primeras sillas como diseñador, que se lanzan este noviembre. “El respaldo son unas llamitas que recuerdan a los emojis que ponemos en Instagram. Se reconocen al instante. La silla es un poco ochentera, pero tampoco demasiado. La hice para mí mismo y ahora voy a empezar a producirla bajo pedido”, explica. Lo que no cambian son los perros de cerámica que le rodean. “Son mi obsesión desde siempre”, concede. “No los vendo porque nadie los quiere, pero sigo comprándolos, así que mi apartamento está lleno de ellos. Me encantan los perros, siempre he tenido perro. Pero ahora, con tanto trabajo y viajes, es más difícil. Imagino que coleccionarlos de cerámica es un modo sencillo de compensar la ausencia de perros de verdad”.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM

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